No intentes distinguir al que es digno del que no lo es. Que todos los hombres sean iguales ante tus ojos para amarlos y servirlos. Así podrás ayudarlos a todos a alcanzar el bien. El Señor ¿no ha compartido la mesa de los publicanos y de las mujeres de mala vida, y no alejó de él a los indignos? Por eso tú concederás los mismos beneficios, los mismos honores al infiel, al asesino, tanto más cuanto que es un hermano tuyo puesto que participa de tu misma naturaleza humana. Aquí tienes, hijo mío, un mandamiento que te doy: que la compasión venza siempre en tu balanza hasta el momento en que sentirás en ti la compasión que Dios siente hacia el mundo. ¿Cuándo el hombre reconoce que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considera buenos a todos los hombres sin que ninguno le parezca impuro o manchado. En verdad es entonces cuando es puro de corazón (Mt 5,8)... Y ¿qué cosa es esta pureza? En pocas palabras, es la compasión del corazón hacia el universo entero. Y ¿qué es la compasión del corazón? Es la llama que arde por toda la creación, por todos los hombres, por todos los pájaros, por todos los animales, por todos los demonios, por todo ser creado. Cuando piensa en ellos o cuando los mira, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le oprime el corazón y le hace incapaz de tolerar, de oír, de ver el más mínimo error o la menor aflicción soportada por una criatura. Por eso la oración acompañada de lágrimas se extiende a todas horas tanto hacia los seres desprovistos de palabra, que sobre los enemigos de la verdad, o sobre los que le perjudican, a fin de que todos ellos sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a semejanza del de Dios.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Sed compasivos como lo es vuestro Padre celestial
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Me recuerda a una frase que leí hace tiempo y que no recuerdo su autor: A la tarde te examinarán en el AMOR...
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