De la misma forma que el viajero que quiere llevar a buen término su viaje, disfrutarlo y aprovechar sus experiencias, debe cuidar algunos aspectos durante el mismo, nosotros, en nuestra peregrinación, hemos de prestar suma atención a otros. Podemos decir que debemos mantener una cierta disciplina.
Hemos de mantener, en primer lugar, una cuidadosa disciplina física. El peregrino debe cuidar sus pies, ya que si se le forman ampollas, su camino será un calvario y se verá obligado a parar durante unos días hasta que se le curen. La mochila debe ir bien cogida con sus correas, evitando que se balancee en exceso lo que le produciría más cansancio y así muchas otras consideraciones prácticas.
Por otro lado debemos mantener un buen estado psicológico. Los peregrinos irán cantando, rezando en grupo o haciendo cualquier otro ejercicio mental que les haga más llevadera la jornada. El camino se andará mejor en brazos de una alegría serena que de una tristeza absurda.
Finalmente, el peregrino debe ejercitar su mente, su capacidad de observación, su capacidad de análisis, para no perderse, para recordar los paisajes y las gentes que conoce y las experiencias que viva.
Nuestro viaje es muy parecido a lo que he descrito. Decía Isaac de Nínive, nada menos que allá por el siglo VII, que la purificación o preparación, que eso es la peregrinación y no otra cosa, tenía tres estadios: La disciplina corporal, la disciplina del alma y la disciplina del espíritu. Llegados a este punto, conviene aclarar que el concepto de disciplina no supone castigar el cuerpo, el alma o el espíritu. Sería sencillamente de necios. No hay mejor comparación que la del atleta: entrena, lleva una alimentación cuidada y una vida ordenada y se mentaliza para la competición. A ningún atleta se le ocurriría pensar en privarse de alimento o azotarse en la creencia de que así estaría mejor preparado.
Pues bien estas tres disciplinas, según Isaac de Nínive, tienen su estricta correspondencia con los tres grados de oración tradicional: la oración verbal, la meditativa y la contemplativa. En la primera hablamos a Dios, le pedimos, repetimos oraciones formalmente constituidas a los largo de los siglos y damos preferencia a nuestra parte física. En la oración meditativa, la mente intenta el acercamiento discursivo a Dios. En la contemplativa, la mente se sosiega y el espíritu consigue que no haya otra actividad que la mera experimentación divina: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. No se trata, en modo alguno, de establecer un proceso secuencial en el que finalmente nos demos de bruces con Dios. Son tres formas que aunque han de aprenderse e iniciar su práctica por ese orden, posteriormente deberán seguir practicándose de forma más o menos simultánea.
Como habréis podido observar. El blog se está organizando en dos vías paralelas. Por un lado, aparecerán los artículos de frecuencia más o menos diaria a nuestra derecha. Por otro lado, a nuestra izquierda irán apareciendo en formato más académico, tal vez más árido, los fundamentos teóricos e históricos, así como referencias bibliográficas y citas propios del hesicasmo
Fr+ Fernando