“En cuanto a nosotros, sabemos a ciencia cierta que nuestra alma razonable no está dentro de nosotros como estaría en un recipiente -puesto que es incorporal- pero tampoco fuera -puesto que está unida al cuerpo-, sino que está en el corazón como en su órgano.”Cuando se nos dice que el hombre es cuerpo, alma y espíritu, intentamos inmediatamente hacer un modelo de la realidad que podamos comprenderlo con nuestra limitada capacidad. Nuestro ego empieza a jugarnos una mala pasada haciendo prevalecer una parte, el cuerpo, sobre las otras dos. Así imaginamos el espíritu anclado en el alma, casi confundido con ella, y el alma encerrada en el cuerpo, como si este fuera un recipiente. Sin embargo, San Gregorio nos dice que ni dentro, ni fuera. No puede estar dentro porque estaríamos otorgándole una característica, la forma, propia del cuerpo físico e incompatible con su incorporeidad, incorporeidad que, de no cumplirse, convertiría al alma en una parte del cuerpo, o sea en cuerpo mismo y, por tanto indiferenciada e indiferenciable de él. Pero tampoco puede estar fuera de él, puesto que está dentro de él, puesto que sin ella, el cuerpo muere.
Entra ahora el santo en una aparente paradoja. Trae a colación unas palabras de Cristo:
“No contamina al hombre lo que entra en la boca, sino lo que sale de la boca... lo que sale de la boca procede del corazón y eso es lo que mancha al hombre.” (cf. Mt 15, 11-19),para justificar una cierta “asociación” del alma al corazón. Con estas palabras parece que unimos el alma al cuerpo, aunque sea en uno de sus órganos como es el corazón, pero no es así. El corazón es la forma palpable de la vida, reflejo, y solo reflejo, del alma. Podemos mover todo nuestro cuerpo a voluntad, modular la respiración, etc. pero nuestro corazón seguirá latiendo a su ritmo, al ritmo que marque la partitura de nuestra vida. Y eso es algo que hace el alma. Algo cuyos pulsos son los pulsos de la vida. Algo que, sin ser totalmente de este mundo, se ve influido por las leyes de este mundo.
Podemos llegar a entender toda la argumentación anterior, pero se nos plantea la incógnita del espíritu. ¿Qué dejamos para el espíritu? ¿Dónde lo encontramos? San Gregorio nos cita a Macario, uno de los Padres del desierto, que dice:
“El corazón preside todo el organismo. Cuando la gracia se ha apoderado de las praderas del corazón, reina sobre todos los pensamientos y sobre todos los miembros. Pues es allí donde se encuentran el espíritu y todos los pensamientos del alma”Introduce Macario un puntal importante en este análisis ontológico: la Gracia. Cuando la Gracia divina “ha decidido” que somos dignos de “ver la faz de Dios”, de ser conscientes de nuestra realidad inmersa en la realidad cósmica, el espíritu, como manifestación de la Unidad Divina se encuentra con el alma y ambos en armonía perfecta con el cuerpo, todo lo cual tiene lugar, como licencia poética, en las “praderas del corazón”.
Todo a imagen y semejanza de la Santa Trinidad.
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