Yo se que ustedes no lo harían. Yo se que ustedes no se irían de vacaciones dejando un caso de tan graves consecuencias para la vuelta de vacaciones y, si se fueran, quedarían jueces suplentes que seguirían con los casos inaplazables. Yo se que no puede pasar, pero ha pasado.
La mayoría de las separaciones y divorcios toman a los hijos como moneda de cambio y no debería ser así. Acababa de cumplir los nueve años. Estaba muy contenta porque el juez la iba a consultar sobre si quería seguir viendo a su padre o no y ella le iba a decir que no, porque su padre los maltrataba a ella y a su hermano pequeño. Estaba contenta, pero dejó de estarlo cuando se enteró que el juez no la iba a preguntar hasta después del verano, porque su señoría tenía que irse de vacaciones. No podía pasar, pero pasó. La niña y su hermano volverían a pasar parte de sus vacaciones con el miedo como compañero.
Es posible que con su conocimiento de la mente humana, la del niño incluida, me puedan argumentar que lo anterior no es tan grave. Es posible que no despierte “alarma social” porque la sociedad está esterilizada frente a la sensibilidad, porque solo son dos niños los que lo pasan mal y no una población entera. Es posible que estemos todos tan ciegos que no nos demos cuenta que someter a dos pequeños a estas penosas situaciones, las cause quien las cause, pero más si lo son por sus propios padres, es engendrar futuras situaciones de odio, de tristeza, de maldad, que, a buen seguro, contribuirán un poquito más a degradar una sociedad cada día más devaluada. Ustedes, señorías, y todos nosotros tenemos la obligación de evitar estas situaciones.
Fr+ Fernando
lunes, 17 de agosto de 2009
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