Es habitual que quien ha llegado a vislumbrar las maravillas de Dios, henchido por su logro, caiga en la debilidad, ceda ante el ego y se crea superior al resto de los hombres. Las alabanzas de quienes lo ven y conocen pueden conducirle a considerarse imprescindible para sus hermanos en el mundo espiritual. San Gregorio nos da la receta para no caer en la tentación.
Considerad a alguien que, por su asiduidad a la oración, haya purificado el acto de su espíritu, haya conocido una iluminación parcial, ya sea de la luz de la ciencia, ya sea del resplandor espiritual: si él se considera purificado por esto, abusa y, por su presunción, abre totalmente la puerta a aquel que sólo espera una ocasión para engañarlo. Si por el contrario, mide la impureza de su corazón y en lugar de elevarse por esa pureza parcial hace de ella un medio y un auxiliar, verá más claramente la impureza de las otras potencias del alma, progresará en la humildad, aumentará sin cesar su compunción y descubrirá los remedios apropiados a cada potencia del alma. Mediante la acción purificará sus facultades activas; por la ciencia, sus facultades de conocimiento; por la oración, su facultad contemplativa; y este itinerario, lo conducirá a la pureza perfecta, verdadera, estable, del corazón y del espíritu. Nadie puede alcanzar esto más que por la perfección de la acción, la contrición perpetua, la contemplación y la oración contemplativa.
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