HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

viernes, 30 de abril de 2010

Sobre la oración y sobre la pureza del corazón (6)

En el texto que hoy traemos al blog, San Gregorio continúa con la defensa de los monjes hesicastas. Insiste en la necesidad de recoger el espíritu en el cuerpo. Así le dice a su discípulo:
Puedes ver que si uno quiere alzarse contra el pecado, adquirir la virtud y la recompensa del combate virtuoso, más exactamente la prenda de esta recompensa, el sentimiento espiritual, es necesario recoger el espíritu en el interior del cuerpo y de sí mismo. Querer hacer salir al espíritu, no digo del pensamiento camal sino del mismo cuerpo, para ir más allá, es la cumbre del error griego (equivale a decir pagano)... Pero nosotros reenviamos el espíritu, no solamente hacia el cuerpo y el corazón, sino hacia sí mismo. Aquellos que dicen que el espíritu no está separado sino unido, pueden reprocharnos: ”¿Cómo se podría hacer entrar el espíritu?” Ignoran que la esencia es diferente. Ellos ignoran que la esencia del espíritu es una cosa, y que su acto (energía) es otra. En verdad, ellos no están engañados, sino que, deliberadamente y al abrigo de un equívoco, se alinean entre los impostores... No se les escapa que el espíritu no es como el ojo que ve a los objetos sin verse a sí mismo. El espíritu cumple los actos exteriores de su función según un movimiento longitudinal, como dice Dionisio, pero también retorna a sí mismo y opera en si mismo su acto cuando se contempla; es lo que Dionisio llama movimiento circular. Es el acto más excelente, el acto propio, si lo hay, del espíritu. Por este acto en ciertos momentos él se transciende para unirse a Dios (Noms divins, cap. 4).

Pone su acento, nuestro buen santo, en el error de los “paganos” en querer separar el espíritu, por bueno, del cuerpo, por malo. En efecto, es un tremendo error querer separarlos. Será un esfuerzo inútil porque cuerpo, alma y espíritu están unidos mientras seamos lo que somos. Pretender separarlos es como suicidarse. Precisa aún más; distingue entre la esencia del espíritu y su actuación, entre lo que es y su manifestación. Por esto mismo niega que el espíritu sea como el ojo que no puede verse a sí mismo. Negando lo que no es, nos aporta una percepción básica del espíritu: si el espíritu, digamos individual, es capaz de verse a sí mismo, no queda otro remedio que ser uno con todos los demás espíritus y, siendo todos, todo lo puede ver. Ya no hay dentro o fuera, los otros y yo. Por esto mismo, Gregorio afirma que el hesicasta no es que intente fijar el espíritu en el corazón, sino que pretende fijarlo en sí mismo, sin perderse en divagaciones absurdas. De esta forma siendo, actuando como lo que es (el movimiento longitudinal de Dionisio), “retorna sobre sí mismo y opera en sí mismo su acto”, esto es el movimiento circular de Dionisio o de otra forma: pone de manifiesto la capacidad creadora del espíritu que, sometido a una transitoria y aparente individualidad es capaz de crear su propia “historia”, por eso, termina, es el acto más excelente del espíritu. Cuando somos conscientes de esta realidad, cuando somos capaces de vernos a nosotros mismos, es precisamente en ese instante cuando nos unimos a Dios.
Tenía pensado seguir escribiendo, pero me parece suficientemente denso lo aportado por San Gregorio y tremendamente pobres mis palabras para pasar tan ligero sobre algo tan importante. Creo que debemos meditar profundamente en el texto de San Gregorio. Os invito a ello.

sábado, 24 de abril de 2010

Sobre la oración y sobre la pureza del corazón (5)

Cita de Gregorio Palamás rememorando a los Santos Padres:

El espíritu enteramente espiritual está envuelto con una sensibilidad espiritual, no cesemos de perseguir ese sentido, a la vez en nosotros y fuera de nosotros

Sobre la oración y sobre la pureza del corazón (4)

Continuando con su defensa del hesicasmo, decía San Gregorio Palamás:
“En cuanto a nosotros, sabemos a ciencia cierta que nuestra alma razonable no está dentro de nosotros como estaría en un recipiente -puesto que es incorporal- pero tampoco fuera -puesto que está unida al cuerpo-, sino que está en el corazón como en su órgano.”
Cuando se nos dice que el hombre es cuerpo, alma y espíritu, intentamos inmediatamente hacer un modelo de la realidad que podamos comprenderlo con nuestra limitada capacidad. Nuestro ego empieza a jugarnos una mala pasada haciendo prevalecer una parte, el cuerpo, sobre las otras dos. Así imaginamos el espíritu anclado en el alma, casi confundido con ella, y el alma encerrada en el cuerpo, como si este fuera un recipiente. Sin embargo, San Gregorio nos dice que ni dentro, ni fuera. No puede estar dentro porque estaríamos otorgándole una característica, la forma, propia del cuerpo físico e incompatible con su incorporeidad, incorporeidad que, de no cumplirse, convertiría al alma en una parte del cuerpo, o sea en cuerpo mismo y, por tanto indiferenciada e indiferenciable de él. Pero tampoco puede estar fuera de él, puesto que está dentro de él, puesto que sin ella, el cuerpo muere.
Entra ahora el santo en una aparente paradoja. Trae a colación unas palabras de Cristo:
“No contamina al hombre lo que entra en la boca, sino lo que sale de la boca... lo que sale de la boca procede del corazón y eso es lo que mancha al hombre.” (cf. Mt 15, 11-19),
para justificar una cierta “asociación” del alma al corazón. Con estas palabras parece que unimos el alma al cuerpo, aunque sea en uno de sus órganos como es el corazón, pero no es así. El corazón es la forma palpable de la vida, reflejo, y solo reflejo, del alma. Podemos mover todo nuestro cuerpo a voluntad, modular la respiración, etc. pero nuestro corazón seguirá latiendo a su ritmo, al ritmo que marque la partitura de nuestra vida. Y eso es algo que hace el alma. Algo cuyos pulsos son los pulsos de la vida. Algo que, sin ser totalmente de este mundo, se ve influido por las leyes de este mundo.
Podemos llegar a entender toda la argumentación anterior, pero se nos plantea la incógnita del espíritu. ¿Qué dejamos para el espíritu? ¿Dónde lo encontramos? San Gregorio nos cita a Macario, uno de los Padres del desierto, que dice:
“El corazón preside todo el organismo. Cuando la gracia se ha apoderado de las praderas del corazón, reina sobre todos los pensamientos y sobre todos los miembros. Pues es allí donde se encuentran el espíritu y todos los pensamientos del alma”
Introduce Macario un puntal importante en este análisis ontológico: la Gracia. Cuando la Gracia divina “ha decidido” que somos dignos de “ver la faz de Dios”, de ser conscientes de nuestra realidad inmersa en la realidad cósmica, el espíritu, como manifestación de la Unidad Divina se encuentra con el alma y ambos en armonía perfecta con el cuerpo, todo lo cual tiene lugar, como licencia poética, en las “praderas del corazón”.
Todo a imagen y semejanza de la Santa Trinidad.

viernes, 23 de abril de 2010

Sobre la oración y sobre la pureza de corazón (3)

En vida de San Gregorio Palamás hubo numerosos ataques a la vía hesicasta, en especial por parte del filósofo Barlaam de Calabria. En ese ambiente resultaba incomprensible que los hesicastas hablaran de “introducir el espíritu por las fosas nasales” o que se dijera que había que fijar el espíritu al alma y al cuerpo, cuando era aceptado que el espíritu estaba unido al alma. El empeño de tomar al pie de la letra las expresiones empleadas no con precisión lingüística, sino con libertad poética, hacía poco menos que imposible que los denostadores entendieran el hesicasmo. Lo peor venía del hecho de que las creencias de algunos hesicastas principiantes se tambaleaban. Uno de ellos se dirige a San Gregorio y le pregunta:
“Explícame, entonces, padre mío, por qué ponemos todo nuestro cuidado en introducir en nosotros nuestro espíritu y no nos equivocamos al recluirlo en nuestro cuerpo.”

La respuesta de Gregorio es muy larga, tendremos que fraccionarla a lo largo de los próximos días. Empieza diciendo así:
“Nuestro cuerpo no tiene en si mismo nada de malo; es bueno por naturaleza; sólo existe algo dañino en él: el espíritu camal, el cuerpo prostituido al pecado. El mal no viene de la carne sino de aquel que la habita. El mal no consiste en que el espíritu habite en el cuerpo sino más bien en que la ley opuesta a la ley del espíritu se ejercite en nuestros miembros. He aquí por qué nos revelamos contra la ley del pecado y la expulsamos del cuerpo para introducir en él la autoridad del espíritu. Gracias a esta autoridad fijamos la ley, la naturaleza y el límite de su ejercicio a cada potencia del alma, a los sentidos y a los miembros del cuerpo; a cada uno lo debido: esta obra de la ley lleva el nombre de temperancia; a la parte apasionada del alma le procuramos el hábito excelente que es la caridad y, a la parte razonable, la mejoramos arrojando todo lo que se opone a la ascensión del espíritu hacia Dios: este aspecto de la ley se llama sobriedad. Aquel que purificó su cuerpo por la temperancia, aquel que por la caridad ha hecho de su ira y de su concupiscencia ocasiones para la virtud, aquel que ofrenda a Dios un espíritu purificado por la oración, adquiere y ve en sí mismo la gracia prometida a los corazones puros... «Llevamos este tesoro en vasos de barro» (cf. 2 Cor 4, 6-7); entended por ello nuestro cuerpo. ¿Cómo entonces, reteniendo nuestro espíritu en el interior de nuestro cuerpo, faltaríamos a la sublime nobleza del espíritu?”

Para San Gregorio es evidente que el espíritu está unido al alma y al cuerpo, pero el espíritu se encuentra trabado por la ley del “pecado”, esto es por las tendencias, preocupaciones, limitaciones, etc. de este mundo físico. Se trata en resumen de un “espíritu camal” o sea encadenado, atado o, si se quiere, esclavizado. Se trata de evitar su comportamiento disperso, pasional y extremadamente racionalizado. Para ello, San Gregorio propone la virtud de la temperancia, de la caridad y de la sobriedad.
Atemperar significa moderar, moderar la actuación de las potencias del alma en su relación con el cuerpo, no dejarse llevar por la actividad embriagadora de nuestros sentidos y de nuestros órganos (¡Ojo! Moderar no significa anular)
La pasión, en el sentido dado por el santo, supone un “amor” exagerado hacia nosotros o hacia un prójimo o grupo de prójimos. Por tanto es excluyente del resto de nuestros semejantes y, más aún, del resto de la Creación. Es necesario, pues, recurrir a la caridad, esto es amar al prójimo como a nosotros mismos, sin limitaciones, diferenciaciones o cortapisas.
Finalmente, nos habla de la sobriedad, pero lo hace con un sentido genérico. No se trata de la sobriedad en el comer o en el dormir, sino en el pensar. Frenar la divagación o el análisis excesivo basado en el error de creer que con la razón y solo con la razón podemos llegar a “ver” a Dios.

lunes, 19 de abril de 2010

Amor incondicional (2)

En días pasados colgué unas meditaciones sobre el Amor incondicional. Hoy repasando los blogs y páginas WEB que frecuento, he encontrado un artículo denominado "Premisas de fraternidad" del grupo Hesiquia que os recomiendo. Aunque el enlace general figura en la columna de vuestra izquierda, os adjunto el que lleva directamente al artículo en cuestión.
http://hesiquia.wordpress.com/2010/02/19/premisas-fraternidad/#respond
Un abrazo

sábado, 17 de abril de 2010

Sobre la oración y sobre la pureza del corazón (2)

La meditación de hoy, apoyada en el texto que venimos comentando de San Gregorio Palamas, va dirigida a aquellos que ya han iniciado el camino de la evolución espiritual. Cuando empezamos a saborear las mieles del espíritu, podemos caer en la pérfida trampa del maligno. Una trampa sobre la que se nos advierte desde el principio en la vía hesicasta: la falta de humildad.
Es habitual que quien ha llegado a vislumbrar las maravillas de Dios, henchido por su logro, caiga en la debilidad, ceda ante el ego y se crea superior al resto de los hombres. Las alabanzas de quienes lo ven y conocen pueden conducirle a considerarse imprescindible para sus hermanos en el mundo espiritual. San Gregorio nos da la receta para no caer en la tentación.
Considerad a alguien que, por su asiduidad a la oración, haya purificado el acto de su espíritu, haya conocido una iluminación parcial, ya sea de la luz de la ciencia, ya sea del resplandor espiritual: si él se considera purificado por esto, abusa y, por su presunción, abre totalmente la puerta a aquel que sólo espera una ocasión para engañarlo. Si por el contrario, mide la impureza de su corazón y en lugar de elevarse por esa pureza parcial hace de ella un medio y un auxiliar, verá más claramente la impureza de las otras potencias del alma, progresará en la humildad, aumentará sin cesar su compunción y descubrirá los remedios apropiados a cada potencia del alma. Mediante la acción purificará sus facultades activas; por la ciencia, sus facultades de conocimiento; por la oración, su facultad contemplativa; y este itinerario, lo conducirá a la pureza perfecta, verdadera, estable, del corazón y del espíritu. Nadie puede alcanzar esto más que por la perfección de la acción, la contrición perpetua, la contemplación y la oración contemplativa.

Sobre la oración y sobre la pureza del corazón (1)

Seguimos en la línea de traer a este blog citas de los Padres del Hesicasmo. Con la presente entrada iniciamos el análisis del gran teórico de la oración hesicasta: Gregorio Palamas. Para nuestra meditación de hoy he tomado dos párrafos de su obra “Sobre la oración y sobre la pureza de corazón”.
Cuando la unidad del espíritu deviene trinitaria, sin dejar de ser uno, el espíritu se une a la mónada trinitaria suprema, cerrando todas las puertas que conducen al error, dominando a la carne, al mundo y al príncipe de ese mundo. El espíritu escapa así enteramente a su ataque, está totalmente en sí mismo y en Dios, gozando de la exaltación espiritual que brota en él en tanto se mantiene en dicho estado. La unidad del espíritu deviene trina y permanece una, cuando él se vuelca hacia sí mismo y sube de si mismo hacia Dios. La conversión del espíritu hacia sí mismo consiste en cuidarse a sí mismo; su ascensión hacia Dios se opera ante todo por la oración: a veces en una oración recogida y concentrada, a veces en una oración más extendida', lo que es más laborioso. El que persevera en esta concentración del espíritu y en este crecimiento hacia Dios, conteniendo enérgicamente los ataques de su pensamiento, se acerca interiormente a Dios, entra en posesión de los bienes inefables, gusta el siglo futuro, conoce por el sentido espiritual cuán bueno es el Señor, según la palabra del salmista: «¡Gustad y ved qué bueno es Yahvé!» (Sal 34, 9).
Llegar a la trinidad del espíritu, conservándolo uno, y unir la oración a este cuidado, esto no es demasiado difícil. Pero perseverar largo tiempo en ese estado generalmente inefable, ésa es la dificultad misma. El trabajo sobre cualquier otra virtud es insignificante y ligero en comparación. He aquí por qué muchos renuncian al encierro de la virtud de la oración y no llegan más que a los grandes espacios abiertos de los carismas. Pero a los que son pacientes los están esperando los más grandes auxilios divinos, que los sostendrán y los llevarán gozosamente hacia adelante, haciéndoles fácil la dificultad misma y confiriéndoles una aptitud angélica. Dichos auxilios otorgan a la naturaleza humana la posibilidad de vivir según las naturalezas que la sobrepasan. El profeta lo ha dicho: «Los que esperan en Yahvé renuevan sus fuerzas, remontan el vuelo como águilas, corren sin fatigarse y caminan sin cansarse» (Is 40, 31).
Sin querer quitaros la oportunidad de meditar sobre estas frases por vuestros propios medios, me gustaría llamar la atención sobre algunos aspectos.
En primer lugar, San Gregorio establece una clara semejanza entre Dios y el Hombre, Dios es trino y uno desde el principio de los siglos, mientras que el Hombre puede alcanzar esa naturaleza. Nos encontramos ante uno de los misterios de la religión cristiana que la Iglesia Romana ha transmitido a los fieles de forma dogmática. Entraríamos aquí en una de las polémicas entre la Iglesia Ortodoxa y la Católica Romana. Lejos de mí entrar en esa discusión. Pero sí resulta interesante aprovechar la metáfora utilizada por San Athanasios el Grande, Patriarca de Alejandría, para explicar el misterio de la Santísima Trinidad. Para ello utilizó las figuras de la Fuente, el Río y el Agua del Río. La Fuente es el Padre, de quien procede el Espíritu Santo.
El Río es el Hijo, quien envía, tal y como anunció el propio Cristo, el Espíritu Santo, después de su sacrificio voluntario en la Cruz y de su Gloriosa Resurrección. El Agua del Río es el Espíritu Santo, él es quien distribuye la gracia y los "dones". Así, pues, las tres personas (entidades que tienen una real e individual existencia), de la Santísima Trinidad, son indivisibles, como lo muestra el ejemplo: La Fuente, el Río y el Agua del Río son, los tres, de la misma esencia.
La semejanza a que alude San Gregorio queda muy bien explicada con las palabras de San Athanasios. En el Hombre están presentes los tres componentes, ninguno de los tres puede tomar preponderancia sobre el resto. La Fuente es el Yo interior, el Río es el Cuerpo y el Agua el Alma. ¿Dónde se ha visto un río sin agua? ¿Dónde hay un río si cauce? Pero con todo ser fundamentales alma y cuerpo, si no hay fuente, si no conservamos adecuadamente la fuente, el río desaparecerá. Por eso el santo insiste: “La conversión del espíritu hacia sí mismo consiste en cuidarse a sí mismo.”
Sin embargo, San Gregorio nos advierte de que el trabajo que conlleva ese cuidarse a sí mismo, o sea descubrirse y cuidarse, es inmensamente más sacrificado que perseverar en cualquier virtud. Por este motivo algunos llega a atisbar la Fuente, el Yo interior, pero pocos son capaces de perseverar en esa interiorización y, en la mayoría de los casos, no somos capaces de ir más allá de recibir la Gracia de Dios en forma de carismas, dones.
No todo está perdido, ni debemos, por ello, de desesperar. Solamente con esperar en Dios, seremos capaces de acceder a experiencias místicas inenarrables. Se apoya en un versículo del profeta Isaías: “Los que esperan en Yahvé renuevan sus fuerzas, remontan el vuelo como águilas, corren sin fatigarse y caminan sin cansarse”

viernes, 16 de abril de 2010

El tesoro del amigo de mi amigo

Mi amigo tiene un amigo que, a su vez, tiene un gran tesoro. El amigo de mi amigo, tal vez, no lo sabe. Abatido por lo que cree su fin, se estaba olvidando de que los otros, su familia y sus amigos, pero también aquellos que teóricamente no le son nada, están con él. Engañado por la medicina oficial que le quita algo tan preciado para el hombre como es la esperanza, no quería saber nada de esta vida. Pero su amigo, sabe que donde no llega el razonamiento, llega el corazón. Su amigo sabe que cincuenta y dos personas enviando su “apoyo” a su amigo, son muchas personas. Mi amigo llama a las puertas de sus amigos y pide ayuda para nuestro común amigo. ¡Qué maravilla sentirse arropado por nuestros amigos! ¡Qué gran tesoro tiene el amigo de mi amigo y ambos mis amigos!
Tal vez sea mi deseo, mi ilusión, pero estoy seguro de que nuestro amigo ya sabe de todos nosotros, aunque nadie se lo haya dicho. Nuestro amigo está descubriendo ahora lo que no había descubierto hasta este momento, está viviendo lo que quería descubrir y la sonrisa está volviendo a su rostro. Es la mejor medicina. Una medicina que habremos activado entre TODOS y que él sabrá aplicar de la mejor forma posible. Eso es lo que le deseo: que entre todos le hayamos podido transmitir la fuerza suficiente para poder llevar cabo su misión en este mundo. Llevarla a buen fin lo tiene que hacer él y lo hará.
Pero vaya ahora mi admiración, mi agradecimiento y mi felicitación a mi amigo, porque su fe ha ayudado a su amigo. Sin más palabras: el que quiera entender que entienda.

jueves, 15 de abril de 2010

La alegría de ser santo o ser santo por la alegría


Es curioso pero la alegría no figura nominalmente entre las virtudes reconocidas habitualmente como teologales (Fe, Esperanza y Caridad), ni tampoco entre las morales (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza) y yo quiero romper una lanza por la Alegría.
Recuerdo una canción de mis años de colegio marista que aludía a la Alegría: “Si Dios es Alegre y Joven y sabe sonreír, ¡sí!, ¿porqué rezar tan tristes? ¿Porqué vivir sin cantar, ni reír?” La compuso y nos la enseñaba un espigado sacerdote, el capellán del colegio,: el Padre Cesáreo Gabarain (en la columna de fijos cuelgo la letra completa de la canción).
La alegría es fundamental en nuestra vida de cristianos. Ni el más estricto contemplativo debe rechazar la alegría. La alegría es como el agua que refresca nuestra garganta y nuestro cuerpo cansado. Sin alegría no avanzaremos ni un paso. Nos dice San Serafín de Sarov, un admirado hesicasta: "Cuando yo entré en el monasterio, cantaba en el coro. Sucedía, a veces, que los hermanos estaban muy fatigados, entonces el canto se resentía. Algunos ni siquiera acudían. En cuanto a mí, era mi goce, como estaba siempre tan alegre, cuando ellos se reunían, yo les decía algo gracioso, y ellos olvidaban su cansancio. En la casa de Dios, es desagradable hablar o hacer algo inconveniente, no es correcto, pero una palabra afable, divertida, animosa, no es un pecado, Madrecita. Ayuda al espíritu del hombre a mantenerse en el goce delante del rostro de Dios."
No cabe duda que una reconfortante oración con Dios o una eficaz meditación son una alegría para nuestro ser: el pan nuestro de cada día. Pero en el árido desierto por el que transcurre nuestra existencia, nuestra búsqueda, difícilmente podríamos llegar al final, si no pusiéramos en nuestro escaso equipaje una buena dosis de alegría. Muchas veces se nos olvida incluir la alegría como parte de esa preparación previa a la meditación o, como mucho, la damos por incluida tácitamente en esa actitud que, se nos dice, debemos adoptar antes de meditar u orar. Pues bien, la alegría no es una condición más, es la condición. ¿Qué credibilidad tendremos en nuestro compromiso con Dios y los Hermanos (Fe, Esperanza y Caridad), si lo firmamos con cara de pocos amigos, con el gesto adusto o el corazón encogido por no se sabe qué pena?
Así, pues, la alegría es la primera de las virtudes que, como cristianos, en general, y como hesicastas en particular, debemos fomentar en nuestra vida. Ahora bien, no se trata de una alegría bulliciosa, alocada o libertina. Es una alegría serena, consciente y convencida de que nuestro destino es vivir.

miércoles, 14 de abril de 2010

Soledad: ese peligro

Hace tiempo leí que la práctica mística podía resultar peligrosa para ciertas personas. En aquél momento no lo entendía. No podía comprender que, si tras la nube estaba Aquello que más anhelábamos, esto pudiera causarnos tristeza o, más aún, daño. Parecía una contradicción.

Con el tiempo llegué a entender que el problema venía en muchos casos de la soledad. El hombre, en su aspecto más material, necesita de sus semejantes, en mayor o menor medida. Algunos son casi autosuficientes y otros extraordinariamente dependientes, por su naturaleza o por el devenir de sus vidas. El entorno en que se mueve el hombre occidental es inhóspito. En la selva los hombres del mismo pueblo se apoyan; la supervivencia es algo de todos y no un problema individual. En la ciudad no. En la ciudad la supervivencia física está bastante garantizada, ello hace que no busquemos a los demás. Peor aún, que nos molesten. Si a eso añadimos las prisas, las desconfianzas, los prejuicios y un largo etcétera de incongruencias, pensaremos que el campo de la vida está roturado y abonado para sembrar la semilla de la soledad. Sin embargo, la conclusión es errónea. Es un engaño o la consecuencia de un engaño de nuestro ego.

El ego, sutil enemigo nuestro, siempre busca subirnos a un pedestal aunque eso conlleve el convertirnos en estatua de sal. Sí, podía haber dicho de alabastro que queda muy bien, pero he dicho de sal, porque en estatua de sal se convirtió la mujer de Lot cuando, huyendo de Sodoma, se volvió a ver la ciudad pese a la prohibición del ángel. La sal, en esta historia, es causa de muerte. Volver la vista a las consideraciones mundanas tiene esa consecuencia: la muerte. Pero cuando digo “mundana” no tomo la acepción más peyorativa; no me refiero a la depravación sexual, a la gula desacerbada o a la usura mercantilista, sino a todo aquello que nos ata “irracionalmente” a esta vida.

En contra de lo que podáis pensar, no me he separado del objeto de estas meditaciones. El ego nos acecha hasta lo más recóndito de nuestro corazón. Cuando avanzamos en nuestro caminar místico, llega un momento en que alcanzamos la Iluminación o un atisbo de la misma. No puedo, porque me faltan las palabras, ni debo, porque os privaría de vuestra experiencia, definiros la Iluminación. Pero una de las cosas que sentiréis es una proximidad a todo ser, vivo o inanimado, que veáis o imaginéis. Una proximidad tal que llegaréis a sentir que sois uno con todo lo que os rodea. Y ahí llega el peligro. La mente que no esté preparada sentirá temor, miedo o incluso pánico porque confusamente vivirá, imaginará, la unidad como soledad (si fuera de Dios no hay nada y llegamos a ser conscientes de nuestra unidad con Él, la mente elucubrará que fuera de ella no hay nada) La mente se verá superada por algo que no puede racionalizar y ante ello sentirá miedo.

Este es el peligro a que puede enfrentarse el incauto. Las técnicas de meditación nos ayudan, según la vía escogida, a tranquilizar el cuerpo, a serenar la mente en cuanto a evitar que divague, pero pocas veces la preparan para no tener miedo ante algo que la desborda totalmente como es la unión con Dios. Por este motivo, es importante disciplinar el cuerpo, pero sin olvidar la mente. Así el estudio de las Sagradas Escrituras, de los Padres del Desierto, etc., es fundamental. O en otras palabras la meditación estática que deja parada la mente, debe ser alternada con una meditación más dinámica basada en el estudio. Una vez más llegamos a la conclusión de que el devenir del hombre ha de ser equilibrado y simultáneo en sus tres partes: cuerpo, alma y espíritu. Espero y deseo que mis palabras sirvan para prevenir y no para huir.

sábado, 10 de abril de 2010

Amor Incondicional

Alguien debe explicar qué es esto del amor incondicional porque, desde una parte de mi Yo, percibo la duda, cuando no la ironía, sobre el amar a todos por igual. ¿Cómo explicar a una madre o a un padre que tiene que amar por igual a sus hijos y a los del vecino? Bromas aparte, ¿cómo explicar que tenemos que amar a nuestra pareja igual que al prójimo? ¿Cómo explicar que hasta el más pequeño ser, animado o no, debe ser objeto de nuestro amor? ¿Cómo explicar que algo sutil, impalpable, etéreo, de otro mundo es mejor que otro algo, mucho más tangible, de éste?
Debemos empezar por hacer correctamente las preguntas. A la pregunta, más o menos cvalida, de ¿qué es?, no puede seguir una escala de valores, de prioridades, porque caeremos en el engaño. Está claro que, anclados en este mundo, con las cargas y apegos de este mundo, caemos en el error de rechazar todo lo que creemos no se ajusta al canon preestablecido. Nos aferraremos a nuestra condición de cónyuges, a nuestro compromiso con nuestra pareja para rechazar todo otro amor que no tenga por objeto nuestra pareja. Y quien dice pareja, dice hijo, amigo o maestro; patria, pueblo o equipo de futbol.
Dice el diccionario de la RAE que incondicional significa “absoluto, sin restricción ni requisito”. Y, esto ¿qué quiere decir? Es fácil ver el grado que adopta el amor incondicional: es el máximo que se pueda conseguir, así sin límite. Pero si nos quedamos en esto, estaremos dejándonos influir por restricciones, digamos, culturales. Madres y padres solemos caer en un tremendo error: pensar que somos los mejores y, si no lo somos, hemos de dejarnos la vida en serlo. Es muy duro lo que viene a continuación, me ha asustado y he pensado no escribirlo. Lo siento, creo que es la verdad. Empeñarnos en ser, ante todo y sobre todo, madre o padre es caer en la sutil trampa del ego que lucha por sobrevivir, alimentando nuestro orgullo por ser buenos padres o sirviéndonos de acicate para implicarnos en la trama de este mundo con el objeto de ser los mejores. Es cierto, nadie puede decir lo contrario, que el amor hacia cualquier ser, para que sea amor ha de ser incondicional y en ese sentido el amor maternal/paternal es de los pocos amores que lo consiguen. Pero ¿qué ocurre cuando, en lugar de un hijo único, es una familia numerosa? ¿Acaso la madre o el padre, dejando de lado ciertas mejores sintonías, no los quieren por igual? Ninguna madre criaría a uno de sus hijos y despediría al resto. En todo lo que venimos hablando, hemos limitado toda la argumentación a una única acepción de las palabras que intervienen en la definición. Hemos insistido en la intensidad, pero nos hemos olvidado de la amplitud, de la extensión.
Cristo, nuestro Maestro, nos dijo claramente “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” Y el ejemplo que nos dio fue explícito, claro y rotundo: hasta sufrir la muerte de cruz.
Claro que, ahora viene lo más difícil ¿cómo ejercemos el “Amor incondicional”? Vaya por delante que es muy difícil. No se nos escapa que es difícil amar a quien nos odia, incluso es lógico, maldito pensamiento, no amar al que no conocemos o al que vive en la distancia. Pero podemos ahondar algo más. Nos resulta difícil dejar de criticar, o sea no amar incondicionalmente, al político que nos roba, al vecino que tiene mal genio con los niños; al vecino que es un “nosequé” porque la del cuarto le ha visto salir y entrar acompañado de unos con unas “pintas”…; al del Sevilla porque yo soy del Betis o al revés; a los perros porque nos molestan en aspectos más o menos escatológicos, como si los humanos no molestásemos a los humanos; al extranjero o al que no lo es que nos acosan en los semáforos o dicen que nos ayudan a aparcar el coche, sin preguntarnos por qué lo hacen; … La lista es larga, interminable, pero solo nos ha servido para ver todo lo que no hacemos y todo lo que podemos hacer.
Algunos nos dirán, e incluso vosotros mismos os lo diréis, que mucho presumir de amor incondicional pero falláis estrepitosamente en vuestro amor a una persona concreta. No hagáis caso. Si fuéramos perfectos y practicáramos el amor incondicional con todos y a todas horas, no necesitaríamos estar aquí. El mundo en que vivimos es así. Está hecho de amores y odios pasionales. Tenemos que traer el Cielo a la Tierra y si Cristo lo hizo sometiéndose a los dictados de este mundo, nosotros no vamos a ser más. Y en este proceso iniciático del Amor Incondicional, cuando empezamos somos tan malos “amantes” como los demás. El mérito está en seguir adelante, incorporando cada día a uno más a la lista de amados.
Llegamos ya al final. El que quiera amar incondicionalmente tiene que dar dos pasos. Nos hemos referido a las madres y a los padres en repetidas ocasiones y como ejemplo de amor incondicional, ¿porqué? Porque son los creadores de ese hijo. La madre en especial, pero ambos pusieron algo más que un óvulo y un espermatozoide, pusieron su voluntad, fueron conscientes de lo que hacían y de lo que querían. Claro que en esta forma de amor hay algo que lo adultera: la cadena puramente biológica. En el amor incondicional pasa lo mismo. Nuestros semejantes, nuestros prójimos, nacen y viven porque nuestro Yo lo quiere. Pero ese Yo es el mismo en todos y cada uno de nosotros. Cuando somos conscientes de esta realidad, no podemos dejar de amar a nuestro prójimo, tenemos con él una relación similar a la de padres e hijos.
Pero está claro que vivimos inmersos en este mundo. Nuestro cuerpo está sometido a sus leyes y sus leyes son tiránicas, arteras, rastreras,… Por eso es necesario disciplinarnos en dominar aquello que más nos repugna, darle la razón al otro, perdonarle aun a sabiendas de que tengamos la razón; perdonarle aun habiendo sido objeto de su ira y mucho más si nos hemos dejado llevar por su misma ira; perdonar su defectos como Dios no toma en cuenta los nuestros porque ¿estamos seguros de que son “sus” defectos y no los nuestros los que están incordiando en la relación?

sábado, 3 de abril de 2010

Evagrio Póntico. Pensamientos



Traemos hoy al blog algunos pensamientos de este gran asceta que vivió en el siglo IV d.C. Han sido extraídos de una de sus obras, “Tratado de la oración”, y por tanto son evidentes consejos para la práctica de la oración y la contemplación. Tiene un doble interés: por un lado, constituye una clara guía sobre la práctica del hesicasmo y, por otro, marca un hito histórico en los fundamentos del hesicasmo.


En varios de estos pensamientos insiste en acallar la mente, buscar el silencio, como única forma de conseguir una oración eficaz.
“Esfuérzate por mantener tu intelecto durante la plegaria, sordo y mudo; así podrás orar”.

“¿Tu inteligencia divaga durante la oración?: es que ella no ora todavía como un monje, ella pertenece todavía al mundo y está ocupada en la apariencia de lo exterior” (Orar como un monje es orar mientras la mente permanece en silencio, sin divagar)
“Procuremos que la inteligencia no se detenga en los pensamientos simples, no sea que por ello no alcance el lugar de la oración, pues puede perderse en la contemplación de los objetos y en razonar sobre ellos; ahora bien, ese razonar imprime por su calidad de consideración de objetos una forma en la inteligencia, y la aparta de Dios” (Cuando Evagrio habla de pensamientos simples, se refiere a aquellos que son inocentes per se, a diferencia de otros que sean malvados. Quiere con esto llamar la atención sobre que no debemos confiarnos con ningún tipo de pensamiento por bueno que nos pueda parecer).

“No imagines la divinidad en tí cuando oras ni dejes que tu inteligencia acepte la impresión de una forma cualquiera; mantente inmaterial y tú comprenderás” (En cierta forma retoma la misma llamada de atención de antes: ni siquiera podemos entretenernos en pensamientos buenos, divinos, en la presencia de Dios o en darle forma o concepto, NADA. Posiblemente sea esta una de las manifestaciones más claras de influencia oriental que podamos encontrar en los autores hesicastas. El argumento, podemos decir que teológico, es claro: Cualquier imagen o concepto que podamos generar sobre la divinidad es solamente una idea mental basada en nuestras creencias y opiniones o en nuestra imaginación y, por lo tanto, será incapaz de tocar lo divino, que está mucho más allá de la mente).

Aún afina más Evagrio. Podemos imaginar cosas extrañas, desconocidas para nosotros y pensar que hemos visto a Dios. De nuevo nos estaremos engañando. Nada de lo que puedan percibir nuestros sentidos será Dios, como mucho una representación de Dios: “Ten cuidado con las acechanzas de los adversarios: Puede ocurrir, mientras tú oras puramente y sin turbación, que se presente una forma, desconocida o extraña, para llevarte a la presunción de localizar en ella a Dios y hacerte tomar por divinidad el objeto cuantitativo repentinamente aparecido ante tus ojos: ahora bien, la divinidad no tiene forma ni cantidad”.

Llega de esta forma a establecer los pilares del hesicasmo: atención, oración, quietud y acción divina (Gracia): “Mantente en guardia durante la oración, resguardando tu inteligencia de todo concepto para que permanezca fija en su propia quietud (o sea recuperar la de su naturaleza original). Entonces, Aquél que se compadeció de los ignorantes descenderá también sobre tí y recibirás un don de oración muy glorioso”.

Insiste de nuevo en el desapego de lo material “Tú no podrás poseer la oración pura si estás alterado por objetos materiales y agitado por continuas preocupaciones, pues la oración es abandonar los pensamientos”. Y nos pone un ejemplo claro: “Es imposible correr atado. Una inteligencia sometida a las pasiones no conseguirá ver el “lugar de la oración espiritual” (se refiere a la vaciedad de pensamiento) pues, al estar tironeada permanentemente hacia todas partes por pensamientos apasionados, no logrará alcanzar la fijación (o sea la atención o concentración indispensable)”.

Insiste hasta por tres veces más en la necesidad de acallar la mente y la imaginación y buscar el desapego, al menos mientras dure la oración:
“Tú aspiras a ver el rostro del Padre que está en el cielo; no trates por nada en el mundo de percibir una forma o una figura durante la oración”.

“Feliz el espíritu desapegado de toda “forma” en el momento de la oración”.

“Bienaventurada la inteligencia que, en el momento de la oración, se hace inmaterial y totalmente desnuda”.

viernes, 2 de abril de 2010

Oración mental y cordial, según Nicodemo el Hagiorita

Nicodemo el Hagiorita es uno de los dos autores, el otro es el obispo Macario de Corinto, del recopilatorio que es la Filokalia. Nos situamos por tanto en la última mitad del siglo XVIII.

El escrito que hoy comentamos se refiere a la oración mental y cordial (mente y corazón). Recurriendo a autores de la Alta Edad Media, Nicodemo nos muestra el camino para conseguir la unidad, definiendo previamente en que consiste dicha unidad.

Nos indica que alcanzar dicha unidad es una conversión que califica, de acuerdo con Dionisio el Aeropagita, de MOVIMIENTO CIRCULAR y, como tal, SIN DESVIACIÓN DEL ESPÍRITU. Veamos como argumenta. Todo acto, dice, está relacionado con esencia y potencia, luego el acto del espíritu, esto es el desarrollo de sus funciones en el hombre, también debe retornar a la esencia, unírsele y reposar. Por tanto, si, cuando se libera la energía del acto espiritual que se genera en el cerebro, logramos fijar el espíritu a su esencia y a su potencia, situada ésta en el corazón, entonces conseguimos contemplar el hombre interior en su integridad. Para la mejor comprensión de lo que pretende decirnos, nos remite al símil de la circunferencia. En efecto, la circunferencia se centra en sí misma, su principio se funde con su final, ella misma es su propia entraña y no se desvía de su ser. Implícitamente, se nos está diciendo que el hombre es una serie de chispas anárquicas, buenas y malas, positivas y negativas o mejor materiales y espirituales. Si predominan las materiales, a lo que nuestra naturaleza inmersa en este mundo es ciertamente proclive, nos desequilibramos y nos separamos del espíritu y con ello de Dios. Como sabemos y veremos, todo proceso meditativo y contemplativo no deja de ser un ejercicio de atención. Hemos de estar vigilantes y favorecer el chispazo del acto espiritual y no dejarlo marchar, ubicarlo en el corazón y evitar que “se distraiga” con las cosas de este mundo, como si estuviera en un círculo.

Así, concluye Nicodemo: “(…) del mismo modo en que la periferia del círculo vuelve sobre ella misma y se une a ella misma, así el espíritu, en esta conversión, vuelve sobre sí mismo y se hace uno.” Y, por si fuera poco, aporta las palabras de Basilio: “El espíritu que no está disperso entre los objetos exteriores ni extendido sobre el mundo por los sentidos, vuelve hacia sí mismo y sube por sí mismo hacia el pensamiento de Dios” (Noms Divins, cap 4)

No conforme con esto, Nicodemo aporta algunos consejos sobre los aspectos físicos que deben apoyar el proceso. Así nos habla de la postura, del verbo interior, de la respiración, de la voluntad y de la unión.

Respecto de la postura nos indica que debemos inclinar la cabeza y apoyar el mentón sobre el pecho. Nos dice que es fundamental para los principiantes a fin de asegurar que el espíritu retorne al corazón. Aunque la expresión utilizada es un poco extrema, esta recomendación está en línea con otras prácticas meditativas orientales que pretenden favorecer el flujo energético a lo largo de la columna vertebral. Aun empleando una terminología diferente, el fundamento parece ser el mismo.

Del verbo interior dice que es lo que el espíritu encontrará en el corazón. Pero el verbo interior es la base del raciocinio, de la imaginación, del juicio,… no para, no se está quieto y, por tanto le resulta muy difícil atender al espíritu en su visita y mucho menos hacer que se quede con él. Es cuando introduce la oración del corazón, esto es utiliza un truco para conseguir que el verbo interior, la mente, se centre en una idea, en una jaculatoria. De esta forma conseguiremos que el verbo interior no se disperse en esfuerzos inútiles. Propone así la fórmula oracional: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad de mí.”

Pero claro está, de nada servirá la repetición de una jaculatoria, si no tenemos la voluntad firme en conseguir lo que queremos conseguir. Y ¿qué es ello? Nicodemo nos asegura que es la unidad. Pero no se trata de la unidad con Dios, sino de una unidad trina que, a semejanza de la Santísima Trinidad, asegura el funcionamiento parejo y coherente del espíritu, del verbo interior y de la voluntad que, dice, son las tres partes del alma. En apoyo de su tesis aporta una cita de Gregorio Palamas el gran teólogo de la hesiquia: “Cuando la unidad del espíritu se hace trinitaria permaneciendo una, entonces se une a la mónada trina de la divinidad, cerrando toda salida a la desviación, manteniéndose por encima de la carne, del mundo y del príncipe del mundo.” Aunque ambos pensamientos tienen diferencias de matices que llegan a ser fundamentales, creo más adecuado prescindir de su análisis y concentrarnos en la conclusión. Lo que importa es conseguir un equilibrio. Tan malo como un desarrollo exagerado de las pasiones del cuerpo es el arrobamiento continuado del espíritu que nos impida vivir la experiencia de esta vida que Dios nos ha asignado.

Aunque hemos dejado para lo último la respiración, no es, por cierto, lo menos importante. Si es fundamental que el chispazo del acto espiritual prenda en nosotros para que el verbo interior centrado en la oración del corazón lo perciba y la voluntad decida fijarlo en el corazón en ese “movimiento circular” de que nos habla Dionisio, aún tenemos que controlar el cuerpo en su parte más animal. Y para ello nada mejor que recurrir a un proceso fisiológico casi automático: la respiración. El cuerpo no se entera de que respira, salvo que le falle la respiración. Cuando le falta el aire todo él centra su atención en aspirarlo. La expiración es un fenómeno más volitivo. Por tanto, si forzamos el ritmo de la respiración conseguiremos dos efectos: tener el cuerpo pendiente de la respiración, algo vital para él, y atraer la atención de la voluntad en lo que estamos haciendo. Pues bien, Nicodemo, recogiendo el sentir de los Padres Nípticos (sobrios) recomienda una respiración sometida a una “retención mesurada”. Así, en la práctica el proceso sería: Inspirar (por la nariz), expulsar el aire (aunque personalmente prefiero hacerlo por la boca más que por la nariz, hay opiniones a favor y en contra de ambas opciones) de forma suave iniciando la recitación de la jaculatoria, lenta pero no parsimoniosamente, no volviendo a inspirar hasta que hayamos terminado la oración. Si queremos aumentar la concentración en lo que estamos haciendo, utilizaremos un rosario, como si estuviéramos contando el número de veces que recitamos la oración, aunque realmente solo nos sirva como otro medio de captar nuestra atención. El “conteo” se hará en la fase aspiratoria. La jaculatoria puede recitarse mentalmente o vocalizarla tan en voz alta como nos permita el respeto a otros meditantes.

jueves, 1 de abril de 2010

Las fases de purificación.


Uno de los autores cuyas obras se incluyen en la Filokalia es Isaac de Nínive. Es uno de los santos de la Iglesia Ortodoxa. Nació a orillas del Golfo Pérsico. Hoy vamos a comentar solo las fases en que evoluciona la vida de un hesicasta. Nuestro santo asegura que dicha vida constituye un proceso de purificación que afecta secuencialmente al cuerpo, al alma y, finalmente, al espíritu.

Hemos de tener muy presente que Isaac de Nínive vive en el siglo VII. Entre nosotros y el autor median catorce siglos. Catorce siglos afectados por la continua evolución de significados de las palabras, alteración rayana en la tergiversación y a la que hay que añadir las posibles deficiencias lingüísticas e incluso involuntarias malas interpretaciones. Digo esto porque al hablar de la disciplina del cuerpo se citan prácticas de “castigo” al cuerpo. Dicho así, parece que retrocedemos a la pura mortificación del cuerpo, como si tuviéramos que castigarlo por una culpa que no tiene. Debemos tener claro que el cuerpo y la mente tienen tendencia a dispersarse, a buscar aquello que les resulta más agradable y placentero de forma incontrolada, anárquica y que ello no es bueno para una actividad intelectual y, mucho menos, para una espiritual. Pues bien, la purificación corporal o, mejor, la disciplina del cuerpo no es otro cosa que un entrenamiento del cuerpo para hacer que éste no se impaciente cuando estemos elevándonos en los aires espirituales. A nadie le extraña ver que cualquier deportista entrene, cada uno en su especialidad, con el objeto de ganar una carrera o batir un récord de altura.

Le sigue la purificación o disciplina del alma. Cuando hemos conseguido superar la inquietud del cuerpo, su carácter pasional o simplemente impulsivo, el verbo interior del ser humano, una de las tres partes que Dionisio el Aeropagita atribuía al alma, empieza su discurso racional y onírico. Incluso nos juega la mala pasada de traernos a la mente imágenes en las que aparecemos como auténticos santos o nos entretiene planificando cruzadas contra la intransigencia, el vicio, la corrupción, etc. Todo muy digno de elogio, pero que nos aparta del objetivo que nos hemos marcado. Pues bien, la purificación del alma pasa por conseguir que ese caballo desbocado que es la mente, en cuanto componente del alma, se quede quietecita y atenta al Chispazo Divino, ese que no sabemos cuando vendrá y que pasará de largo, si no lo cogemos a tiempo. El secreto de cómo se ha de conseguir está en la humildad, no entendida como un simple desprendimiento de riquezas y honores, sino como la consecuencia de una comprensión de nuestro propio ser, de sus potencias y limitaciones, en definitiva de un profundo conocimiento de uno mismo.

Finalmente llegamos a la disciplina espiritual entendida como aquella que asegura la elevación del espíritu por encima del mundo material, acercándolo “a la contemplación del espíritu primordial”, en palabras de San Isaac. Es aquella en que el espíritu empieza amando al prójimo como a sí mismo y termina amándolo en Cristo, esto es formando parte del cuerpo Crístico. Pero ¿cómo llega a este estado? Pronto lo veremos