Corren tiempos violentos. Unos intentan dominar a los otros y los otros responden con violencia amparada en la justicia de luchar contra la injusticia. Nos dicen que estamos en crisis: crisis económica, crisis de valores, crisis de la familia,… Y así unos andan asustados y otros asustando.
Sin embargo, no hay nada nuevo. La crisis es consustancial al ser humano desde el momento en que se trata de un ser nacido para evolucionar. Crisis es cambio y el hombre viene cambiando, afortunadamente, desde que apareció sobre la tierra y así debe seguir.
Ocurre, sin embargo, que el motor del cambio es algo complejo. No es un motor único de acción directa, sino múltiple y de acción e interacción. Y en ese cambio hay motores externos, propios de este mundo, y otros internos, sutiles, que nos acercan a las estrellas. Los que se asustan solo ven los motores externos y los que asustan solo saben manejar estos mismos motores externos. Entre los dos nos llevan en la dirección equivocada. Caer en el error de manipular los motores externos es propio de aquellos que circunscriben su vida a este mundo porque tienen bloqueada su actividad espiritual. Dejarse arrastrar por la “justa” cólera ante la injusticia que se comete ante nuestras narices es tomarse la justicia por la propia mano. Entrar en la polémica, generalmente exacerbada, sobre lo que hace el “otro” partido político para caer finalmente en la monotonía de la crítica malsana es escamotear a nuestros hijos la solución a los problemas que nos aquejan y les aquejarán. Responder con violencia a situaciones de injusticia social es traer más injusticia social porque los más débiles son siempre los más perjudicados en estas situaciones. Y así podríamos seguir desgranando la espiga de la discordia.
La cólera es necesaria, pero en su justo término. En esa medida que nos hace sonreír y guiñar el ojo pícaramente, diciéndole al mundo que intenta arrastrarnos a la arena del circo para dar su espectáculo de sangre: “Tienes un problema, hermano, y entre los dos lo vamos a resolver”
Nuestro buen Evagrio, en su característico estilo, ya nos avisa de la actuación del “demonio de la ira”. Dice así:
“Contra pensamientos de este tipo somos ayudados por el hervir de la cólera que se mueve contra el demonio. Éste teme muchísimo esta cólera, que se agita contra los pensamientos y destruye sus razonamientos. Y éste es el pensamiento de la Palabra: Irritaos y no pequéis (Sal 4:4). Esta cólera es una medicina útil ofrecida al alma durante las tentaciones. A veces sucede que el demonio de la ira imita al otro demonio, y esboza la forma de algún hijo, o amigo, o pariente, en el momento de ser ultrajado por gente indigna, excitando así la cólera del solitario, para que diga o haga algo malo contra las imágenes que se mueven en su pensamiento. Es necesario atender por un instante a estas imágenes, cuidándonos de arrancar pronto nuestra mente de ellas, a fin de no detenerla mucho tiempo, para que no se inflame secretamente en tiempo de la oración. En estas tentaciones caen fundamentalmente los coléricos y los que se dejan arrastrar fácilmente por sus impulsos. Éstos están alejados de la plegaria pura y del conocimiento de nuestro Salvador, Jesucristo.
Así, pues, recordemos: “Irritatos y no pequéis”
sábado, 2 de octubre de 2010
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