HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

lunes, 31 de agosto de 2009

La Luna (meditación)


A Ti Señor, elevo mi plegaria, a Ti dirijo mi oración.
Ayúdame a ayudar es mi petición.
Pero soy inútil. No tengo fuerza.
No puedo sacar a nadie de su tristeza.
Mi amor solo sabe llegar al hermano perro o la hermana flor
¿Cómo puedo entregar, al que no lo quiere, mi amor?
¿Cómo puedo ayudar al que no lo quiere?
Si no soy yo, sino Tú quien todo lo mueve,
¿para qué sirvo aunque sea el amor lo que me mueve?

Elevo la mirada a la noche estrellada, siguiendo el ritual, y una cara redonda me sonríe y me da Tu Respuesta:

“Haz lo que yo; refleja la Luz del Sol”

Fr+ Fernando

domingo, 30 de agosto de 2009

Cortesía (4)

Una de las fórmulas de cortesía más habituales era, y aún es, el ofrecimiento de la casa a la persona que, aun no siendo tu amigo íntimo, te apetece que te visite. Esto es a aquella persona con la que intuyes puede haber una cierta compatibilidad en la forma de ser y de actuar. Por otro lado, aquellos amigos íntimos saben a ciencia cierta que pueden acudir a tu casa en busca de ayuda o se saben obligados a acudir a ella para prestártela.
Pero, dentro de estos comportamientos que empiezan siendo protocolarios, y terminan convertidos en sentimiento puro, no podemos ni caer en el formalismo exacerbado, ni pensar que nuestro huésped se sentirá más a gusto con un exceso de lisonjas, presentes y atenciones. Estas actitudes terminan por espantarlo. Mucho menos debemos tener para con él una actitud inquisitorial o mostrarnos conocedor de todos sus pensamientos y circunstancias, porque lo más seguro es que nos equivoquemos y además despertemos en él una actitud de rechazo.
Al Huésped hay que esperarlo, preparar su habitación, tener lista la comida, prestarle nuestros oídos, esbozar una sonrisa y… esperar su visita. No podemos salir a buscarlo, porque no sabemos por qué camino vendrá, ni a qué hora lo hará. Recordad:
Mateo 25 : 1: “entonces el reino de los cielos será semejante a 10 vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo Y las cinco de ellas eras PRUDENTES, y cinco eran INSENSATAS, Las que eran insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasos, juntamente con sus lámparas Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron Y a la media noche se oyó un clamor : “He aquí el esposo viene, salid a recibirle”. Entonces todas se levantaron, y arreglaron sus lámparas Y las insensatas dijeron a las prudentes: dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan Mas las prudentes respondieron diciendo: para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con el a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡señor, señor, ábrenos! Mas el respondiendo, dijo: de cierto os digo, que no os conozco. VELAD, pues porque no sabéis el día ni la hora en que el hijo del hombre ha de venir”.
En efecto, no podemos salir a buscar a Dios, no estamos capacitados para ello. Solo podemos y debemos estar preparados para su venida.
Fr+ Fernando

viernes, 28 de agosto de 2009

Cortesía (3)

Hoy estaba tratando de inspirarme sobre la humildad y la hospitalidad. Navegaba por Internet a la deriva, cuando apareció un documento titulado “La Hospitalidad tiene rostro de Humildad”. Había entrado accidentalmente en la página WEB de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana (http://www.chcsa.org/) El documento empezaba así:

“La humildad es andar en verdad”, decía Santa Teresa.

Para poder acoger a los otros en actitud de hospitalidad hecha totalidad y acogida, es imprescindible poder acoger nuestra propia verdad

Una verdad compuesta por todo lo bueno y bello que somos en el fondo, pero también con nuestros límites y nuestras sombras.

Acogernos en verdad, supone, despojarnos de nuestras máscaras, inclinarnos hacia nosotras mismas y abrazar lo que somos humildemente.

Apoyarnos en nuestra humildad es avanzar en el conocimiento propio, y este conocimiento nos guiará en la práctica de la verdadera hospitalidad.

Abriéndonos a nuestro propio misterio, nos abrimos a la realidad de Dios que nos habita y ahí podemos saborear nuestra propia verdad que nos impulsa a vivir desde la humildad, es decir a experimentar el GOZO de ser nosotras mismas.

Solo la vivencia de una auténtica humildad nos permitirá vivir en VERDAD y permanecer en ella, porque la verdad nos compromete a vivir desde la coherencia, sin justificaciones infantiles y hundimientos inmaduros.


Francamente, es seguro que yo lo habría escrito peor, porque ellas han convertido estos pensamientos en algo cotidiano, algo a lo que yo no siempre llego. Sea como sea, solo quiero insistir en la importancia de la humildad para recibir a nuestro Dios quien, como dicen las Hermanas, ya “nos habita”. Gracias Hermanas.

Fr+ Fernando

miércoles, 26 de agosto de 2009

Cortesía (2)


El pecado tiene mala fama. Siempre la ha tenido, pero no tanto por lo que es, como por lo que no es. Además, en este mundo nuestro, eso de reconocer que uno es algo que suena a culpa solo se practica cuando las pruebas en contra son irrefutables. Con este panorama, sugerir que nuestro viaje empiece reconociendo que somos pecadores puede parecer poco inteligente. Y, en efecto lo es, pero porque resulta necesario primero explicar de qué estamos hablando.

Vamos a remontarnos al principio de nuestra Tradición judeo-cristiana y desde el punto de vista lingüístico. En arameo e idiomas precedentes, al parecer, tenía el significado de olvidar: no tener presente algo o alguien a los que se dejaba de lado. Por tanto, este y no otro era el significado que se pretendía recoger en la Biblia. Así el pecado sería el olvido de Dios.

Los griegos empiezan a introducir el equívoco al entender por pecado un error: no alcanzar la meta o no dar en el blanco.

Finalmente, llegamos al concepto religioso, no exclusivo del cristianismo, del pecado como delito moral, esto es la desobediencia a unos preceptos que la religión en cuestión adopta como provenientes del dios de que se trate y que, casi siempre, termina interpretando de forma imprecisa, llegando en casos extremos a constituir un delito de estado (estados confesionales). Los primeros cristianos adoptaron el concepto de pecado como olvido. En el intento de racionalizar todo lo que hay a su alrededor, el hombre quiso dar una interpretación adicional, ya que el mero olvido es algo difícil de transmitir a aquellos que pretenden iniciarse en una religión. Así se fue incorporando poco a poco el concepto de ofensa. Pero, como dice el refrán, “no ofende quien quiere, sino quien puede” y el hombre no puede ofender a un dios. Se crea pues un conflicto, meramente intelectual, entre un concepto marginal pero que cobra prevalencia y el concepto de dios que puede tener todo hombre. Así las religiones terminan por sentar el concepto de delito, desobediencia a los mandamientos divinos, como significado único de pecado. La consecuencia es inmediata, aparte de los conflictos psicológicos que pueden derivarse para los fieles, éstos se resisten a confesarse pecadores.

Hemos pues de retomar el concepto primitivo. Yo soy pecador, ¿porqué? Porque desde el principio de la Creación e inherente a ella el hombre carga con unas restricciones que lo anclan al mundo y facilitan el olvido de Dios. No se trata de algo de lo que el Hombre tenga la culpa, pero, si no lo tenemos presente, perderemos nuestras señas de identidad, hijos de Dios. Entonces sí llegará a ser de aplicación el concepto griego de error o fallo, porque estaremos equivocando nuestro destino.

Así, pues, hermanos, es necesario tener en cuenta nuestras limitaciones, esas que nos hacen olvidarnos de Dios. El simple hecho de reconocerlas nos ayudará a desempeñar nuestra misión. Reconozcámonos olvidadizos o, si lo preferís por tradición, pecadores.

Fr+ Fernando

martes, 25 de agosto de 2009

Cortesía (1)


Los pueblos orientales y los que aún no han sido arrollados por la civilización occidental conservan la tradición de la hospitalidad y la cortesía. El acceso a cualquier vivienda particular conlleva una serie de muestras de respeto por ambas partes, visitante y visitado, que aquí reducimos a su mínima expresión. Cuando alguien nos pone de manifiesto nuestros pobres modales, le tildamos de cursi, retro, “carca” o cosas peores, pero siempre basadas en el desprecio, hijo primogénito de la ignorancia.

Dice el padre John McKenzi, en su libro “Dictionary of The Byble”, que la hospitalidad en el desierto es una necesidad. Y ¿qué es la vida sino un deambular por el desierto? Está claro, y volveremos sobre ello, que una de las interpretaciones de dicha hospitalidad es la de este mundo, el acogimiento desde el punto de vista físico y material del que llama a nuestra puerta. Pero hay una interpretación más profunda que ahora interesa poner de manifiesto.

La lectura del pasaje del Génesis donde se habla de la llegada de unos hombres al campamento de Abraham en el oasis de Mambre puede parecer la reproducción de una de tantas historias del desierto sin mayor alcance. Recordémoslo:

“Se le apareció Yavé (a Abraham) en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera. Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra y dijo:- Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua y lavaos los pies y recostaos bajo ese árbol, que yo iré a buscar un bocado de pan y repondréis fuerzas. Luego pasaréis adelante, que para eso habéis acertado a pasar a la vera de este servidor vuestro.Dijeron ellos:- Hazlo como has dicho.”(Gn 18, 1-53)

La aparente contradicción entre el singular “Señor Mío” y el plural “Tres individuos” (tres ángeles en otras versiones) no es sino una clara alusión al Dios Trino. El mensaje es claro debemos preparar nuestro tabernáculo, nuestra tienda del desierto, para recibir al Señor en su forma más completa. Y esto ¿cómo se hace?

La tradición cristiana nos da la respuesta y por cierto no tan diferenciada de otras tradiciones próximas, como la judía o la musulmana. En resumen, debe haber una postración o reconocimiento de nuestras limitaciones (algo de mayor amplitud y significado que el no siempre bien interpretado “yo pecador”); seguida de una acción petitoria, esto es petición de ayuda divina, o sea de la Gracia y finalmente la meditación y la contemplación. No es algo que pueda explicarse a la ligera y menos aún hacerlo. No hemos hecho más que empezar y ya hemos necesitado de todo nuestro equipaje: Sin prisas, con humildad, sin cargas y a plena disposición de Dios. Seguiremos.

Fr+ Fernando

domingo, 23 de agosto de 2009

En peregrinación

De la misma forma que el viajero que quiere llevar a buen término su viaje, disfrutarlo y aprovechar sus experiencias, debe cuidar algunos aspectos durante el mismo, nosotros, en nuestra peregrinación, hemos de prestar suma atención a otros. Podemos decir que debemos mantener una cierta disciplina.
Hemos de mantener, en primer lugar, una cuidadosa disciplina física. El peregrino debe cuidar sus pies, ya que si se le forman ampollas, su camino será un calvario y se verá obligado a parar durante unos días hasta que se le curen. La mochila debe ir bien cogida con sus correas, evitando que se balancee en exceso lo que le produciría más cansancio y así muchas otras consideraciones prácticas.
Por otro lado debemos mantener un buen estado psicológico. Los peregrinos irán cantando, rezando en grupo o haciendo cualquier otro ejercicio mental que les haga más llevadera la jornada. El camino se andará mejor en brazos de una alegría serena que de una tristeza absurda.
Finalmente, el peregrino debe ejercitar su mente, su capacidad de observación, su capacidad de análisis, para no perderse, para recordar los paisajes y las gentes que conoce y las experiencias que viva.
Nuestro viaje es muy parecido a lo que he descrito. Decía Isaac de Nínive, nada menos que allá por el siglo VII, que la purificación o preparación, que eso es la peregrinación y no otra cosa, tenía tres estadios: La disciplina corporal, la disciplina del alma y la disciplina del espíritu. Llegados a este punto, conviene aclarar que el concepto de disciplina no supone castigar el cuerpo, el alma o el espíritu. Sería sencillamente de necios. No hay mejor comparación que la del atleta: entrena, lleva una alimentación cuidada y una vida ordenada y se mentaliza para la competición. A ningún atleta se le ocurriría pensar en privarse de alimento o azotarse en la creencia de que así estaría mejor preparado.
Pues bien estas tres disciplinas, según Isaac de Nínive, tienen su estricta correspondencia con los tres grados de oración tradicional: la oración verbal, la meditativa y la contemplativa. En la primera hablamos a Dios, le pedimos, repetimos oraciones formalmente constituidas a los largo de los siglos y damos preferencia a nuestra parte física. En la oración meditativa, la mente intenta el acercamiento discursivo a Dios. En la contemplativa, la mente se sosiega y el espíritu consigue que no haya otra actividad que la mera experimentación divina: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. No se trata, en modo alguno, de establecer un proceso secuencial en el que finalmente nos demos de bruces con Dios. Son tres formas que aunque han de aprenderse e iniciar su práctica por ese orden, posteriormente deberán seguir practicándose de forma más o menos simultánea.
Como habréis podido observar. El blog se está organizando en dos vías paralelas. Por un lado, aparecerán los artículos de frecuencia más o menos diaria a nuestra derecha. Por otro lado, a nuestra izquierda irán apareciendo en formato más académico, tal vez más árido, los fundamentos teóricos e históricos, así como referencias bibliográficas y citas propios del hesicasmo
Fr+ Fernando

sábado, 22 de agosto de 2009

Repasemos



  1. Llega el momento de iniciar nuestro viaje. Debemos repasar lo que hemos preparado hasta ahora. Recordemos:

1. Es un viaje que debemos iniciar y desarrollar SIN PRISAS. Hay un proverbio moro que dice “La prisa mata”. Es muy cierto y, en la materia que nos ocupa, más aún.

2. Es un viaje que iniciamos con nada en las manos, igual, ni más ni menos, que la propia vida. Sería estúpido, por nuestra parte, hacerlo engreídos de cualquier tipo de conocimiento, supuesta posesión o pretendida capacidad. HUMILDAD.

3. Un viaje es una experiencia única e irrepetible, aunque volvamos a recorrer el mismo camino, la experiencia será diferente. No podemos llevar en la mente cargas que nos impidan aprovechar la experiencia. Debemos ir ligeros de equipaje: DESAPEGO (de personas y cosas) y PERDÓN.

4. Finalmente hemos de estar receptivos, con todos nuestros sentidos abiertos a la Vida. Porque, en cualquier momento, de improviso, cuando Él lo juzgue conveniente y no cuando nosotros queramos, llegará el Novio y no podemos tener las lámparas sin aceite. RECEPTIVIDAD.
Estamos entrando en un mundo muy antiguo ya, pero, tal vez, nuevo para muchos: el HESICASMO, la vía de la quietud, la forma cristiana de contemplación que ha quedado viva en la Iglesia Ortodoxa y que está experimentando un auge importante. Bienvenidos.


Fr+ Fernando

jueves, 20 de agosto de 2009

Receptividad


La posibilidad de experimentar que ofrece un viaje es posiblemente el origen de porqué hay tanta gente que le gusta hacer camino. Viajar, movernos de un sitio a otro, nos permite conocer nuevos mundos, formas de vida que nos resultan extrañas. Aún hoy día, a pesar de la televisión, las películas envasadas en DWD, los libros, etc., salir andando o tomar el tren, el coche, el barco, el avión o la modesta bicicleta provoca una cierta emoción.

Hay, no obstante y como en casi todas las cosas, una cierta perversión en la cuestión. No todo el mundo viaja por la misma razón. Si desestimamos aquellos que lo hacen por pura obligación, nos podemos encontrar personas que hacen como Vicente, van donde va la gente o como va la gente. Su máximo interés es poder contar a la vuelta que han estado en Cancún, por poner un caso. Incluso hay gente que se disfraza de turista y, cámara en ristre, sale a la captura de imágenes con las que luego aburrir a familiares y amigos. Estas buenas gentes han pervertido el hecho de viajar. Aun así tienen un beneficio: aumentan su conocimiento del entorno, aunque sin profundizar demasiado.

Por el contrario el viajero típico tiene ansia por conocer no solo los paisajes o las piedras muertas de los monumentos, sino que quieren asimilar la cultura, las costumbres, la forma de trabajar, las miserias y las grandezas de su gente, la historia de sus piedras, … todo. Es gente que va con los ojos muy abiertos, que habla con las gentes de los lugares que visita, que se dejan empapar de su forma de ser.

Es frecuente que nuestros chavales, alcanzada cierta edad, sean reticentes a dejar a sus amigos, sus juegos, su vida, en fin, en su aspecto más superficial y nos acompañen refunfuñando: “Pues son piedras iguales que las que hay en Sevilla”; “No hay quien comprenda a estos tíos. Hablan muy raro.”; “¡Qué comida más rara!” y un largo etcétera.

Pues bien, para el viaje que vamos a realizar, ese en el que muchos ya nos llevan delantera, no podemos adoptar esta última actitud. Tampoco podemos pervertir el objeto e iniciarlo porque estas cosas del espíritu están de moda. Es necesario iniciar el viaje con una actitud de integración en el Pueblo que vamos a visitar, pasar por Él sin alterar su natural devenir con nuestra presencia, … Nuestro objeto es dejarnos empapar por esa Inmensa Presencia de la que tenemos un pequeño y confuso recuerdo en nuestra cabeza. Encontraremos que, de esa forma, el Pueblo que vamos a buscar se nos entregará en justa correspondencia con nuestra receptividad.

En la próxima entrada del blog repasaremos nuestro equipaje.

Fr+ Fernando.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El perdón (Ligeros de equipaje II)


Decíamos, hace unos días, que resultaba necesario preparar nuestro ansiado viaje aligerando nuestro equipaje y apuntábamos una serie de cargas inútiles que nos iban mermando en nuestra capacidad de “desplazamiento” por este mundo. Nos coartan, en efecto nuestra capacidad de experimentar y aprender en esta vida. Es lo que le ocurre al niño cuando todo a su alrededor se vuelve juego, cuando sus padres le compran la videoconsola X, unos tíos la Y y otros la Z, la abuela le regala la equipación de fútbol y así un interminable etc. que mantiene la mente del niño en algo tan agradable como es el juego, pero tan estúpido para su vida a medio y largo plazo. Será incapaz de centrarse en el estudio, porque permanentemente estará pensando en el juego.

En electromagnetismo y en otras disciplinas como la resistencia de materiales, se estudia un fenómeno llamado histéresis. Consiste en que el circuito eléctrico o el material de que se trate tienden a conservar el estado de alguna de sus propiedades cuando desaparece la causa que lo ha generado. Este concepto es exportable al comportamiento humano. Y lo podemos encontrar una explicación a nivel individual. Sin entrar en detalles, podemos esquematizar nuestro cuerpo como un conjunto de circuitos electroquímicos altamente especializados en sus funciones, pero que, por su naturaleza, presentan fenómenos de histéresis más o menos potentes. Así, aun habiendo desaparecido el estímulo que causó determinada sensación, podemos seguir teniendo esa misma sensación en ciertas circunstancias. Para eliminar estas consecuencias deberíamos suministrar un estímulo contrario. Nos encontramos ante la explicación física de muchas fobias, especialmente de una de ellas que podemos llamar RESENTIMIENTO y que, en grados extremos y por desgracia frecuentes, degenera primero en RENCOR y luego en ODIO. Los recuerdos, por aparentemente asépticos que sean, nos atan al pasado y como vemos tienen consecuencias indeseables para el presente ya que condicionan nuestra respuesta, nuestra experiencia y nuestro aprendizaje. Es evidente que no podemos olvidarnos de todo, pero sí hay cosas que no podemos permitir que nos acompañen en nuestro caminar. Una de ellas es el resentimiento, la más indeseable. ¿Cómo librarnos de ella?

Debemos tener claro que el origen del fenómeno de la histéresis no está en el estímulo, sino en nosotros mismos. Puede parecernos absurdo y encontraremos mil justificaciones para explicar lo malos que los demás han sido con nosotros y porqué nosotros les tenemos resentimiento, rencor u odio. Y nos estaremos equivocando. Reconocido nuestro problema, podemos caer de nuevo en una equivocación: podemos pensar que lo nuestro no tiene remedio. Y nos volveremos a equivocar. El fenómeno de la histéresis procede de una disposición previa en la orientación de las moléculas y algo parecido ocurre con nuestras células. Nada que el ejercicio del Amor no consiga reparar. Eso sí, es un ejercicio que requiere disciplina; tropezar, caer y volverse a levantar y pidiendo disculpas, aunque nuestro ego piense que el otro nos ha hecho la faena del siglo. Terminemos recordando la instrucción de Cristo: “Si vais a presentar vuestra ofrenda al Templo y os acordáis de que tenéis una deuda pendiente con vuestro hermano, dejad la ofrenda en la puerta del Templo, id a saldar la deuda con vuestro hermano y luego volved al Templo y presentar la ofrenda.

Fr+ Fernando

lunes, 17 de agosto de 2009

Humildad


icen que es una virtud, pero yo creo que empieza siendo un arte que al encontrarse de forma permanente en el carácter una persona se hace virtud. La humildad es el conocimiento de las limitaciones y capacidades de uno mismo y el obrar en consecuencia con ellas. Este conocerse a uno mismo propicia el que aquella persona que domina el arte de la humildad llegue a no creerse superior, mejor o más importante que otro, cualquiera que éste sea.
Sea como sea, la verdad es que la humildad es de las virtudes más escasas hoy día. Es posible que sea la consecuencia de esa filosofía nietzscheana que consideraba la humildad como una falsa modestia, la tapadera de aquellos que tienen complejos de inferioridad por los fracasos sufridos. La verdad es que hemos llegado a un punto en que el ignorante presume de culto, el pobre come menos para parecer más rico, el que desconoce su propio país presume de haber viajado por todo el mundo, el hijo presume del dinero del padre, cantamos a los cuatro vientos nuestro méritos que, en el mejor de los casos, son compartidos, etc. Y lo que es peor tiramos por los suelos los méritos auténticos de otros por conseguir que nadie nos supere.
Pero claro está que conocerse a uno mismo, reconocer sus limitaciones y saber hasta dónde llegan sus potencias es algo incomprensiblemente complicado. Podemos atribuirlo al ego, pero yo diría que es una perversión del ego. El ego lucha por su supervivencia y hace todo lo que está a su alcance por asegurarla. El fallo del ego es concede preponderancia a nuestra parte material, olvidándose de la espiritual. Sin embargo, el orgulloso, el inmodesto, pone en riesgo su propia existencia material porque, no reconociendo sus limitaciones, puede querer saltar más allá de sus posibilidades y caer al vacío. Decididamente, se trata de una enfermedad del ego, ya de por sí atontado, el pobre.
Pues bien, esta carencia de humildad, que es tan perjudicial en nuestra vida cotidiana, se vuelve un lastre inadmisible para el viaje que estamos tratando de preparar. Porque ese viaje será algo inenarrable, apasionante, pero no es una excursión de placer. Vamos a tener un anfitrión Único que nos va a dejar entrar en su mundo por su generosidad, por su Gracia. Resulta imposible para cualquier humano entrar por la fuerza, por sus propios medios. La humildad, en tanto conocimiento y reconocimiento de nuestras limitaciones es la tercera condición para iniciar el viaje.
Fr+ Fernando

Señorias

Yo se que ustedes no lo harían. Yo se que ustedes no se irían de vacaciones dejando un caso de tan graves consecuencias para la vuelta de vacaciones y, si se fueran, quedarían jueces suplentes que seguirían con los casos inaplazables. Yo se que no puede pasar, pero ha pasado.

La mayoría de las separaciones y divorcios toman a los hijos como moneda de cambio y no debería ser así. Acababa de cumplir los nueve años. Estaba muy contenta porque el juez la iba a consultar sobre si quería seguir viendo a su padre o no y ella le iba a decir que no, porque su padre los maltrataba a ella y a su hermano pequeño. Estaba contenta, pero dejó de estarlo cuando se enteró que el juez no la iba a preguntar hasta después del verano, porque su señoría tenía que irse de vacaciones. No podía pasar, pero pasó. La niña y su hermano volverían a pasar parte de sus vacaciones con el miedo como compañero.

Es posible que con su conocimiento de la mente humana, la del niño incluida, me puedan argumentar que lo anterior no es tan grave. Es posible que no despierte “alarma social” porque la sociedad está esterilizada frente a la sensibilidad, porque solo son dos niños los que lo pasan mal y no una población entera. Es posible que estemos todos tan ciegos que no nos demos cuenta que someter a dos pequeños a estas penosas situaciones, las cause quien las cause, pero más si lo son por sus propios padres, es engendrar futuras situaciones de odio, de tristeza, de maldad, que, a buen seguro, contribuirán un poquito más a degradar una sociedad cada día más devaluada. Ustedes, señorías, y todos nosotros tenemos la obligación de evitar estas situaciones.

Fr+ Fernando

sábado, 15 de agosto de 2009

Necedad

Este mundo resulta, cuando menos, chocante en algunas ocasiones. Las personas somos muy dadas a criticar aquello que no entendemos, como si tuviéramos la capacidad suficiente para entenderlo todo.
Cuando algo no lo entendemos o bien lo convertimos en objeto de adoración o bien lo aborrecemos. No tenemos término medio. Y, sin embargo, como casi siempre, en el término medio está la virtud. Aceptar algo, aunque no lo entendamos, es principio básico de convivencia pacífica y la convivencia pacífica es fundamental para la evolución de la Humanidad. Además, todo en esta vida nos aporta una enseñanza y debemos luchar por encontrarla.
Lamentablemente, muchos de nuestros hermanos humanos no son capaces de entender esto. El fuerte solo entiende la eficacia de la fuerza, aunque le lleve a la violencia. El que tiene poder desprecia al que no quiere ser poderoso y no entiende para qué sirve la virtud de la humildad. Muchos buscan el dinero como fuente de ese poder o como forma de asegurar los placeres mundanos y no comprenden que haya individuos que no lo quieran.
Todo esto es necedad y todo esto me vino a la cabeza ayer. Caminaba, como casi siempre, intentando percibir el Espíritu de la Vida, cuando oí la voz, ya madura, de alguien que despreciaba a otro: “¡Será tonto! ¡Pues no le ha dado ahora por rezar!” Quien así hablaba tenía edad suficiente para haber sido depositario de gran comprensión hacia su entorno y, sin embargo, parecía ser la muestra de una vida inútilmente vivida. Claro está que lo de la inutilidad se refiere a él mismo, porque a nosotros debe servirnos de enseñanza y, por tanto, sernos útil. O sea que la aparente inutilidad de algo o de alguien es utilidad para otro. Nada es inútil.
En efecto, la necedad del necio es necedad, pero lo del que no aprovecha la enseñanza de esa necedad es doble necedad.
Hay una corriente de “pensamiento” que, en su incomprensión del asunto, considera el hecho de rezar como algo de viejas y de “capillitas”. Bueno, pues vamos a “aguarles la fiesta”, perdonadme el tono festivo en algo tan serio. En efecto, la oración tiene muchas formas de ser ejecutada y llevada a la práctica. Orar, rezar, es hablar con Dios. Algunos lo hacen sin saber siquiera que lo están haciendo porque piensan que Dios, o Lo Que Sea, está por allí arriba sentado displicentemente y divirtiéndose con las tonterías que hacemos los humanos. No digo yo que Dios no suelte la risotada de vez en cuando con nuestras “jaimitadas”, pero desde luego no está tan lejos. Eso que todos desconocemos, que algunos intuyen y que unos pocos tienen la dicha de percibir a ráfagas, nos rodea y nos impregna, tanto a nosotros como a los demás humanos, como a los demás seres en general. Pues bien, hecha esta observación ¿no creéis que la tertulia con vuestros amigos también es una forma de oración? ¿No os parece que el partido de futbol que jugáis con vuestros colegas es una forma de oración? ¿No pensáis que cualquiera de estas formas de oración se puede banalizar igual que el rezo clásico? Y, finalmente, ¿no os parece que es una necedad reírse del que reza cuando tú mismo estás orando, aunque de otra forma y sin saberlo?

Fr+ Fernando

jueves, 13 de agosto de 2009

Escuchar el silencio, ver la oscuridad.


Recuerdo que, cuando niño, me encantaban aquellas películas de indios y americanos en las que casi siempre, ¡oh casualidad!, los malos eran los indios. Pero a mí me gustaban por lo que hacían precisamente los indios. Sabían escuchar y mirar en la naturaleza. Sabían seguir rastros de animales y de hombres. Aprovechaban las propiedades de las plantas para curar. Estaban plenamente integrados en su entorno. Luego, de mayor, empecé a darme cuenta de que, además, eran capaces de sacar enseñanzas filosóficas y morales de la Madre Naturaleza. No son los únicos, pero el cine se había encargado de acercarnos esa realidad.

El hombre ha perdido mucho separándose de la naturaleza, porque la naturaleza tiene códigos ocultos, que, convenientemente descifrados, aportan un conocimiento muy importante.

Cuando decimos que debemos observar la naturaleza, no se trata de someterla a un proceso científico. Tampoco se trata de dejarnos llevar por la impresión o el miedo hacia fenómenos o manifestaciones de poder. Hemos de permitir que nuestro ser, como parte de esa misma naturaleza, entre en resonancia con ella. Se trata de captar algo más que el color verde de la hoja, o la monotonía del canto de la tórtola.

Cuentan las Sagradas Escrituras que, huyendo de la reina Jezabel que quería matarlo, Elías se dirige al desierto, concretamente al monte Sinaí. Allí, lleno de miedo, con el sentimiento de haber fracasado como profeta y como hombre, se recluye en una gruta. El Ángel del Señor lo lleva a la puerta anunciándole que va a pasar Dios. Se produce un terremoto, sopla un vendaval y pasa una nube de fuego, pero Elías no siente la presencia de Dios en ninguno de estos fenómenos. En el hebreo bíblico se emplea una frase muy significativa que, salvo error por mi parte, viene a ser “qol demamá daqá”. Viene a significar voz de silencio sutil, lo que traducido al lenguaje de nuestros días sería SILENCIO. Esto es que vino después de los tres fenómenos y ahí Dios habló a Elías. Sí, el autor bíblico nos remite al silencio para encontrar a Dios.

Claro está que todo esto requiere una previa preparación y que no todas las personas serán capaces de escuchar el silencio. Viene a mi memoria la anécdota del astronauta ruso Yuri Gagarin que, en el primer vuelo ruso por el espacio, aseguró que no había visto a Dios. Parece que en realidad Gagarin nunca dijo eso, sino que fue una invención de Nikita Khrushchev ante el parlamento ruso. Posteriormente, los americanos llevaron sus convicciones religiosas de la época en varios vuelos de la misión Apolo, incluso cuando alunizaron. Ni unos, ni otros es probable que vieran a Dios, metidos en la ruidosa disputa que se traían sus respectivos gobiernos. Así no se puede encarar la búsqueda de nada y mucho menos de Algo, tan esquivo a la mente humana, como es Dios.

Busquemos, como Elías, la voz del silencio sutil, esto es aquello que queda después de quitar lo superficial de las cosas, aquello que queda cuando eres capaz de escuchar el silencio y ver la oscuridad.

Fr+ Fernando

miércoles, 12 de agosto de 2009

Prisa




El ritmo que nos pretende imponer el entorno es ciertamente frenético. Nos hemos convertido en unos niños malcriados. Hemos llegado a ser esos niños que se vuelven insoportables cuando el objeto de su deseo no se encuentra en sus manos de forma instantánea.

Ha sido algo paulatino, pero que se ha visto acelerado en el último siglo con los avances tecnológicos. A la domesticación del caballo como animal de carga, pero también y sobretodo como medio de romper la barrera natural que, en cuanto a velocidad, tiene el animal humano, siguieron diversos perfeccionamientos e inventos, de los que el del automóvil significó la retirada del “safe car” en una carrera en la que, hasta ese momento, no se había superado la capacidad de asimilación del hombre. La informática, los telemandos, los automatismos y los medios de transporte actuales permiten disponer de información y trasladarse de un sitio a otro en plazos increíblemente cortos frente a lo que el hombre con sus pies o su mente puede hacer directamente.

Pero, esto, lejos de suponer una mejoría en la calidad de vida, lejos de permitirnos disponer de más tiempo para disfrutar de nuestra familia, de nuestros amigos y de progresar en nuestro perfeccionamiento personal, nos pone nerviosos. Alguien nos lo pone delante de nuestras narices, como si fuera una zanahoria, y nosotros corremos y corremos y,… cada vez corremos más. Lo peor de todo es que esta forma de trabajar se ha convertido también en una forma de vivir. Pasamos por la vida sin saborearla. Decía San Antonio que el peor pecado, casi el único, era perder el tiempo. Bueno, pues en eso estamos, en perder el tiempo. Perdemos el tiempo porque recorremos esa vida, que se nos ha dado para que nos ejercitemos en el amor y así expandamos nuestra conciencia de hijos de Dios, la recorremos a toda velocidad. Es como si fuéramos en una AVE y solo fuéramos capaces de ver pasar los paisajes de lejos, sin hablar con sus gentes, sin compartir con ellos su existencia que también es la nuestra, sin oler las flores, o seguir las hormigas.

Para este viaje que venimos organizando ya tenemos dos tareas previas: aligerar nuestro equipaje y prepararnos a viajar sin prisas.

Fr+ Fernando

martes, 11 de agosto de 2009

Ligeros de equipaje

En estos días de verano, nos quedamos maravillados de los grandes maletones que algunos de nosotros arrastran penosamente por estaciones de ferrocarril, por aeropuertos, por hoteles y hasta por las calles. Algunos nos permitiremos soltar algún chiste al respecto, sin saber muy bien si está engendrado por la envidia, por la incomprensión o por ese gracejo que tenemos por estas tierras que nos mueve a sacarle punta a todo.
Como tantas otras veces estaremos cayendo en lo de la mota y la viga. Sí, eso: aquél famoso refrán que dice que vemos la mota en el ojo ajeno y no la viga en el propio. No, si ya sé que tú no llevas un maletón que abulta más que tú. Si, además yo sé que, de llevarlo, no sería una horterada como la que arrastra ese “pringao” y lo llevarías porque, claro está, necesitarías llevarlo. Sí, ya sabemos que siempre vamos a encontrar una escusa. Incluso algunos de nosotros pensarán que ya les gustaría a ellos tener dinero para cargar con ese mamotreto e irse de vacaciones.
Y así podríamos seguir dando vueltas al maletón sin caer en la cuenta de que muchas veces llevamos a cuestas cargas mucho más pesadas e inútiles. Son cargas materiales y no materiales. La relación es preocupante, no solo por su elevadísimo número, sino también por su extrema variedad que hace que no nos percatemos de que realmente son unas cargas inútiles. Os lo digo a vosotros que nadáis en la abundancia, que no sabéis qué hacer con el dinero y vivís obsesionados con él, porque todo dinero es poco. Os lo digo a vosotros que no nadáis en la abundancia porque queréis vivir como los anteriores y no llegáis a fin de mes. Os lo digo a vosotros que andáis odiando a los dos anteriores porque tienen lo que vosotros no tenéis. Os lo digo a vosotros que andáis obsesionados con cualquier circunstancia que os penaliza en esta vida, porque no os dais cuenta de que eso os permite obtener una visión diferente de la vida, una experiencia inabordable desde otra “envidiable” posición. Os lo digo a aquellos que vivís anclados en el rencor por lo que un día os hizo el vecino de enfrente, el hermano, la suegra o la pareja, el país vecino, el banco o el juez que le dio la razón al otro. Os lo digo a aquellos que vivís pensando que os merecíais otra vida, otra pareja, otro trabajo, otros hijos u otros padres, porque estáis perdiendo la oportunidad de vivir vuestra vida. Así podíamos seguir citando tantas y tantas cargas que llevamos a cuestas y que penalizan ese viaje tan maravilloso que queremos emprender.
Ya lo dijo Cristo respondiendo al joven que hacía todo lo que la Ley de Moisés le obligaba a hacer y quería algo más: “coge todo lo que tienes, véndelo y reparte el dinero entre los pobres, luego coge tu cruz y sígueme” También a sus discípulos les mandó ir ligeros de equipaje cuando los envió a predicar. Fijaros que Cristo no le dice al joven que renuncie a su cruz, sino que simbólica y prácticamente le dice que “venda” lo que tiene, sus cargas materiales y mentales, lo que le obsesiona en esta vida, pero no que se desprenda de su cruz porque esa es la que le da sentido a su vida. Esas dificultades constituyen la cruz de cada uno, esa cruz sobre la que el espíritu será elevado, como lo fue Cristo en la suya. Esto no es conformismo, ni masoquismo, se trata de enfrentar la vía de conocimiento que se nos ha propuesto o más bien que nosotros mismos nos hemos impuesto. En próximos días veremos la forma en que podemos conseguirlo.
Fr+ Fernando

lunes, 10 de agosto de 2009

Conocerse


“La estrategia que don Francisco ejercía para que algún día el caballero don Godofredo de Osca pudiese encontrarse a sí mismo, y llegase de este modo a actuar de acuerdo con su propia forma de ser, era la de mostrarle la vida y lo que ésta era capaz de engendrar en el interior de aquellas almas que se empeñaban en creer que eran lo que en realidad no eran. Su misión consistía en hacer que su discípulo comenzase a aceptarse a sí mismo tal cual era, y en que pronto pudiera descubrir su propia personalidad.”[1]

Este párrafo, extraído de la novela histórica indicada en la referencia, está basado en hechos históricos y documentados por el autor a lo largo de su dilatada vida de investigador del Temple. La traigo a este blog porque pone de manifiesto algo de suma importancia para los monjes templarios, algo tan importante o más que el valor y la fuerza en el combate, tanto de la guerra como de la vida: el conocimiento de uno mismo.

Ni eran los primeros que lo pensaban, ni tampoco eran los únicos. Todas las órdenes iniciáticas, tanto pretéritas como contemporáneas, así lo han tenido siempre asumido y así deberán seguirlo asumiendo.

Hablábamos, en los primeros pasos de este blog, de la soledad. Dijimos entonces que nunca estamos solos. En efecto, el conocimiento de nosotros mismos nos lo va a demostrar. Es un viaje apasionante, no exento de peligros, un viaje que todos debemos realizar. No es un viaje sencillo, requiere preparación. Lo contrario nos puede llevar a un estrepitoso fracaso. Hay más aún: el camino se puede hacer en grupo, pero la etapa final solo la puedes experimentar tú mismo.

Fuera consumismo absurdo, fuera drogas más o menos estúpidas, fuera luchas de poder,… fuera todo lo que en este mundo nos distrae de nuestro verdadero objetivo. Estamos a punto de iniciar un viaje que dejará ridículas todas las glorias de este mundo.

Fr+ Fernando
[1] Galera Gracia, Antonio; “La ciencia oculta de los viejos templarios”, Cap. 7

domingo, 9 de agosto de 2009

Sufrimiento


A ti, hermano, que sufres no te puedo decir otra cosa que lo que sabías y olvidaste, solo puedo hacerte recordar. Hacerte recordar que sufres porque desconoces la mentira de este mundo. Porque tú, como yo, vinimos a él sin nada y fuimos creciendo rodeándonos de cosas, de animales y de personas a las que, empujados por las reglas del mundo, íbamos considerando nuestras. Nada tuvimos y nada tendremos. Es, pues, absurdo hacernos la ilusión de poseer cuando no somos dueños de nada, ni de nadie. Porque tú, como yo, nos hicimos participantes de un juego irreal. Porque convertimos el pasatiempo del videojuego, el entrenamiento físico y mental del deporte, en competición absurda. Porque convertimos la sana competición en una cuestión de mortal rivalidad. Porque transformamos el aspecto social del trabajo en fuente de poder. Porque, en fin, vamos dando palos de ciego porque queremos llevar los ojos cerrados y nos disgustamos cuando, con ese absurdo comportamiento, tropezamos y caemos y maldecimos la piedra que nos hizo caer.
Banalizamos las cosas importantes y sobrevaloramos las irrelevantes. ¿Eres incapaz de llegar a fin de mes y eso te agobia? ¿No puedes comprar el último modelo de coche? ¿Has visto cuánta gente camina por la calle sin más bienes que lo que le cabe en una bolsa de plástico? Es posible que, educado en la absurda competitividad, no te sirva de consuelo saber que hay muchísimos otros seres en peores condiciones de vida que las tuyas. Tampoco pretendo que te sirva de consuelo, pero sí de enseñanza. He podido comprobar como muchos de esos seres del tercer mundo, de ese tercer mundo que también existe, ¡hipócritas!, en nuestra sociedad, saben encontrar la felicidad en una sonrisa, en el vuelo de un pájaro, en el rocío de la mañana.
Admira a esas personas que teniéndolo todo han sabido renunciar a ello. Aprende de esas personas que tras perder todo, absolutamente todo, han sabido encontrar la verdadera Vida en esta vida. Sigue el ejemplo de esas personas que, poseedoras de inteligencia, conocimiento, sabiduría, recorren la vida en alpargatas.
Y, sobre todo, recuerda que viniste a este mundo, no para poseerlo, sino para amar y ser amado. Amar incluso en las circunstancias más difíciles, incluso al que te odia, incluso cuando tu cuerpo reclama angustiado tu atención, porque no es tu cuerpo quien ama, sino tu espíritu. Y ser amado porque debes dar a los demás la misma oportunidad que ellos te dan a ti. Siéntete amado, porque en verdad lo eres.

Fr+ Fernando

sábado, 8 de agosto de 2009

Silencio


Escucha la palabra del silencio
Medita sobre sus voces
Piensa en lo que el sabio no ha dicho
Que nada de lo que oyes
Es lo que realmente se ha dicho

Fr+ Fernando

Nacimiento (Navidad, 2007)

He salido a la calle a dar un paseo con mis amigos Chispa y Rocky. Parece que solo ellos fueran conscientes de las fechas en que nos encontramos: Llevan la alegría pintada en sus rostros, su mirada, tranquila, interroga la mía. El día es frío. La tristeza abarrota las calles. Un borracho sufre las consecuencias de su hartura. La gente camina deprisa con frío en su cuerpo y en su corazón. Nada de lo que hay fuera hace presagiar que un nuevo Ser vaya a nacer ¿será un error?

De vuelta a casa, me asomo a la ventana manipulada y manipuladora. Tal vez allí vea signos de auténtica alegría. Nueva decepción: estadísticas de consumo, el precio del besugo, besugos opinando, artificial alegría. Lo importante es la comida, el regalo, la lotería, el consumismo desenfrenado, en fin dioses muertos de seres moribundos.

Me retiro a meditar. En una ciudad no es fácil encontrar un sitio tranquilo, sin ruidos, ni interrupciones. En mi casa hay rincones, cerca de las nubes o del corazón de la Tierra, donde el Silencio prevalece sobre el ruido y las luces locas de feria se apagan ante la Luz. Es suficiente. El parto está cerca, pero la soledad más extrema rodeará este nacimiento, en el que se confunden parturiente y naciente. No hay Matrona que ayude, nadie dará consejo, porque nadie sabe lo por venir o, si lo sabe, no lo puede trasmitir.

Busco en mi recuerdo la Estrella que me oriente, la cara amable de los pastores con el Cordero al hombro, el Anuncio personificado con su mensaje de Paz, la madre y el padre de asombrada mirada, el bondadoso Buey y el Asno testarudo, las Testas coronadas en humildad postradas, la oscura cueva iluminada. Nada de todo eso puedo encontrar a mi lado.

De repente todo cambia. La Luz alumbra la oscuridad. Mi mente viaja rauda por los más recónditos lugares, la gente muda su cara y todos llevan algo a sus espaldas que los iguala. Gentes amables ayudan a los demás hombres, les dan su alegría y los llenan de esperanza. Me sorprendo a mí mismo llevando un asno dócil como un buey, mientras mi madre y mi padre me observan en la distancia, comprendiendo todo o nada. El viento penetra en la cueva y susurra tres palabras “rey, dios y hombre” y tal como llega se marcha. Finalmente todo se apaga, solo queda en el suelo un niño que ríe y llora.

(Navidad, 2007)

jueves, 6 de agosto de 2009

Juntos como hermanos

Recuerdo una canción de mis años mozos cuyos primeros versos decían: “Juntos como hermanos/miembros de la Iglesia/vamos caminando al encuentro del Señor”

La estrofa es realmente hermosa porque habla de unidad. Una unidad que es real, porque, por mucho que el devenir de este mundo terrenal se empeñe en mostrarnos un panorama lleno de individualidades y egoísmos, por mucho que nuestra mente cree una muralla entre nuestra persona y el mundo “exterior”, lo cierto es que todo eso es la tramoya del teatro de la vida, algo fundamental para el desarrollo de la trama y algo sin lo que público y actores no llegarían a fundir sus sentimientos y disfrutar y aprender de la obra.

La estrofa es hermosa porque habla de la Iglesia, sin calificativos. Sí, como lo leéis: sin calificativos. Estamos acostumbrados a asociar Iglesia con la Iglesia Católica o, cuando menos, cristiana, porque hemos nacido en esa tradición. El diccionario de la RAE solo hace alusión a esta acepción o al concepto arquitectónico, influido tal vez por ese mismo entorno cultural. Sin embargo iglesia deriva del griego ekklesia que significa asamblea y era habitualmente usado para designar la asamblea del pueblo, esto es el órgano de representación del todo el pueblo griego. Se trata, pues, de un concepto anterior al cristianismo y con el mismo sentido debieron aplicarlo los primeros cristianos cuando tradujeron las palabras de Cristo, dichas probablemente en arameo, al griego. Esto es iglesia habla de unidad del pueblo y, aplicada al Pueblo de Dios, concebido como universal –“ya no hay judíos, ni gentiles”-, debemos interpretarla como esa conciencia colectiva que hace del cuerpo crístico uno, único e indivisible, suma y combinación de conciencias que debe culminar en el encuentro con el Señor.

Solo queda hacer la estrofa realmente hermosa, olvidar las limitaciones dogmáticas que quieren restringir su aplicación al ámbito de una religión, religión que será tanto más verdadera cuanto más universal.

Fr+ Fernando

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡Qué preguntas, hijo mío!

Me encontraba hace un momento, preguntándole a Dios qué podía hacer yo para ayudar a cambiar lo que de malo veía en el mundo, qué podía hacer yo para superar mi obsesión de ayudar, qué podía yo hacer, en fin, para transmitir a los que tengo a mi lado algo de lo que llevo en mi interior. ¿Cómo podía yo en la extrema pequeñez de mi ser insertado en tal extrema infinitud como es la de Dios pretender mover siquiera un solo grano de arena?

Me asomé a la ventana. El cielo azul presentaba su sobrecogedora inmensidad, sin por ello agobiar. Los árboles que rodeaban y rodean la casa parecían perfectos en su imperfección. Daban sombra, pero nadie se la había pedido. Ni siquiera ellos sabían que la daban. Se limitaban a crecer, a recibir la luz del sol y hacer su fotosíntesis, algo que nadie les había explicado y que probablemente ellos ni siquiera sabían que estaban haciendo. Las flores de las enredaderas que cubrían la impudicia de la construcción humana daban su toque de color y me daban la sensación de paz, algo que necesitaba, pero que yo no había pedido a las flores.

La respuesta estaba ahí, oculta, como oculto está el mensaje de los constructores en las catedrales Es el lenguaje de los pájaros y el de las flores y el de las piedras y el de la Creación entera, incluso el lenguaje del propio hombre que, paradójicamente, cae en la estulticia de no entender ni su propio lenguaje. Porque, ¿os imagináis que el pájaro canta para agradar vuestros oídos? ¿Acaso, las flores persiguen colmar vuestra vista con sus colores o embriagar vuestras mentes con sus olores? ¿Por un casual las estrellas lucen en la noche para que vosotros os quedéis embelesados mirándolas? Pero lo hacen bien, ¿verdad? No se quejan de su suerte: es lo que tienen y lo comparten, a veces, muchas veces, sin saber quien lo recibe.

Fr + Fernando

martes, 4 de agosto de 2009

La mente que nos traiciona

Hace unos días la enfermedad se cebó en dos seres próximos a mí: un ser humano y un perro. La perra, cachorro todavía, se ahogaba por las mucosidades, no dormía, sufría, yo percibía su miedo y su angustia. Me levantaba a media noche, cuando no lo hacía mi mujer, y la cogía en brazos. Le acariciaba la garganta, la cabeza, y así conseguía que se tranquilizara y se durmiera, hasta que la tos la volvía a despertar. Conseguí que durmiera y descansara. El agradecimiento se reflejaba, al día siguiente, en las cabriolas con que me festejaba la perra.

La persona enferma, sin embargo, era estéril a mi presencia, mis palabras y mis atenciones, ¿por qué? ¿Por qué yo era capaz de tranquilizar a la perra y no al ser humano? Porque sus pensamientos iban más allá de lo que en ese momento le ocurría, porque solo se centraba en su cuerpo que ya no le obedecía como cuando era quinceañera, porque yo me empeñaba en transmitirle mi apoyo con mis palabras, con esas palabras que se engendran en nuestra mente y que son una defectuosa réplica de nuestro yo interior. Yo no podía esperar que la perra entendiera mis palabras, pero sí mis vibraciones vivíficas hechas caricias. Yo esperaba que mi semejante, aunque postrada por la enfermedad, percibiera la fuerza que intentaba transmitirle a través de mis palabras. Tremendo error.

Los psicólogos hablan mucho del poder de la mente, pero la mente es traidora y está supeditada a las constricciones del cuerpo. Sin embargo, en nuestro interior, impregnando cada una de nuestras células, hay algo que nos anima, que nos procura la vida. Ese algo fue lo que ayudó a la perra, porque elegí el canal adecuado y porque la perra no tenía el bloqueo de la mente.

Los primeros Apósteles imponían las manos para transmitir a los fieles su fuerza, la fuerza del Espíritu Santo. Lo que podía parecer mero teatro de los discípulos de Cristo tiene un significado mucho más profundo. La experiencia que os he narrado, aun distante en calidad, fuerza y divinidad de la apostólica, me ha ayudado a comprender. Me ha ayudado a reafirmarme en que somos más que cuerpo y mente, me ha ayudado a entender que “eso otro” que forma parte de nosotros tiene fuerza y que “eso otro” nos une, si sabemos utilizarlo, al resto de los seres, humanos o no. Espero que a vosotros también os sirva.

Fr+ Fernando

lunes, 3 de agosto de 2009

Soledad

El número de habitantes de la Tierra supera ya los seis mil millones de seres humanos. Añadamos los billones de animales, plantas y microorganismos. Todos ellos son portadores de Vida más o menos evolucionada. Y sin embargo, a veces, nos sentimos solos. Tal vez, tú que estás leyendo estas líneas te sientes siempre solo. Es normal. Nuestro ego hace intentos desesperados, irracionales, aunque intente vestirlos de la más estricta lógica, por diferenciar nuestro ser del resto de la Naturaleza. Así, nuestra componente material prevalece sobre nuestra parte espiritual que es aquella que nos une al resto del mundo. Cuando este fenómeno se instaura en nuestras vidas de forma permanente se hace patológico, enfermizo, y caemos en depresiones, angustias, miedos. Y, sin embargo, te puedo asegurar que NUNCA ESTAMOS SOLOS.

El ser humano de nuestros tiempos ha ido creando a su alrededor una inmensa burbuja, un mundo artificial aislado de la realidad. Ha creado un sistema operativo muy válido para cada individuo, más o menos compatible con otros individuos semejantes y nada compatible con el resto de la Naturaleza. Tenemos que buscar nuestro sistema operativo original, ése que nos hace compatibles al cien por cien con el resto de la Creación. En próximas publicaciones intentaremos, entre todos, ponernos en la misma onda.

Fr+ Fernando

domingo, 2 de agosto de 2009

PRINCIPIOS


Esta vida que nos ha tocado vivir está llena de dificultades, pero también de alegrías. Compartir unas y otras ha de hacer todo mucho más llevadero.

Uno que, salvando las diferencias espacio-temporales y mis propias limitaciones, pretende ser un Pobre Caballero de Cristo, ha de asumir la obligación de ayudar a los que lo necesitan. Con ello no pretendo satisfacer una egolatría soterrada, sino tomar consciencia de esa unidad real que, al margen de credos, razas, religiones, etc., siempre ha existido y existirá.

No escribo estas líneas para otra cosa que no sea agradeceros a todos vuestra ayuda, porque si logro ayudaros, a mí mismo me ayudaré y si mi prestáis vuesto apoyo, más clara aún será vuestra ayuda.

Sevilla, a 2 de Agosto de 2009.
Fr+ Fernando