HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

sábado, 25 de septiembre de 2010

Evagrio el Monje (14)

En nuestro recorrido por los textos de Evagrio, nos encontramos esta hermosa parábola.


“El Señor ha confiado los conceptos de este siglo al hombre, como las ovejas a un buen pastor. Escrito está: A cada hombre ha puesto un concepto en su corazón, y ha unido a él, a modo de ayuda, la concupiscencia y la ira. Por medio de la ira debe poner en fuga a los pensamientos de los lobos y, mediante la concupiscencia, debe amar a las ovejas, aun cuando se encuentre acorralado por las lluvias y los vientos. A todo esto el Señor ha agregado también la ley, para que alimente a las ovejas; y un lugar verde, agua que reconforta, y el salterio, la cítara, la vara y el bastón. Y así de este rebaño el pastor obtendrá su nutrición, se vestirá y recogerá el heno de los montes. Se ha dicho: ¿Cuál es el pastor que apacienta el ganado y no se nutre de su leche? (1 Co 9:7). Deberá el solitario custodiar de día y de noche su rebaño para que no sea devorado por las fieras o caiga en manos de los ladrones. Pero si en un lugar selvático algo parecido sucediera, en seguida deberá éste arrancar la presa de la boca del león o del oso. Por ejemplo, el concepto de hermano es devorado por nosotros si lo alimentamos con vil concupiscencia; el del dinero y el del oro, si lo albergamos unido a la avidez; y así en todo lo que se refiere a los pensamientos relativos a los santos carismas, si los alimentamos en nuestra mente junto a la vanagloria. Del mismo modo sucede respecto a todos los otros conceptos, si se tornan presa de las pasiones. Y no alcanza con velar durante el día, debemos estar vigilantes también de noche. Puede suceder que perdamos lo que es nuestro, aun con fantasías turbias o malvadas. Vean lo que dice San Jacob: No te he traído ovejas devoradas por las fieras: he resarcido los hurtos del día y de la noche, Y fui devorado por el calor del día y por el hielo de la noche. El sueño se alejó de mis ojos (Gn 31:39 y ss)”

Es la Parábola del Buen Pastor pero aplicada a nosotros. En las primeras líneas considera al hombre como el buen pastor, no de ovejas, sino de conceptos. Pero ¿a qué se refiere con el término “concepto”? Con el diccionario en la mano, deberíamos asimilarlo a “idea” o “pensamiento”. Que lleguemos a ser capaces de expresarlo en palabras es superfluo. Lo importante es que, según Evagrio, Dios ha depositado en nuestro corazón las ideas de este mundo y esas ideas, pensamientos o conceptos, convertidas ahora en ovejas, han de ser cuidadas por el hombre, alimentadas en prados verdes. Pero no se trata de una simple metáfora, sino que es portadora de un importante mensaje. En las ideas de este mundo, pertenecientes, aparentemente en exclusiva, a él, reside el “pan nuestro de cada día”. El cuidado y análisis de esas ideas expresadas en palabras es lo que ha de darnos la vida: ahí reside nuestro sustento. Si cuidamos primorosamente el rebaño de conceptos, si lo estudiamos, si penetramos en su significado y no nos dejamos arrastrar por la componente exclusivamente mundana de esos mismos conceptos, habremos conseguido entender el mensaje divino, la razón de ser de nuestra existencia. Y aún nos pone algún ejemplo: el concepto “hermano”. Se trata de una idea muy simple, hijo del mismo padre (entiéndase como mismo origen y no como atribución exclusiva al miembro varón de la pareja) y, sin embargo, el proceso de degeneración de este concepto, que podríamos concretar como concupiscencia, nos puede hacer ver al hermano como alivio en nuestro trabajo (esclavo), como medio de procurarnos placer, etc. En cualquiera de esas desviaciones, estaremos perdiendo la oportunidad de integrarnos en la Unidad, de ver el Mundo como es y no como nuestra mente, mundana ella, nos hace ver.

Sobre como ejercer de buenos pastores, la metáfora es completa y explícita: ¿qué hace el buen pastor? Pues cuidar de sus ovejas, día y noche; en vigilia permanente. Es curioso que Evagrio utilice la misma parábola que Cristo se aplicó a sí mismo (Yo soy el Buen Pastor). La diferencia radica aparentemente en que Cristo da a entender que las ovejas somos los hombres que Él viene a salvar y Evagrio “solo” habla de conceptos, ¿solo? La diferencia es tan solo de grado. Nosotros, los hombres, estamos luchando por asimilar los conceptos. Cristo los tiene tan asumidos que los materializa. Los hombres son realmente sus hermanos, no hay diferencia entre ambos. Mientras que para los hombres se trata de interiorizar, de asumir, y no solo formalmente, el concepto de hermano en su más prístina pureza.

¡Paz y bien!

viernes, 24 de septiembre de 2010

Es un escándalo

Dijo el Maestro: “a cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mi, mejor les fuera que se le atase una piedra de molino al cuello y que se le arrojare al mar” (Marcos 9:42)


Es frecuente aplicar las grandes frases de los maestros para sentenciar juicios o simples críticas sobre los actos de los demás. Ver la mota en el ojo ajeno es muy cómodo y, si me permitís la veleidad, divertido. No en balde están de moda los llamados programas del corazón o la prensa rosa. Cuando nos hablan de escándalo, automáticamente pensamos en actos deshonestos, atentados contra la ética, fraudes, etc. Sin embargo, siendo graves todos ellos, hay otros más sutiles, tan graves o más que los anteriores.

Tradicionalmente, las Escuelas de Sabiduría han estado a mitad de camino entre el secreto y la discreción, según lo agresivo o lo preparado que estuviera el entorno. Desde la simple seguridad física de los iniciados hasta la incomprensión de los no iniciados, había un abanico de posibilidades que terminaba en un proceso preparatorio de los aspirantes a entrar en la Escuela. Los iniciados eran conscientes de que las Verdades que manejaban debían ser digeridas poco a poco, aunque progresando rápidamente.

Sin embargo, esta prudencia está quedando atrás. Es cierto que nos acercamos a una época de fuertes cambios en lo espiritual y, por éste, en lo mundano. Es cierto que esto aconseja que aumentemos nuestro grado de consciencia, pero… Hay muchos hermanos nuestros que pueden sentirse incapaces ante nuestras disquisiciones en las que utilizamos términos que, suponiendo entendamos correctamente, son difíciles de digerir por gran parte de la humanidad. El peligro no está en esa simple incomprensión, sino en que nos constituyamos en piedra de escándalo. Se ha acusado con frecuencia a las religiones de buscar la conversión de los “paganos” empleando técnicas persuasivas manipuladoras o físicamente violentas. Y ahora venimos los privilegiados poseedores de algún tipo de Conocimiento y soltamos frases grandilocuentes, exponemos teorías (para los demás lo son aunque para nosotros sean experiencias personales auténticamente vividas) que resultan inentendibles, no ya desde el sentido común, desde la praxis cotidiana, sino incluso desde el punto de vista científico.

El problema es grave, porque, sin querer, podemos estar boicoteando el despertar de muchos hermanos que se sienten perdidos en un mar de ideas que, debemos reconocerlo, a veces resulta confuso. No podemos convertir nuestro Conocimiento, ni nuestras experiencias en piedras de tropiezo y escándalo. Puede que nosotros, los supuestos alumnos aventajados, podamos subir la escalera de la consciencia de tres en tres, pero hay hermanos que, aun queriendo ascender por la escalera, han de hacerlo de uno en uno y descansando. ¿Tenemos derecho a hacerles desistir de su intento, pisándoles la moral con nuestra incontinencia verbal? No, rotundamente no.

Es posible que alguno de nuestros hermanos se sienta impotente para subir la escalera. Cuando tienda la mano buscando ayuda, debe encontrar ayuda, o sea nuestra mano, pero no un saco de experiencias místicas, visiones angelicales, modelos vibracionales o cosas similares que cuando le cae encima lo hunde en la miseria. No se trata de evangelizar en el más puro estilo colonizador, ni de hacer prevalecer nuestra teoría, nuestra experiencia o la Escuela de Conocimiento a que pertenezcamos, sino de perfeccionar nuestro ser, entrenarlo para que, cuando ese hermano tienda la mano, estemos preparados para tirar de él.

Llegado a este punto, debo pedir perdón a todos aquellos a los que aturdo con mis palabras, a aquellos que me ven con la vestidura del modelo inalcanzable, a aquellos a los que, ocupado en mi desarrollo espiritual, no han encontrado mi mano lista para la acción. ¿Alguien más se apunta?

sábado, 18 de septiembre de 2010

Buscando a Dios

Ayer asistí a una maravillosa conferencia dictada por,… Mejor, ayer participé en una maravillosa meditación, donde dos buenos amigos, Rafael y José Antonio, nos introdujeron en los vericuetos de la ciencia que busca la “partícula de Dios” y los desencuentros y hermanamientos entre ciencia y espiritualidad. Y hoy me he levantado con resaca, con una agradable resaca que ha presidido mi meditación matinal.


Decía José Antonio que nuestro cerebro tenía dos patas, la izquierda y la derecha. La izquierda es la del “camina lento, pero seguro”, la analítica, la de los cuarenta bps, la masculina. La derecha es la intuitiva, la rápida, la sensible y sensitiva, la de los cuarenta mil bps. Y entre medias la tercera pata, la de la coordinación entre ambas, la del matrimonio sagrado, la de la máxima eficiencia, de los cuarenta millones de bps. Ciertamente interesante, por cuanto pone de manifiesto la importancia de la pareja humana, la del amor entre ambos, la del “buen rollito”. Nada más lejos de las tendencias que nos quieren vender del amor utilitario y utilitarista tan al uso hoy día.

Pero no quería hoy hacer apología del matrimonio, ni abrir una cruzada contra los divorcios y las separaciones, ni nada parecido. Por el contrario quiero recapacitar sobre la mayor potencia de la parte femenina, de la intuitiva, de ese arma tan poderosa que tenéis las mujeres y “envidiamos” los hombres. Y estas consideraciones me llevan al tropiezo del ser humano en la misma piedra una y otra vez. Unos por deformación profesional, otros porque su desconocimiento de la ciencia les lleva a creer a pies juntillas los resultados, sin caer en la cuenta de que, como nos decían ayer, la ciencia avanza por sus errores, las teorías son ciertas hasta que se demuestra lo contrario, nos empeñamos, decía, en aplicar el bisturí de la ciencia al conocimiento de Dios. Empezamos con las trepanaciones hechas con cuchillos de pedernal y punzones de hueso, seguimos con los del más fino acero y nos encontramos con los electrónicos, pero seguimos hurgando en el mismo agujero. No me mal entendáis, la ciencia es necesaria, buena, básica para el progreso y una excelente ayuda para acercarnos a Dios. Pero, ¡es tan extraordinariamente lenta! Pero, además, nos empeñamos en concebir a Dios a nuestra imagen y semejanza. Y cuando, en nuestra torpeza, nos asombramos de cuan complejo es nuestro mundo y nuestro propio ser, queremos pensar en Dios como algo, perdona Dios mío que te ninguneé con el “algo”, muy complejo.

Sin embargo, Dios es algo muy simple. No puede ser complejo. Ni puede serlo Él, la complejidad conlleva la coexistencia de muchas partes, ni lo son los caminos que nos llevan a Él, siempre son los mismos, los diferentes son nuestros ojos. Decía un compañero mío, estructuralista él, que los hidráulicos nos creíamos que el agua entendía de integrales y derivadas. Y eso es lo que hacemos muchos buscadores: pensar; crear modelos, cuanto más complejos mejor, de lo que creemos es la realidad, para acercarnos a Dios. Y así, absortos en nuestras elucubraciones, perdemos un maravilloso tiempo. La ciencia es maravillosa, necesaria, imprescindible, para progresar en este mundo y en el otro, pero si la acompañamos de la intuición, de la simplicidad, del arte y de la belleza que también presiden este mundo, os aseguro que avanzaremos más rápido.

Es un tema apasionante y provechoso. Ya los clásicos buscaban el humanismo, la suma del arte y la ciencia. Ya la alquimia conjugaba ciencia y espiritualidad. No nos perdamos ahora en los vericuetos de la ciencia, abandonando la intuición de la espiritualidad.

Gracias Rafael y José Antonio, tratasteis temas apasionantes de forma apasionante y apasionada. Gracias

viernes, 17 de septiembre de 2010

Evagrio el Monje (13)

VANAGLORIA: dícese de la jactancia del propio valer u obrar. Terrible error el de la vanagloria, pero contra el error estamos avisados. Se nos recomienda la humildad como conocimiento de nosotros mismos de nuestras limitaciones y debilidades. Su práctica, esto es el estudio de nosotros mismos es fundamental para no perder la oportunidad de nuestra vida, nunca mejor dicho, de vivir nuestra experiencia, la nuestra no la de mis padres, la de mi pareja o la de mi amigo: la nuestra. Sin embargo, ¡qué fácil es tropezar y, sin querer, caer en la vanagloria!


Dice Evagrio, a propósito de la vanagloria: “De todos los pensamientos, el de la vanagloria es el que está compuesto por más elementos. En efecto, abraza a casi toda la tierra y abre las puertas a todos los demonios, tal como lo haría algún malvado traidor en una ciudad. Por tanto, humilla el intelecto del solitario, llenándolo de discursos y objetos y corrompiendo las plegarias con las cuales él trata de curar todas las heridas de su alma.”

Se trata del demonio del ego, del que lucha por sobrevivir. Es un demonio desesperado que lucha ciegamente, recurriendo a mil y una artimañas. Cuanto más avanza el hombre en su camino de concienciación, más duro, pero también más sutil es el ataque. Así, continua Evagrio: “Todos los demonios una vez vencidos, hacen crecer este pensamiento y por su intermedio, encuentran un nuevo acceso a las almas. Y es así como hacen que la última situación de las almas sea peor que la precedente. De aquí nace también el pensamiento de la soberbia. Esto es lo que ha hecho derrumbar de los cielos sobre la tierra el sello de la semejanza, la corona de la belleza (Ez 28:12). Rehúyela pues, no tardes, porque puede suceder que entreguemos a otros nuestra vida, y nuestra riqueza a quien no tiene misericordia. Este demonio es ahuyentado por la oración continua y por el no hacer ni decir nada de lo que se lleva a cabo por la maldita vanagloria.”

En este viaje que, como buscadores, tomamos hace tiempo, nuestros progresos y avances son un acicate para la actuación del demonio de la vanagloria. En ellos encuentra su alimento. No bien acabamos de dar un paso, cuando cruza nuestro pensamiento un sentimiento de “lícito” orgullo, simple satisfacción, sencilla alegría. Cualquiera de estos sentimientos debe ser rechazado en tanto en cuanto pueda suponer el pensar que es “nuestro éxito”. La oración continua a que se refiere Evagrio nos pone en la presencia de Dios y nos ayuda a recordar lo que somos. En cualquiera de sus grados, la oración continua nos aproxima a la Unidad con Dios y en esa Unidad sentimos que, nada de lo que ocurre, ocurre por nosotros. Estaremos derrotando al demonio de la vanagloria.

Cristo nos recomendaba la humildad y la mansedumbre de corazón, esto es no como virtudes aprendidas sino como procedentes de nuestro interior. Busquemos en nosotros mismos su semilla y cuidemos su crecimiento, así garantizaremos un despertar placentero y duradero.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Evagrio el Monje (12)

En nuestro análisis de la obra y pensamiento de Evagrio, llegamos a un curioso demonio: el de la Tristeza. Dice Evagrio:


Todos los demonios enseñan al alma el amor por el placer: sólo el demonio de la tristeza se abstiene de ello. Por el contrario, destruye todos los pensamientos insinuados por los otros demonios, impidiendo al alma sentir cualquier placer, insensibilizándola con su tristeza. Es cierto lo que se ha dicho: que los huesos del hombre triste se tornan áridos (Pr. 17:22). Y sin embargo, si se lucha un poco, este demonio sirve para fortalecer al solitario. Lo convence de no acercarse a ninguna de las cosas de este mundo ni a ningún placer. Si persiste en su lucha, genera en él pensamientos que lo inducen a alejar su alma de este tormento o lo fuerzan a huir de ese lugar. Tal es lo que ha pensado y sufrido el santo Job, atormentado por este demonio: Ojalá pudiera echar mano a mí mismo u otro, a mi pedido, así lo hiciera (Jb 30:24). Símbolo de este demonio es la víbora, animal venenoso. La naturaleza le ha concedido, benevolentemente, el que pueda destruir los venenos de los otros animales, pero si la tomamos en estado puro, destruye la vida misma. Es a este demonio que san Pablo ha entregado el hombre de Corinto, que había pecado. Pero luego se apresura a escribir a los Corintios: Os ruego que confirméis vuestro amor por él, para que no sea consumido por la excesiva tristeza (Cf. 2Co 2:8-7).

Y sin embargo, este espíritu que aflige a los hombres es capaz de ser portador de un arrepentimiento bueno. Y así también san Juan Bautista ha denominado "raza de víboras" a aquellos que han sido heridos por este espíritu, y que se refugiaban en Dios, diciendo: ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira que vendrá? Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no penséis decir dentro de vosotros: a Abraham tenemos por padre (Mt. 3:7-9). Todo el que ha imitado a Abraham y se ha alejado de su tierra y de su parentela, se ha vuelto más fuerte que este demonio.

Si alguno es dominado por la cólera, está dominado por los demonios. Y si alguien le sirve, éste es extraño a la vida monástica, un extranjero en las vías de nuestro Salvador, dado que el mismo Señor nos dice que Él muestra el camino a los humildes. Por tanto, cuando el intelecto de los solitarios se refugia en la llanura de la mansedumbre, difícilmente puede ser poseído, ya que no hay otra virtud que los demonios teman más que la misma. Ésta es la virtud que había adquirido el gran Moisés, quien fuera conocido como el más manso de los hombres. Y el santo David ha declarado que esta virtud es digna del recuerdo de Dios: Acuérdate de David y de toda su mansedumbre (Sal 131:1). Y también el Salvador mismo nos ha ordenado ser imitadores de su mansedumbre:

Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11:29).

Si alguno ha renunciado a manjares y bebidas, pero excita su cólera con malos pensamientos, ¡se asemeja a una nave que navega con un demonio como piloto! Con todas nuestras fuerzas debemos cuidar de nuestro perro y enseñarle a destruir sólo los lobos, sin devorar las ovejas, dando prueba de mansedumbre hacia todos los hombres.
Sobre las palabras de Evagrio me gustaría hacer alguna consideración.

En primer lugar, no deja de sorprender la similitud en la descripción del hombre triste con la que cabría hacer de una persona depresiva. Ya era algo conocido en los primeros siglos de la Era Cristiana. Es, tal vez y en la terminología demonológica de Evagrio, un diablo que parece ayudarnos contra sus hermanos. Sin embargo, su actuación tiene varios campos de batalla y oponentes muy diferentes. El exceso pasional, sea del orden que sea, lleva al hastío y de éste al aburrimiento; vivimos una experimentación desordenada: compramos por comprar, comemos por comer, holgamos por pereza, etc. y de todo nos vamos cansando. En una sociedad como la que nos acoge, en la que muchas cosas se nos dan hechas y no tenemos aliciente alguno por conseguirlas y otras nos cuesta la misma vida alcanzarlas o conservarlas (la vivienda o el empleo, por ejemplo), el número de enfermos de depresión es muy elevado; creo no equivocarme si digo que mayor que nunca en la historia. Es paradójico que en la mal llamada sociedad del bienestar, que casi debería denominarse sociedad epicúrea, cueste tanto vivir. Me atrevería a decir que la mejor arma de nuestro amigo, el diablo de la tristeza, es la monotonía. Sin embargo, esta es solo una pequeña demostración de su fuerza y de su maquiavelismo. Precisamente su actuación maquiavélica persigue al “solitario”, entendido no como un misántropo, sino como aquella persona que renuncia voluntariamente a los placeres de este mundo para consagrarse a la vida espiritual. Sutilmente llega a convertir en algo monótono la vida cotidiana del “solitario” (se puede ser solitario y vivir en una comunidad, p.ej. de monjes). Cuando el diablo consigue que el “solitario” convierta en plegarias repetitivas, cansinas, lo que son procesos de puesta en resonancia, permítaseme la expresión, con la Divinidad, entonces ha triunfado. Aún hay más: este diabólico ente puede someter a esa persona a la desesperanza que aparece en el hombre cuando los avatares a que se enfrenta en esta vida, lo acosan sin respiro y teme por su supervivencia. Entonces el hombre no entiende nada, se abate, no ve sentido a su vida, se deprime. Y ¿cuál es la solución? Evagrio lo tiene muy claro: la mansedumbre, la obediencia a que en otra ocasión me he referido, la aceptación de las experiencias que nos ha tocado vivir. Y como ejemplos nos trae al santo Job, a Moisés, a David y al propio Cristo. También nos recuerda el modelo de Abraham, dando el primer paso para conseguir la mansedumbre. Hablamos de la renuncia, pero una renuncia efectiva, consecuente. No vale con decir “Soy hijo de Abraham”, sino que hay que imitarlo. De esta forma conseguimos vencer al demonio utilizando su propia táctica, la misma que utiliza la medicina para obtener antídotos contra ciertos venenos, el empleo de pequeñas cantidades de veneno de las víboras permite crear los antídotos necesarios.

¡Imitemos a Cristo que fue manso y humilde de corazón!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sed compasivos como lo es vuestro Padre celestial

No intentes distinguir al que es digno del que no lo es. Que todos los hombres sean iguales ante tus ojos para amarlos y servirlos. Así podrás ayudarlos a todos a alcanzar el bien. El Señor ¿no ha compartido la mesa de los publicanos y de las mujeres de mala vida, y no alejó de él a los indignos? Por eso tú concederás los mismos beneficios, los mismos honores al infiel, al asesino, tanto más cuanto que es un hermano tuyo puesto que participa de tu misma naturaleza humana. Aquí tienes, hijo mío, un mandamiento que te doy: que la compasión venza siempre en tu balanza hasta el momento en que sentirás en ti la compasión que Dios siente hacia el mundo. ¿Cuándo el hombre reconoce que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considera buenos a todos los hombres sin que ninguno le parezca impuro o manchado. En verdad es entonces cuando es puro de corazón (Mt 5,8)... Y ¿qué cosa es esta pureza? En pocas palabras, es la compasión del corazón hacia el universo entero. Y ¿qué es la compasión del corazón? Es la llama que arde por toda la creación, por todos los hombres, por todos los pájaros, por todos los animales, por todos los demonios, por todo ser creado. Cuando piensa en ellos o cuando los mira, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le oprime el corazón y le hace incapaz de tolerar, de oír, de ver el más mínimo error o la menor aflicción soportada por una criatura. Por eso la oración acompañada de lágrimas se extiende a todas horas tanto hacia los seres desprovistos de palabra, que sobre los enemigos de la verdad, o sobre los que le perjudican, a fin de que todos ellos sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a semejanza del de Dios.

 
San Isaac de Siria (siglo VII), monje en Nínive, cerca de Mosul en el actual Iraq. Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 81

sábado, 4 de septiembre de 2010

Nuestro verdadero tesoro

Os traigo hoy a consideración tres lecturas que nos orientarán en nuestra búsqueda. La primera nos habla de nuestras limitaciones como seres humanos, como criaturas de este mundo. Nos habla de nuestra incapacidad como tales de conocer a Dios. Y, sin embargo, nos recuerda que Dios deposita en nosotros una parte de su Sabiduría, la suficiente para “ser salvados”.


En la segunda, el propio Cristo nos recuerda la importancia de despegarnos de los aspectos formales de la vida. Enfrenta nuestra calenturienta mente a la ruptura con “valores” heredados, colgados de nuestros genes, como son el “amor familiar” o el aprecio por la propia vida para conseguir encontrar el verdadero camino o, si queremos, para ser discípulos suyos en su Conocimiento.

Finalmente, Juan Casiano, nos advierte de las sutiles trampas que nos pueden acechar en este proceso de renuncia. Muchos caemos en el error de creer que la renuncia a las grandes querencias materiales ya nos pone en el disparadero de la salvación. Craso error. Ni la salvación se alcanza de golpe, ni la mera renuncia nos salva. No vale con actos aislados, por grandes o enormes que sean y por mucho que los demás nos los alaben. Es preciso una actitud de renuncia extensa e intensa: nada nos pertenece, todo es de este mundo; nada tenemos, nada poseemos, solo somos. Esta es la pureza de corazón que nos dice Juan Casiano hemos de perseguir y, mutatis mutandis, ¿qué hace el corazón sino amar? ¿Qué es el Corazón sino el motor de la Vida incluso en la vida?

En verdad os digo que es más fácil escribirlo que hacerlo. Por eso nos advierte Cristo de que es necesario evaluar nuestras fuerzas, ser conscientes de ellas, buscar los refuerzos necesarios, antes de empezar nuestra tarea.

En el libro de la Sabiduría (9,13-18.) podemos leer

¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor? Los pensamientos de los mortales son indecisos y sus reflexiones, precarias, porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma y esta morada de arcilla oprime a la mente con muchas preocupaciones. Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra, y lo que está a nuestro alcance lo descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién ha explorado lo que está en el cielo? ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados".
En el Evangelio de hoy (Lucas 14,25-33), Cristo nos dice:

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Decía Juan Casiano, allá por el siglo V

Muchos que, por seguir a Cristo habían menospreciado fortunas considerables, cantidades enormes de oro y plata y magníficos dominios, después se dejaron turbar por una lima, por un punzón, por una aguja, por una pluma de escribir... Después de haber distribuido todas sus riquezas por amor a Cristo, conservan su antigua pasión y la ponen en cosas vanas y se encolerizan fácilmente por defenderlas. No teniendo la caridad de la que habla san Pablo su vida está marcada por la esterilidad. El bienaventurado apóstol previó esta desdicha: «Podría repartir en limosnas todo lo que
tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve», dice (1C 13,3). Es una prueba evidente que por el mero hecho de haber renunciado a todas las riquezas y despreciado honores, la perfección no se alcanza de golpe si no se une a ello la caridad que el apóstol nos describe bajo diversos aspectos. La perfección se encuentra solamente en la pureza de corazón. Porque rechazar la envidia, el creerse más que los demás, la cólera y la frivolidad, no buscar el propio interés, no complacerse en la injusticia, no llevar cuenta del mal, y todo lo demás (1C 13,4-5): ¿acaso es otra cosa que ofrecer continuamente a Dios un corazón perfecto y puro y guardarlo indemne de cualquier movimiento de pasión? La única finalidad de nuestras acciones y deseos será, pues, la pureza de corazón.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Evagrio el Monje (11)

“Golpeas tu pecho porque ves al alma moverse hacia el pecado, pero ella no percibe nada. Tratas de convencerla con las Escrituras, mas ella no te escucha porque está obtusa. La enfrentas con la vergüenza de los hombres, pero no te atiende ni te entiende, como si fuera un cerdo que ha cerrado los ojos y se dirige hacia su recinto. A éste demonio nos llevan los persistentes pensamientos de vanagloria. Y se ha dicho de él que si aquellos días no hubieran sido abreviados, ninguna carne se hubiera salvado (Mt 24:22). Esto sucede a aquellos que raramente frecuentan a sus hermanos. El motivo es evidente: este demonio, frente a las desgracias de los demás, es decir las de aquellos que han sido acometidos por las enfermedades o que tienen la desgracia de estar presos o encuentran una muerte imprevista, huye en seguida, porque no bien el alma se ha conmovido y se llena de compasión, se disipa el endurecimiento producido por el demonio. Pero esta posibilidad no la tenemos a causa de la soledad en que vivimos o de la rara presencia, cercana a nosotros, de personas que sufren. Es justamente para que podamos huir de este demonio que el Señor nos recomienda, en los Evangelios, que visitemos a los enfermos y a los que están en la cárcel. Estaba enfermo y me visitasteis (Mt 25:36), nos dice. Pero debemos tener presente esto: si algún solitario, habiéndose tropezado con este demonio, no ha aceptado todavía pensamientos impuros, ni ha abandonado su casa entregándose a la acedía, éste ha recibido la tolerancia y la templanza, que han bajado de los Cielos y lo han bendecido por tal impasibilidad. En cuando a aquellos que han hecho suya la profesión de ejercitar la piedad, y eligen vivir junto a los mundanos, deben cuidarse de este demonio. Yo, en efecto, me avergüenzo delante de todos ustedes y no quiero seguir diciendo o escribiendo a su respecto.”

Debería, y voy a hacerlo, empezar precisamente con el último párrafo de Evagrio. En numerosas ocasiones caemos en la vanagloria a que, líneas arriba, se refiere Evagrio. Instalados en la cómoda “poltrona” de la meditación olvidamos la sencillez. No frecuentar a nuestros hermanos es aislarnos del mundo; es perder la oportunidad única de vivir una experiencia irrepetible. Es francamente difícil resistirse a este demonio. Hace unos días, mi buen hermano Pepe, nos enviaba la historia del monje y el mendigo. Aquél instalado en sus profundas meditaciones, rechazaba la presencia del mendigo que le importunaba e impedía seguir aislado del mundo. Perdió la oportunidad de disfrutar de la presencia de Dios, pues aquél mendigo era el Ángel del Señor.

Hay “solitarios” a los que Dios ha regalado la gracia de la tolerancia y la templanza y, con ellas, la impasibilidad. Son capaces de, pese a ese estado de permanente éxtasis, no tener pensamientos impuros (no caer en la vanagloria), no abandonar este mundo (seguir ocupándose de las cosas terrenas, o sea no abandonar su casa o, en román paladino, no estar alelado) y no caer en la inacción o pereza espiritual, que eso precisamente significa acedía.

Y resulta curioso que, con este motivo, Evagrio nos recuerde el consejo del Maestro de visitar a presos y enfermos. Ambos presentan el mismo problema: no les es permitido disfrutar de su cuerpo. Incluso llegan a desear la muerte. Hay una primera enseñanza, si me lo permitís, en cabeza ajena. El místico extremo asume voluntaria, pero inconscientemente, la personalidad de un enfermo o de un preso. El choque con una realidad, igual que la suya, le ayuda a ver la viga en el propio ojo.

Pero, ¡ojo!, también a los que se dedican a visitar enfermos y presos les acecha este demonio que hemos dado en llamar el de la vanagloria. Por eso y no por otra razón se nos dice que lo haga nuestra mano derecha no lo conozca la izquierda.