He salido a la calle a dar un paseo con mis amigos Chispa y Rocky. Parece que solo ellos fueran conscientes de las fechas en que nos encontramos: Llevan la alegría pintada en sus rostros, su mirada, tranquila, interroga la mía. El día es frío. La tristeza abarrota las calles. Un borracho sufre las consecuencias de su hartura. La gente camina deprisa con frío en su cuerpo y en su corazón. Nada de lo que hay fuera hace presagiar que un nuevo Ser vaya a nacer ¿será un error?
De vuelta a casa, me asomo a la ventana manipulada y manipuladora. Tal vez allí vea signos de auténtica alegría. Nueva decepción: estadísticas de consumo, el precio del besugo, besugos opinando, artificial alegría. Lo importante es la comida, el regalo, la lotería, el consumismo desenfrenado, en fin dioses muertos de seres moribundos.
Me retiro a meditar. En una ciudad no es fácil encontrar un sitio tranquilo, sin ruidos, ni interrupciones. En mi casa hay rincones, cerca de las nubes o del corazón de la Tierra, donde el Silencio prevalece sobre el ruido y las luces locas de feria se apagan ante la Luz. Es suficiente. El parto está cerca, pero la soledad más extrema rodeará este nacimiento, en el que se confunden parturiente y naciente. No hay Matrona que ayude, nadie dará consejo, porque nadie sabe lo por venir o, si lo sabe, no lo puede trasmitir.
Busco en mi recuerdo la Estrella que me oriente, la cara amable de los pastores con el Cordero al hombro, el Anuncio personificado con su mensaje de Paz, la madre y el padre de asombrada mirada, el bondadoso Buey y el Asno testarudo, las Testas coronadas en humildad postradas, la oscura cueva iluminada. Nada de todo eso puedo encontrar a mi lado.
De repente todo cambia. La Luz alumbra la oscuridad. Mi mente viaja rauda por los más recónditos lugares, la gente muda su cara y todos llevan algo a sus espaldas que los iguala. Gentes amables ayudan a los demás hombres, les dan su alegría y los llenan de esperanza. Me sorprendo a mí mismo llevando un asno dócil como un buey, mientras mi madre y mi padre me observan en la distancia, comprendiendo todo o nada. El viento penetra en la cueva y susurra tres palabras “rey, dios y hombre” y tal como llega se marcha. Finalmente todo se apaga, solo queda en el suelo un niño que ríe y llora.
(Navidad, 2007)
sábado, 8 de agosto de 2009
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