El mundo de la espiritualidad, por muy bienintencionado que sea el que lo recorre, está plagado de trampas. Confiarse en su capacidad para superar las pruebas de uno u otro tipo, creerse en posesión de la Verdad, como si la Verdad tuviera más dueño que Dios, etc. son solo una pequeña muestra de ello.
Sobre los falsos profetas y maestros ya nos advirtió Cristo y en otro momento espero poder dedicarle algunos de nuestros pensamientos y meditaciones. Pero, ahora como siempre, lo prioritario es no convertirnos nosotros en uno de ellos y que no lleguemos a desear que nos pongan la rueda de molino al cuello y nos tiren al mar.
Veamos los consejos de Evagrio:
Cuando suceda que algún pensamiento impuro huya con toda rapidez, ¿deberemos buscar la causa a fin de entender cómo ello se ha producido? En general, esto sucede ya sea porque el objeto en cuestión falta, o porque se trata de un elemento difícil de obtener, o porque estamos entrando en la región de la impasibilidad. Por estos motivos el enemigo no puede vencernos. Si por ejemplo, a algún solitario se le ocurre que le sea confiada la guía espiritual de la ciudad, es difícil que se detenga a fantasear a propósito de ello, por los motivos que mencionáramos anteriormente. Pero si sucediera que alguno se convierte en guía espiritual de una ciudad cualquiera, y su pensamiento no sufre alteraciones, esto significa que ha alcanzado la beatitud de la impasibilidad.
No es necesario saber de estas cosas para tener prontitud y fuerza; para que podamos ver si hemos cruzado el Jordán y estamos cerca de las palmeras o bien si estamos todavía en el desierto y bajo los golpes de los extranjeros. Pues veo, por ejemplo, cómo el demonio del amor al dinero es versátil y extraordinario en su capacidad de engaño. A menudo, angustiado por nuestra total renuncia, finge ser ecónomo y amante de los pobres, recibe libremente huéspedes que aún no se han acercado, da limosnas a los que carecen de alguna cosa, visita las prisiones de la ciudad, rescata a los que han sido vendidos, nos sugiere unirnos a mujeres ricas... Quizás nos aconseje acercarnos a otros, ¡a aquellos que poseen una bolsa bien abastecida! De este modo, se va desviando el alma; poco a poco, la rodea de pensamientos provenientes del amor al dinero y la entrega al demonio de la vanagloria. Y esto introduce una multitud de pensamientos que glorifican al Señor por nuestros negocios, y manipula a algunos que, poco a poco, hablan de sacerdocio en lugar nuestro. Hace pronósticos sobre la muerte del sacerdote a cargo, y predice que no podrá salvarse, debido a todo lo mal que ha actuado.
Y así este mísero intelecto, atrapado por tales pensamientos, entra (mentalmente) en lucha con aquellos que se le oponen, pronto a ofrecer dones a aquellos que lo aceptan y aprueban sus buenos sentimientos. ¡Incluso imagina entregar a aquellos que se le sublevan, en manos de los magistrados y echarlos de la ciudad! Finalmente, puesto que lleva dentro de sí estos pensamientos y les da vueltas, hace que en seguida se presente el demonio de la soberbia, quien, destellando ininterrumpidamente relámpagos y dragones alados en la celda, termina por ocasionar la locura.
Pero nosotros, para conjurar la desgracia que tales pensamientos puedan producir, ¡queremos vivir dando gracias en nuestra pobreza! De hecho, nada hemos traído a este mundo ni nada, por cierto, podremos llevar con nosotros. Siempre que tengamos con qué comer y con qué cubrirnos, conformémonos con ello (1 Tm 6:7 y ss). Y recordemos a Pablo, que declara: El amor por el dinero es la raíz de todos los males (1 Tm 6:10). Todos los pensamientos impuros, cuando por causa de nuestras pasiones se entretienen en nosotros, conducen el intelecto a la ruina y a la perdición. En efecto, así como la idea del pan ronda constantemente al hambriento a causa de su hambre, y el pensamiento del agua al sediento a causa de su sed, del mismo modo, también los pensamientos a propósito de las riquezas, y las reflexiones sobre los turbios pensamientos producidos en nosotros por los alimentos, se detienen dentro nuestro debido a las pasiones. Esto se manifiesta también con los pensamientos de vanagloria y con todos los otros. Y no le será posible al intelecto, sofocado por tales ideas, presentarse ante Dios, ni ceñir en su cabeza la corona de la justicia. Justamente por haber sido arrastrado por tales pensamientos, aquel intelecto tres veces infeliz del cual nos hablan los Evangelios, rechazó la increíble belleza del conocimiento de Dios. Incluso aquel que, atado de pies y manos, fue echado a las tinieblas exteriores, tenía el traje tejido por estos pensamientos y, debido a ello, el que lo había invitado lo declaró indigno de tales nupcias. El traje de bodas es, pues, la impasibilidad del alma razonable que ha renegado de las concupiscencias mundanas. La causa por la cual los conceptos de los objetos sensibles, cuando se detienen en nosotros, corrompen el conocimiento, fue ya mencionada en los "Capítulos a propósito de la oración."
viernes, 29 de octubre de 2010
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