Recuerdo una canción de mis años mozos cuyos primeros versos decían: “Juntos como hermanos/miembros de la Iglesia/vamos caminando al encuentro del Señor”
La estrofa es realmente hermosa porque habla de unidad. Una unidad que es real, porque, por mucho que el devenir de este mundo terrenal se empeñe en mostrarnos un panorama lleno de individualidades y egoísmos, por mucho que nuestra mente cree una muralla entre nuestra persona y el mundo “exterior”, lo cierto es que todo eso es la tramoya del teatro de la vida, algo fundamental para el desarrollo de la trama y algo sin lo que público y actores no llegarían a fundir sus sentimientos y disfrutar y aprender de la obra.
La estrofa es hermosa porque habla de la Iglesia, sin calificativos. Sí, como lo leéis: sin calificativos. Estamos acostumbrados a asociar Iglesia con la Iglesia Católica o, cuando menos, cristiana, porque hemos nacido en esa tradición. El diccionario de la RAE solo hace alusión a esta acepción o al concepto arquitectónico, influido tal vez por ese mismo entorno cultural. Sin embargo iglesia deriva del griego ekklesia que significa asamblea y era habitualmente usado para designar la asamblea del pueblo, esto es el órgano de representación del todo el pueblo griego. Se trata, pues, de un concepto anterior al cristianismo y con el mismo sentido debieron aplicarlo los primeros cristianos cuando tradujeron las palabras de Cristo, dichas probablemente en arameo, al griego. Esto es iglesia habla de unidad del pueblo y, aplicada al Pueblo de Dios, concebido como universal –“ya no hay judíos, ni gentiles”-, debemos interpretarla como esa conciencia colectiva que hace del cuerpo crístico uno, único e indivisible, suma y combinación de conciencias que debe culminar en el encuentro con el Señor.
Solo queda hacer la estrofa realmente hermosa, olvidar las limitaciones dogmáticas que quieren restringir su aplicación al ámbito de una religión, religión que será tanto más verdadera cuanto más universal.
Fr+ Fernando
jueves, 6 de agosto de 2009
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