HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

domingo, 31 de octubre de 2010

Sanando que es gerundio

Este mundo material y materializante, obsesionado por asimilar todo a su imagen y semejanza, absorto en la contemplación de sí mismo, se ha encargado de presentarnos la figura de Cristo en su aspecto más material. Así, la vida de Jesús parece algunas veces un sinsentido o una acumulación de escenas sensibleras que no satisface las ansias espirituales que nos bullen en las entrañas por nuestro origen divino. En la memoria tenemos algunos de los milagros más glamurosos de Jesús: La curación del paralítico en la piscina de Siloé (Jn 5,1-9); la curación de la suegra de Pedro en Cafarnaúm (Mc 1,29-31); curación del ciego Bartimeo en Jericó (Mt 20,29-34); y un largo etcétera. Lo malo es con harta frecuencia no se nos explica si hay algo más. Nosotros mismos nos quedamos en los aspectos más morales, tiernos e incluso novelescos del hecho. Otros incluso, como yo mismo, hemos llegado a criticar la actitud interesada, comprensible pero interesada, de quienes se acercaban a sí mismos o acercaban a sus parientes y amigos para que el Maestro los sanara. Él, decía yo, que había venido a realizar la gran terea de salvar al mundo, se veía obligado a curar las miserias y tonterías, ¡perdón!, humanas. ¡Qué vergüenza para el género humano!


Hace tiempo, hoy estoy criticón, me preguntaban sobre cómo el hesicasmo podía ayudarles a relajarse, a dejar atrás el estrés que acorrala a tantos de nosotros. La respuesta fue la evidente, pero no la verdadera. A la hesiquia hay que llegar con los deberes hechos. Hay que llegar con la vestidura de la tranquilidad, el silencio, la calma. No fui, entonces, capaz de explicar lo que el Maestro explicaba con hechos.

Hace poco, algunos lo sabéis, alguien, en nombre de todos nosotros (todos lo pensamos y algunos lo entienden y saben expresarlo), exponía su agobio ante una gestión burocrática que tenía realizar al día siguiente y cómo este agobio le impedía centrarse en lo que quería: sanar.

Criticamos, aquellos que nos creemos poseídos de Dios o, con aún más soberbia, poseedores de la Verdad de Dios, a aquellos que viven obsesionados con sus cuerpos, sin darnos cuenta de que nosotros vivimos obsesionados por nuestro espíritu. Si Dios hubiera querido enviarnos como espíritus perfectos e inmaculados a este mundo, lo habría hecho. ¿No creéis que debe de haber un equilibrio entre cuerpo y espíritu? La experiencia vital que Dios nos ha encomendado está aquí y ahora, con este cuerpo y este espíritu y con esta alma que los gobierna. Nada sobra y nada falta. Entonces, ¿cómo vamos a enmendar la plana al Creador?

Me entristeció en su día, cuando la llegada del Yoga a occidente se tomaba como el descubrimiento de la tila o la valeriana. No era una actitud tan descabellada: ¡habrá que sanar, digo yo, primero el cuerpo si queremos luego sanar el alma!

Si observáis con atención, toda vía mística o, en general, de progresión espiritual, de mejora personal, veréis que empieza, o debe empezar, con unos ejercicios de relajación. Primero empezamos, pues, arreglando, ajustando, nuestro cuerpo y nuestra mente; luego vendrá la elevación espiritual. Así ocurre con el hesicasmo. Las fases preparatorias de toda sesión de meditación persiguen esto mismo. El “romper el reloj”, si es de buena marca mejor; el dejar en la puerta el maletín de ejecutivo, la cesta de la compra, la cartera del cole o las medicinas que me han regalado en la Seguridad Social con mi tarjeta de pensionista; el pensar sobre las estupideces que hago o digo a lo largo del día, sobre lo fundamental de mi pequeñez y de mi impotencia y, finalmente, el derrumbarme, el entregarme a mi Dios y a mi destino en la más pura obediencia, el sentir, que no decir, “en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”, son pasitos previos fundamentales para la meditación propiamente dicha.

Todavía otra maldad por mi parte que ya os dije que hoy me he levantado criticón, debe ser lo del cambio de hora: ¿Por qué esta obsesión por sanar a los demás? Podría intentar explicarlo con el conocido dicho de que “vemos mejor la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio”. El resultado es intelectualmente el mismo. Pero es mucho más enriquecedor si pensamos que al ansiar la sanación de los demás, estamos realmente buscando nuestra propia sanación, no como un acto egoísta, sino, antes al contrario, como un acto de inmenso amor, de ese amor incondicional que no ve diferencia entre vosotros y yo, porque el que da recibe. Por este sutil pero fundamental motivo es por lo que el sanador debe sanarse antes a sí mismo.

¡Salud de alma y de cuerpo!

viernes, 29 de octubre de 2010

Evagrio el Monje (18)

El mundo de la espiritualidad, por muy bienintencionado que sea el que lo recorre, está plagado de trampas. Confiarse en su capacidad para superar las pruebas de uno u otro tipo, creerse en posesión de la Verdad, como si la Verdad tuviera más dueño que Dios, etc. son solo una pequeña muestra de ello.


Sobre los falsos profetas y maestros ya nos advirtió Cristo y en otro momento espero poder dedicarle algunos de nuestros pensamientos y meditaciones. Pero, ahora como siempre, lo prioritario es no convertirnos nosotros en uno de ellos y que no lleguemos a desear que nos pongan la rueda de molino al cuello y nos tiren al mar.

Veamos los consejos de Evagrio:

Cuando suceda que algún pensamiento impuro huya con toda rapidez, ¿deberemos buscar la causa a fin de entender cómo ello se ha producido? En general, esto sucede ya sea porque el objeto en cuestión falta, o porque se trata de un elemento difícil de obtener, o porque estamos entrando en la región de la impasibilidad. Por estos motivos el enemigo no puede vencernos. Si por ejemplo, a algún solitario se le ocurre que le sea confiada la guía espiritual de la ciudad, es difícil que se detenga a fantasear a propósito de ello, por los motivos que mencionáramos anteriormente. Pero si sucediera que alguno se convierte en guía espiritual de una ciudad cualquiera, y su pensamiento no sufre alteraciones, esto significa que ha alcanzado la beatitud de la impasibilidad.

No es necesario saber de estas cosas para tener prontitud y fuerza; para que podamos ver si hemos cruzado el Jordán y estamos cerca de las palmeras o bien si estamos todavía en el desierto y bajo los golpes de los extranjeros. Pues veo, por ejemplo, cómo el demonio del amor al dinero es versátil y extraordinario en su capacidad de engaño. A menudo, angustiado por nuestra total renuncia, finge ser ecónomo y amante de los pobres, recibe libremente huéspedes que aún no se han acercado, da limosnas a los que carecen de alguna cosa, visita las prisiones de la ciudad, rescata a los que han sido vendidos, nos sugiere unirnos a mujeres ricas... Quizás nos aconseje acercarnos a otros, ¡a aquellos que poseen una bolsa bien abastecida! De este modo, se va desviando el alma; poco a poco, la rodea de pensamientos provenientes del amor al dinero y la entrega al demonio de la vanagloria. Y esto introduce una multitud de pensamientos que glorifican al Señor por nuestros negocios, y manipula a algunos que, poco a poco, hablan de sacerdocio en lugar nuestro. Hace pronósticos sobre la muerte del sacerdote a cargo, y predice que no podrá salvarse, debido a todo lo mal que ha actuado.

Y así este mísero intelecto, atrapado por tales pensamientos, entra (mentalmente) en lucha con aquellos que se le oponen, pronto a ofrecer dones a aquellos que lo aceptan y aprueban sus buenos sentimientos. ¡Incluso imagina entregar a aquellos que se le sublevan, en manos de los magistrados y echarlos de la ciudad! Finalmente, puesto que lleva dentro de sí estos pensamientos y les da vueltas, hace que en seguida se presente el demonio de la soberbia, quien, destellando ininterrumpidamente relámpagos y dragones alados en la celda, termina por ocasionar la locura.

Pero nosotros, para conjurar la desgracia que tales pensamientos puedan producir, ¡queremos vivir dando gracias en nuestra pobreza! De hecho, nada hemos traído a este mundo ni nada, por cierto, podremos llevar con nosotros. Siempre que tengamos con qué comer y con qué cubrirnos, conformémonos con ello (1 Tm 6:7 y ss). Y recordemos a Pablo, que declara: El amor por el dinero es la raíz de todos los males (1 Tm 6:10). Todos los pensamientos impuros, cuando por causa de nuestras pasiones se entretienen en nosotros, conducen el intelecto a la ruina y a la perdición. En efecto, así como la idea del pan ronda constantemente al hambriento a causa de su hambre, y el pensamiento del agua al sediento a causa de su sed, del mismo modo, también los pensamientos a propósito de las riquezas, y las reflexiones sobre los turbios pensamientos producidos en nosotros por los alimentos, se detienen dentro nuestro debido a las pasiones. Esto se manifiesta también con los pensamientos de vanagloria y con todos los otros. Y no le será posible al intelecto, sofocado por tales ideas, presentarse ante Dios, ni ceñir en su cabeza la corona de la justicia. Justamente por haber sido arrastrado por tales pensamientos, aquel intelecto tres veces infeliz del cual nos hablan los Evangelios, rechazó la increíble belleza del conocimiento de Dios. Incluso aquel que, atado de pies y manos, fue echado a las tinieblas exteriores, tenía el traje tejido por estos pensamientos y, debido a ello, el que lo había invitado lo declaró indigno de tales nupcias. El traje de bodas es, pues, la impasibilidad del alma razonable que ha renegado de las concupiscencias mundanas. La causa por la cual los conceptos de los objetos sensibles, cuando se detienen en nosotros, corrompen el conocimiento, fue ya mencionada en los "Capítulos a propósito de la oración."

martes, 26 de octubre de 2010

Contra soledad, AMOR

En nuestro hablar cotidiano, muchas veces, simplificamos en exceso. Así, resulta habitual hablar de soledad y referirnos con ello a cualquiera de las tres acepciones del diccionario de la RAE: “Carencia voluntaria o involuntaria de compañía” o “lugar desierto o tierra no habitada” o “pesar o melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo”.


Sin embargo, deberíamos matizar muchísimo más. Deberíamos hablar de tres tipos distintos de soledad: la soledad deseada, la soledad devenida y la soledad inmanente.

SOLEDAD DESEADA

El hesicasta, con su antecedente en los primeros eremitas de los desiertos del Medio Oriente, busca, desea, la soledad física como medio propiciatorio del silencio, de la tranquilidad, de la hesiquia. Pero dicha soledad no es estrictamente necesaria. El silencio que busca el hesicasta es el de su mente, no el de su entorno. Los antiguos eremitas de los desiertos o de los montes han dado paso a los eremitas urbanos. Caminar por las concurridas calles de cualquiera de nuestras ciudades se puede hacer tan en silencio de mente como si permaneciéramos en la cumbre nevada de cualquier montaña o en la más profunda de las cavernas. El silencio de mente no depende de la vaciedad del entorno, aunque, en ciertos niveles de meditación sea conveniente y hasta necesario.

En última instancia, la soledad es un recurso sencillo y natural del hombre para encontrarse consigo mismo, paso fundamental en la toma de consciencia y, en definitiva, en la evolución personal y espiritual.

Esta soledad deseada siempre es posible: permanecer encerrado en casa, deambular por la selva virgen, hundirse en las arenas de un desierto, perderse en el horizonte infinito del océano o pasear por las estrellas, aislarnos de nuestros semejantes siempre es posible.
SOLEDAD DEVENIDA

Pero el hombre ordinario, el actual hombre separado de la Naturaleza y de sus orígenes divinos, no busca la soledad, sino que huye de ella. La teme. Miles, tal vez millones, de personas se sienten solas, incluso en las grandes ciudades y, si me apuráis un poco, en ellas con mayor motivo, se sienten solas. ¿Os habéis preguntado por qué?

Esta soledad, tan temida y, sin embargo, tan frecuente es un engaño del mundo en que vivimos. Este mundo nuestro está sometido a las leyes del ego. Bajo ellas el hombre aspira a perdurar, tanto él como su entorno, ese entorno que ha creado con su esfuerzo, ese entorno que es objeto de sus desvelos y que, equivocadamente, considera la razón de su existencia. Asentado en ese su pequeño mundo, levanta un muro para “defenderse” de posibles atacantes. Ha sido así desde tiempos inmemoriales. El hombre más primitivo no tenía más que su instinto y su cohesión de grupo para evitar los ataques de otras especies animales que no hicieron sino activar el mecanismo de egocentrismo en que ahora nos encontramos e intentamos deshacer. Posteriormente fue construyendo empalizadas, luego muros de piedra, luego les adosó fosos llenos de agua y ahora pone sistemas electrónicos de vigilancia y alarma. Todo para sentirse seguro. Pero estos dispositivos físicos tan aparentes tienen un paralelismo tremendo en el ámbito individual. Las bestias salvajes de antaño han dado paso a situaciones, hechos, más sutiles y eficaces para generar el deseo inconsciente de aislamiento y de defensa. Las crisis económicas, las guerras, el acoso fiscal, el fraude, el robo o el simple hurto, la traición interesada incluso en ámbitos muy próximos, hasta familiares, y un largo etcétera son presiones que agobian al ser humano y lo empujan al aislamiento, a la soledad devenida.

Podría argumentar, y no queda más remedio que hacerlo, que LA SOLEDAD ES IMPOSIBLE. En efecto, sentirse solo es negar la existencia de Dios, olvidar la Causa de los efectos, olvidar que la Causa es inmanente a los efectos en tanto es en ellos, olvidar que detrás de las nubes está el sol, olvidar que el Amor todo lo inunda, hasta el odio más intenso que no sería sin Aquél, y olvidar que la Verdad todo lo alumbra, hasta la más negra oscuridad. Sí, en efecto: sentirse solo es olvidar. No podemos olvidar que Dios es ubicuo, todo lo inunda con su Presencia, es el alma de toda existencia ¿cómo podríamos ocultarnos, aislarnos, de Él? Y, en consecuencia, ¿cómo vamos a estar solos si tenemos a Dios y en Él a todos nuestros hermanos?

Bien, lo hemos dicho más o menos bonito, pero y ¿qué hace aquél que se sienta solo? ¿Cómo lucha contra esa soledad que muerde el corazón y aviva el rencor contra lo que nos rodea? ¿Cómo?

Repasemos: la soledad es una trampa más de tantas que nos tiende el ego. El ego quiere prevalecer, sobrevivir, y para ello se presenta a sí mismo el entorno como algo enemigo, de lo cual ha de preservarse. Todo aquello que propicie esa supuesta enemistad favorece la sensación de soledad. La vida del hombre no es precisamente una balsa de aceite. Hay sobrados motivos para pensar que lo que nos rodea no es amistoso. Además la sociedad, o mejor la conciencia egocéntrica de la sociedad, también propicia la enemistad y con ella la soledad: esas noticias negativas a las que antes aludíamos sobre crímenes, guerras, conflictos laborales y sociales, conflictos de género y demás lindezas, siembran la desconfianza y nos hunden en el fango del miedo y con ello en la soledad. Es la misma mecánica que la de cualquier fobia. En este caso llegamos a tener fobia hacia nuestros semejantes.

Sin embargo, nada hay en esta vida que sea malo.

SOLEDAD INMANENTE

Pues sí, esa misma soledad devenida nos puede ayudar. Es nuestra última prueba. Luchar contra esa soledad devenida, hacerle frente con la convicción de que es un engaño, es superar la última prueba. Debemos aprovecharla para conocer nuestra esencia; para conocernos a nosotros mismos y, con ello, a los demás; para conocer nuestras debilidades y miserias, pero también nuestra grandeza; para descubrir que detrás de una fachada más o menos desagradable, detrás de un muro más o menos impenetrable hay una imagen de Dios, está la mano de Dios y, en definitiva, otro ser tan similar a nosotros mismos que es nosotros mismos. Soy consciente de que la frase anterior es difícil de entender; solo podemos intuirla y sentirla. Y, cuando la percibimos como una realidad, será muy difícil asumirla como algo natural y vivirla cotidianamente. Pero tenemos que agarrarnos a ella como a una tabla de salvación. Porque, cuando hayamos superado esta prueba final, descubriremos la última de las soledades, la SOLEDAD INMANENTE, LA SOLEDAD DE DIOS. Descubriremos entonces que Dios, nosotros mismos con Él en la Unidad, está solo. Habremos descubierto la soledad de la Unidad y, sentados en la poltrona de este mundo, tendremos aún más miedo que antes ante lo que nos parecerá la soledad irremediable.

EL AMOR ANTIDOTO DE LA SOLEDAD

Pero ¿acaso alguna de las definiciones de soledad puede afectar a Dios? ¿Puede tener Dios carencia de algo? ¿Puede permitir Dios que haya soledad, o sea algún sitio donde no esté Él? ¿Cómo luchar entonces contra la soledad que parece asociada indisolublemente al Ser Uno, que Le afecta y nos afecta? Empleando el Amor. Y no podía ser de otra forma ya que la soledad es egoísta y contra el egoísmo solo cabe el Amor. El Amor es la herramienta, el salto en el vacío, que permite a Dios Ser Uno y no consumirse en el amor a sí mismo. Por ello nos creo como destinatarios de su Amor. Por ello somos eternos, porque somos con Él desde el principio. Y por ello nos veremos consustanciales con el Amor, nos disolveremos en Él y nos derramaremos sobre el Mundo.

¡Recordad: contra soledad, AMOR!

miércoles, 20 de octubre de 2010

¡Vaya por Dios!

ESCENA 1: Antes.

Por la mañana, temprano, un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un lugar cualquiera. Cualquiera de nosotros o de nuestros antepasados está desayunando. Una hermosa tostada repleta de mantequilla en la mano. Un movimiento involuntario y la tostada cae al suelo y, además, por la cara impregnada de mantequilla: ¡Vaya por Dios! El hombre se agacha a recoger la tostada, limpia el suelo, limpia la tostada o se hace otra -¿qué más da?- y continúa el desayuno.

ESCENA 2: Hoy

Por la mañana, temprano, un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un lugar cualquiera. Cualquiera de nosotros está desayunando. Una hermosa tostada repleta de mantequilla en la mano. Un movimiento involuntario y la tostada cae al suelo y, además, por la cara impregnada de mantequilla. ¡(…)! Ponga cada cual el improperio que juzgue conveniente o tire de estadística y coloque el más frecuente.

No pretendo sacarle chispa a un hecho tan banal. Ya ha habido sesudos señores que han explicado que esto es un ejemplo de la ley de Murphy: “Si algo puede salir mal, saldrá mal” Y además es el ejemplo habitual: la tostada caerá por el lado de la mantequilla. ¡Uff, qué peso nos hemos quitado de encima! Ya hemos explicado “científicamente” lo ocurrido.

¡Es una pena! Cada día nos hemos ido separando más de la Verdad más primigenia y hemos ido buscando nuestra verdad, esa que, soberbios nosotros, pretendemos crear con nuestra sabiduría de pacotilla.

El hombre primitivo tenía asumido que lo que ocurría era porque Dios así lo quería. Lo bueno y lo malo sucedía porque Dios lo quería. Y ahora a Dios lo llamamos Murphy, pero solo hemos explicado una cosa que hemos creído en el origen del suceso: el capricho de Dios. Así es lógico que a Dios le quitemos su título divino y le llamemos simplemente Murphy. ¡Vamos que hemos conseguido tutear a Dios porque con sus “caprichos” no merece otra cosa!

Y, una vez más, nos hemos vuelto a equivocar. Un hecho tan tonto y simple como la caída de la tostada provoca en nosotros una actitud de rebeldía, de insatisfacción. Y es que en vez de asumir que ABSOLUTAMENTE TODO LO QUE OCURRE EN ESTA VIDA ES BUENO, CONVENIENTE Y NECESARIO PARA NOSOTROS, adoptamos una postura de niños malcriados. Las escenas anteriores son anecdóticas, pero hay otros hechos que son más duros de asumir. Anclados en esa postura, vemos a nuestro papá dios como alguien distinto de nosotros, lejano a nosotros, que solo sirve para satisfacer nuestros caprichos, por muy buenos y santos que nos puedan parecer, y contra el que, cuando no cumple nuestras expectativas, ejecutamos una violenta pataleta. La traición del socio, del amigo o del familiar, la infidelidad de la pareja, la enfermedad, la ruina económica y un largo etcétera de infortunios son buenos y necesarios, tanto como lo son las buenas nuevas, la riqueza, la salud, etc., etc. Todos nosotros pensamos o hemos pensado alguna vez que la vida, al menos la nuestra, debería desarrollarse en un mundo de paz y tranquilidad, que no deberíamos tener disgustos. Muchos de nosotros hemos pedido salud, amor, justicia, igualdad, etc., a ese papá dios que nos hemos inventado. Es muy humano, pero totalmente equivocado. La dualidad bien/mal es la garantía de nuestro libre albedrío y sin éste nuestro perfeccionamiento, nuestra evolución y nuestra toma de consciencia serían imposibles.

Cuando despotricamos de las maldades de la vida, de lo malo que es fulanito que nos agobia, nos hace daño o nos mata (¡Sí, lo he dicho bien, nos mata!), cuando criticamos, por mucho que nos parezca una actividad inocente, estamos perdiendo la oportunidad de evolucionar positivamente, de tener un crecimiento interior y, en definitiva, de ser felices. Solo acumulamos rencor que puede llegar a convertirse, sin darnos cuenta, en odio. En esto encontramos el origen de muchos de nuestros males actuales, desde enfrentamientos sempiternos hasta simples dolores de cabeza, pasando por complicadas enfermedades psicológicas.

Conceptos como la ética, la moral, la justicia, la igualdad, la solidaridad y un largo etcétera de buenas intenciones se vuelven contra nosotros porque las hemos desarrollado desde un punto de vista inadecuado, muy pocas veces desde el puro Amor. Vibramos en nuestra naturaleza material y, sin darnos cuenta, empezamos trayendo la desaprobación y terminamos viviendo en el rencor o en el odio. Los linchamientos, tan típicos en el lejano Oeste americano y aún hoy muy frecuentes aunque solo sea a nivel verbal, son un buen ejemplo. El odio entre religiones, los enfrentamientos entre pueblos vecinos, las discusiones vecinales, los enfrentamientos familiares,… todos ellos derivan de la torpe aplicación de unos principios que, aun arrancando del Amor y de la Verdad, fueron mal “traducidos” a nuestro mundo.

Muchas veces nos hemos planteado porqué Cristo con todo su poder divino no metió en cintura a tanto sinvergüenza suelto en lugar de dejarse prender y ser colgado en la cruz, ¿porqué? Y es que una vez más hemos olvidado los significados de los símbolos o nos hemos dejado engañar. La imagen del Cordero de Dios no es la un mero sacrificio ritual, rememoración actualizada o ejemplo supremo de la que hacían nuestros ancestros, sino el modelo puro a seguir por todos nosotros de la Santa Obediencia. Santa Obediencia que está muy lejos de una manipulada, por interesada, concepción jerárquica y “jerarquizante” o incluso esclavizante que, con harta frecuencia, se nos ha mostrado. Se trata de asumir la decisión divina como nuestra propia, lo que, por cierto, no está tan lejos de la realidad.

Cuando comprendamos y asumamos que ABSOLUTAMENTE TODO LO QUE OCURRE EN ESTA VIDA ES BUENO, CONVENIENTE Y NECESARIO PARA NOSOTROS, seremos capaces de Amar, habremos puesto la Verdad en nuestra vida y, en definitiva, tendremos el Cielo en la Tierra.

Así, pues, cambiemos de actitud y aprendamos a decir y a sentir el ¡Vaya por Dios! Cuesta mucho, pero cuando se consigue, aunque solo sea a ratos, es muy gratificante.

sábado, 16 de octubre de 2010

Evagrio el Monje (17)

En el texto que sigue, Evagrio continúa hablándonos de cómo luchar contra las tentaciones, de cómo ésta se forma en nuestra mente.


Debo hacer, una vez más, una consideración general previa: hemos de situarnos en la época en que los textos son redactados, la influencia terminológica, no conceptual, del contexto religioso y que el o los mensajes que se emitan no deben perderse por entrar en aparente contradicción con la forma de pensar imperante. Aún así ya sabemos que a más de un autor místico sus obras le han traído problemas con sus respectivas jerarquías religiosas. Así el término pecado aparece como consecuencia de la tentación, como una batalla perdida, pero sin todo ese tradicional ropaje de culpabilidad con que, a lo largo de siglos, se le ha vestido y ello a pesar de que Cristo habló de él, dejándolo sin ese criminal sentido que luego se nos ha querido imponer. Una frase de Evagrio destaca en este sentido: "No es un objeto que tenga una existencia en sí mismo, ni el concepto de un objeto, sino que es un placer enemigo del hombre, generado por nuestra propia y libre voluntad, y que fuerza al intelecto a servirse malamente de las criaturas de Dios." Y es que, lejos de estar en un “valle de lágrimas” al que se nos ha condenado sin saber muy bien porqué, nos encontramos en un centro deportivo de alto rendimiento, en una gran escuela, a la que solo pueden acudir los que, permitidme y entended la expresión, pretenden demostrar que son Hijos de Dios, siguiendo el modelo de Cristo.

Os dejo con el pensamiento de Evagrio.

"Cuando algún enemigo se acerque a ti, te hiera y tú quieras dirigir tu espada a su corazón, tal como está escrito, haz como te decimos. Analiza en ti mismo el pensamiento que te ha sido puesto. Mira qué cosa es, de qué elementos se compone y lo que precisamente aflige más a tu mente. Te quiero decir esto: ¿te ha traído el enemigo el amor por el dinero? Tú haces una distinción entre el intelecto que ha recibido el pensamiento del oro, el pensamiento mismo del oro y el oro en sí mismo y la pasión que nos lleva a amar el dinero. Pregúntate a continuación: De entre todo esto, ¿qué cosa es pecado? ¿Quizás el intelecto? ¿Y cómo, entonces, es la imagen de Dios? Y entonces, ¿cómo se vincula al concepto del oro? Nadie que tenga intelecto podría jamás afirmarlo. ¿Es quizás pecado el oro en sí mismo? ¿Por qué entonces fue creado? Concluiremos pues que la causa del pecado es la cuarta. No es un objeto que tenga una existencia en sí mismo, ni el concepto de un objeto, sino que es un placer enemigo del hombre, generado por nuestra propia y libre voluntad, y que fuerza al intelecto a servirse malamente de las criaturas de Dios. Y es a la ley de Dios a quien le fuera confiado rescindir este placer. "

"Mientras indagas de este modo, el pensamiento será destruido, disolviéndose en su propia contemplación. El demonio se alejará de ti, cuando tu mente sea llevada a lo alto por tal conocimiento. Si, por lo contrario, no quieres servirte de tu espada, sino que quieres echar mano de tu honda, saca una piedra de tu bolso de pastor y considera lo siguiente: ¿Cómo es que los ángeles y los demonios se acercan a nuestro mundo y nosotros no nos acercamos a sus mundos? Nosotros no podemos, por cierto, acercar más a los ángeles a Dios, si nos proponemos hacer de los demonios seres aun más impuros. Y más aún: ¿cómo es que Lucifer, que surge por la mañana, fue tirado a la tierra, y considera al mar como una ampolla y a lo más profundo de los abismos como un prisionero de guerra? Y todo lo hace hervir como en una olla encendida e hirviente (Jb 41:22 y ss) porque a todos quiere turbar con su malicia y a todos dominar. La consideración de todas estas realidades hiere verdaderamente al demonio y pone en fuga a todo su ejército. Pero esto lo pueden hacer todos aquellos que se han purificado y ven las razones de las realidades creadas. Los que están impuros no conocen la contemplación de tales razones y, aunque repitieran una fórmula aprendida por otros, no serán escuchados, con motivo de todo el polvo y el tumulto causado por las pasiones durante la batalla. Es absolutamente necesario, pues, que toda la turba de filisteos permanezca inmóvil, para que sólo Goliat enfrente a nuestro David."

sábado, 9 de octubre de 2010

Evagrio el Monje (16)

Como ocurre con todos los autores místicos o simplemente espirituales, Evagrio presenta frases  y razonamientos que requieren un análisis más profundo de lo habitual. Los dos párrafos que siguen podrían servir muy bien de base a un proceso iniciático.

La naturaleza racional, condenada a muerte por la malicia, ha sido resucitada por Cristo mediante la contemplación de todos los siglos. Y el Padre resucita el alma que ha muerto de muerte de Cristo, mediante su conocimiento. Y es esto lo que dice Pablo: Si estamos muertos con Cristo, creamos que también viviremos con Él.

Cuando el intelecto se ha despojado del hombre viejo, se reviste de lo que proviene de la gracia, y es entonces que en el tiempo de la oración verá su propia estructura, símil de algún modo, al zafiro o a la superficie celeste. Cosas éstas que las Escrituras indican como el lugar de Dios, visto por los ancianos en el monte Sinaí.

En el primer párrafo, el concepto “naturaleza racional” se corresponde con la naturaleza espiritual del alma, esto es que la malicia hace prevalecer de entre las dos componentes del alma, la componente material frente a la espiritual. Pero, ¿qué debemos entender por “malicia”? Hay varias acepciones posibles. Las más de ellas aluden a un mal natural (intención, inclinación o cualidad por la que se hace el mal) y, por tanto, parten de la maldad congénita del hombre. Hay, sin embargo, otro significado mucho más acorde a la naturaleza humana y que representan una visión más optimista, yo diría simplemente más real, del ser humano. La malicia deberíamos interpretarla como equivocación o interpretación errónea, esto es una forma de pensar y actuar derivada de las limitadas capacidades originales del hombre. Así, cuando el hombre desarrolla y potencia esas capacidades reduce el efecto de la malicia. Sin embargo, la malicia, la propensión al pensamiento malicioso, requiere un paso más para que su efecto desaparezca totalmente. Mientras queramos hacer frente a la malicia con las herramientas meramente intelectuales, seguiremos estando expuestos  a su resurrección. Esa es la condena a muerte a que se refiere Evagrio.  Es necesaria la “muerte de Cristo” para romper ese maleficio. Esa “muerte” ha quedado dispuesta como ejemplo a la “contemplación de todos los siglos”, se entienden posteriores al sacrificio de Cristo.

El segundo párrafo nos habla del hombre viejo, ya desaparecido, con la imitada muerte de Cristo y deja sutilmente claro que  ya no es el intelecto el que nos aporta la vida, sino la “gracia”, entiéndase de Dios. El remate es sumamente interesante y nos trae precisamente el Cielo a la Tierra. Así, nos indica que en el tiempo de la oración el hombre verá su propia estructura que, como ya se decía en el Génesis, es a imagen y semejanza de Dios. Evidentemente, si hemos alcanzado un estado “símil (…) al zafiro o a la superficie celeste”, algo muy parecido al Cielo estará en nosotros o nosotros en ello.

Así, pues, repasemos cuidadosamente la historia de Jesús y descubramos el proceso salvífico de Cristo. Será una hermosa peregrinación a “lugar de Dios” y descubriremos que está más cerca de nosotros que lo que pensábamos.

Los demás y yo

No hace falta ser demasiado buen observador para percatarse como una misma persona, un mismo hecho, un mismo animal, un mismo vegetal o una misma cosa, son evaluados de diferente forma según quien los mire.
Podemos hablar del cristal de las gafas con que miremos a ese ser. Podemos hablar de las circunstancias en que cada observador se encuentre. Podemos hablar de muchas razones para justificar esas diferencias. Todas serán falsas. Todas serán una engañifa para dejar a salvo nuestras propias vergüenzas. ¿Os habéis dado cuenta de que todas las causas justificativas de tales diferencias son externas a nosotros?
El poder creador del hombre tiene ramalazos de soberbia. El hombre no admite como propios los defectos que ve en los demás y no se percata de que está manipulando su propia creación, atribuyendo a los demás los defectos propios. Se ha puesto delante cientos de espejos. A uno le ha puesto el nombre del vecino, a otro el del compañero de trabajo, a otro el del político que es incapaz de hacer lo que él haría para resolver los problemas del país o de la ciudad (todos somos capaces de resolver de un plumazo lo que el inútil de turno parece incapaz de hacer), a otro le ha puesto el nombre del friki de moda que todos llevamos dentro y pocos se atreven a airear, y así un largo etcétera. Se trata de un procedimiento educativo complejo, sutil, altamente eficiente cuando se conoce y se aplica correctamente, pero que, lamentablemente, pocos son capaces de darse cuenta de la poderosa herramienta que tienen a su alcance. Todos nosotros, alguna vez en la vida, hemos confundido el espejo con un personaje real e independiente de nosotros mismos. Confundidos rompemos a martillazos, con el martillo de la crítica, el espejo en mil pedazos y multiplicamos su efecto demoledor, nos enfrascamos en una denodada lucha con otros mil gigantes, convencidos de su maldad o de su estupidez y nos alejamos, cada vez más, del mensaje.
Sin embargo, cuando el hombre conoce al ser que lleva dentro, cuando se conoce a sí mismo, se encuentra capacitado, no para ver la imagen del espejo, sino para mirar en él, para utilizarlo y superar esos “defectos” (¿?) que cada uno tiene. Y así podemos tratar, inmisericordemente, pero con vigor, con espíritu de justicia y de caridad, esos nuestros propios defectos. Pero, ¿ha terminado todo? No, ahora se produce una reacción en cadena. Ahora, nosotros, que al mismo tiempo somos espejo de otros, producimos una tal interferencia en la imagen que los otros veían, que nos convertimos en revulsivo de sus mentes. Sobrepuesta a la imagen negativa que aún ven de sí mismos, aparece la del hombre nuevo en que nos hemos convertido. Es un chispazo, un instante, visión suficiente para el que está preparado e inútil para el ciego espiritual (Lc 16, 19-31). Después vendrán más espejos, unos los usarán para acicalarse y otros para estudiarse.
Y tú, ¿qué haces?

jueves, 7 de octubre de 2010

Cura de humildad o como es mejor esperar en Dios que en los hombres

Transcribo la noticia tal cual, cada uno que saque sus conclusiones:

OTTAWA (AFP) - Una automovilista canadiense fue socorrida por la policía cuando ya estaba de pie sobre el techo de su vehículo, que había sido tragado por un pantano al que la mujer llegó siguiendo las indicaciones de su sistema de navegación GPS, informó la policía el miércoles.

La conductora llamó al número de emergencia de la policía y declaró que se había perdido cuando volvía de su trabajo en el este de Toronto (Ontario, centro-sur).
"Dijo que estaba de pie sobre el techo de su vehículo, hundido en un pantano", precisó la policía. "Había seguido las indicaciones de su GPS y se perdió".

El vehículo de la mujer no podía avanzar más y comenzó a llenarse de agua. Los socorristas la hallaron "en medio del pantano" y la rescataron.

Extraído de http://espanol.yahoo.com/ hoy 8 de Octubre de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

Alma solitaria

«María, permanecía sentada a los pies del Señor escuchando su palabra»

Para que nada me saque de este hermoso silencio interior hay que guardar siempre las mismas condiciones, el mismo aislamiento, la misma separación, el mismo despojo. Si mis deseos, mis temores, mis alegrías, y mis dolores, si todos los movimientos provenientes de estas «cuatro pasiones» no están perfectamente ordenados a Dios, no seré un alma solitaria, y habrá en mí ruido. Es necesario, pues, el sosiego, el «sueño de las potencias», la unidad del ser. «Escucha, hija mía, inclina el oído, olvida a tu pueblo y la casa paterna, y el Rey será cautivo de tu belleza» (Sal. 44, 12 13)... «Olvidar su pueblo» me parece que es más difícil; porque este pueblo es todo este mundo, que hace, por decirlo así, parte de nosotros mismos: la sensibilidad, los recuerdos, las impresiones, etc... Y cuando el alma ha hecho esta ruptura, cuando está libre de todo esto, el Rey será cautivo de su belleza... El Creador, viendo el hermoso silencio que reina en su criatura, considerándola toda recogida en su unidad interior... la hace pasar a esta soledad inmensa, infinita, a este «lugar espacioso» cantado por el profeta (sal 17,20) y que no es otro que El mismo... «La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón» (Os. 2, 14). ¡He aquí a esta alma entrada en esta vasta soledad donde Dios se hará oír! «Su palabra, dice San Pablo, es viva y eficaz, más penetrante que una espada de doble filo; llega hasta la división del alma y del espíritu y hasta las coyunturas y la médula» (Heb. 4, 12). Es, pues, ella directamente la que acabará el trabajo de despojo en el alma... Pero no basta con escuchar esta palabra, ¡hay que guardarla! (Jn. 14, 23). Y es guardándola como el alma será «santificada en la verdad», según el deseo del Maestro... Al que observa su palabra ¿no ha hecho El la promesa: «Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él»? (Jn. 14, 23).

¡Toda la Trinidad habita en el alma que la ama de verdad, es decir, observando su palabra!...

Beata Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita descalza.

Tomado de http://www.evangeliodeldia.org/

sábado, 2 de octubre de 2010

Evagrio el Monje (15)

Corren tiempos violentos. Unos intentan dominar a los otros y los otros responden con violencia amparada en la justicia de luchar contra la injusticia. Nos dicen que estamos en crisis: crisis económica, crisis de valores, crisis de la familia,… Y así unos andan asustados y otros asustando.


Sin embargo, no hay nada nuevo. La crisis es consustancial al ser humano desde el momento en que se trata de un ser nacido para evolucionar. Crisis es cambio y el hombre viene cambiando, afortunadamente, desde que apareció sobre la tierra y así debe seguir.

Ocurre, sin embargo, que el motor del cambio es algo complejo. No es un motor único de acción directa, sino múltiple y de acción e interacción. Y en ese cambio hay motores externos, propios de este mundo, y otros internos, sutiles, que nos acercan a las estrellas. Los que se asustan solo ven los motores externos y los que asustan solo saben manejar estos mismos motores externos. Entre los dos nos llevan en la dirección equivocada. Caer en el error de manipular los motores externos es propio de aquellos que circunscriben su vida a este mundo porque tienen bloqueada su actividad espiritual. Dejarse arrastrar por la “justa” cólera ante la injusticia que se comete ante nuestras narices es tomarse la justicia por la propia mano. Entrar en la polémica, generalmente exacerbada, sobre lo que hace el “otro” partido político para caer finalmente en la monotonía de la crítica malsana es escamotear a nuestros hijos la solución a los problemas que nos aquejan y les aquejarán. Responder con violencia a situaciones de injusticia social es traer más injusticia social porque los más débiles son siempre los más perjudicados en estas situaciones. Y así podríamos seguir desgranando la espiga de la discordia.

La cólera es necesaria, pero en su justo término. En esa medida que nos hace sonreír y guiñar el ojo pícaramente, diciéndole al mundo que intenta arrastrarnos a la arena del circo para dar su espectáculo de sangre: “Tienes un problema, hermano, y entre los dos lo vamos a resolver”

Nuestro buen Evagrio, en su característico estilo, ya nos avisa de la actuación del “demonio de la ira”. Dice así:

“Contra pensamientos de este tipo somos ayudados por el hervir de la cólera que se mueve contra el demonio. Éste teme muchísimo esta cólera, que se agita contra los pensamientos y destruye sus razonamientos. Y éste es el pensamiento de la Palabra: Irritaos y no pequéis (Sal 4:4). Esta cólera es una medicina útil ofrecida al alma durante las tentaciones. A veces sucede que el demonio de la ira imita al otro demonio, y esboza la forma de algún hijo, o amigo, o pariente, en el momento de ser ultrajado por gente indigna, excitando así la cólera del solitario, para que diga o haga algo malo contra las imágenes que se mueven en su pensamiento. Es necesario atender por un instante a estas imágenes, cuidándonos de arrancar pronto nuestra mente de ellas, a fin de no detenerla mucho tiempo, para que no se inflame secretamente en tiempo de la oración. En estas tentaciones caen fundamentalmente los coléricos y los que se dejan arrastrar fácilmente por sus impulsos. Éstos están alejados de la plegaria pura y del conocimiento de nuestro Salvador, Jesucristo.

Así, pues, recordemos: “Irritatos y no pequéis”

viernes, 1 de octubre de 2010

Santos Ángeles Custodios

En el día en que la Iglesia recuerda a los Santos Ángeles Custodios el comentario de San Bernardo sobre le salmo 90 es reconfortante. Cuando sentimos el bocado de la soledad, el Santo nos recuerda el regalo del Señor: su ángel nos acompañará toda la vida.

«Te llevarán en sus palmas» (Sl 90,12)

«A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos» (Sl 90,11). ¡Cuánto respeto debe infundirte esta palabra... por la presencia de tu ángel bueno! Cuánta confianza debe inspirarte puesto que Dios se preocupa que seas custodiado. Pon particular atención a todo lo que haces puesto que los ángeles están presentes en todas tus decisiones tal como Dios se lo ha mandado. En cualquier lugar que te halles, en cualquier rincón que estés, ten siempre una gran devoción a tu buen ángel... ¿Dudarás de su presencia en todo lo que haces aunque no lo veas? ¡Cuánto respeto te infundiría si lo escucharas, si lo tocaras, si lo sintieras cerca de ti! Sé consciente de que no es sólo la vista la que te da la certeza de la presencia de las cosas; no todo lo que es presente y corporal puede ser captado por la vista. ¡Cuánto más, entonces, los seres espirituales están lejos de ser captados por nuestros sentidos y sólo pueden ser buscados y encontrados a través de medios espirituales! Si preguntas a la fe ¿no te da la certeza que tu buen ángel está siempre presente? Sí, lo aseguro, la fe te da prueba de ello, porque según el apóstol, la fe es prueba y convicción de las realidades que no se ven (Hb 11,1). Ten por cierto que nuestros buenos ángeles están siempre contigo, no solamente con nosotros, sino para nosotros. Están cerca de nosotros para protegernos y para servirnos. ¿Cómo pagarás al Señor todo el bien que te ha hecho? (Sl 115,12). A él solo sea el honor y la gloria, puesto que es él quien ha mandado a sus ángeles que nos guarden; Él es quien nos los ha dado. Todo don perfecto sólo puede venir de arriba (St 1,17).

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia.