
Recuerdo que, cuando niño, me encantaban aquellas películas de indios y americanos en las que casi siempre, ¡oh casualidad!, los malos eran los indios. Pero a mí me gustaban por lo que hacían precisamente los indios. Sabían escuchar y mirar en la naturaleza. Sabían seguir rastros de animales y de hombres. Aprovechaban las propiedades de las plantas para curar. Estaban plenamente integrados en su entorno. Luego, de mayor, empecé a darme cuenta de que, además, eran capaces de sacar enseñanzas filosóficas y morales de la Madre Naturaleza. No son los únicos, pero el cine se había encargado de acercarnos esa realidad.
El hombre ha perdido mucho separándose de la naturaleza, porque la naturaleza tiene códigos ocultos, que, convenientemente descifrados, aportan un conocimiento muy importante.
Cuando decimos que debemos observar la naturaleza, no se trata de someterla a un proceso científico. Tampoco se trata de dejarnos llevar por la impresión o el miedo hacia fenómenos o manifestaciones de poder. Hemos de permitir que nuestro ser, como parte de esa misma naturaleza, entre en resonancia con ella. Se trata de captar algo más que el color verde de la hoja, o la monotonía del canto de la tórtola.
Cuentan las Sagradas Escrituras que, huyendo de la reina Jezabel que quería matarlo, Elías se dirige al desierto, concretamente al monte Sinaí. Allí, lleno de miedo, con el sentimiento de haber fracasado como profeta y como hombre, se recluye en una gruta. El Ángel del Señor lo lleva a la puerta anunciándole que va a pasar Dios. Se produce un terremoto, sopla un vendaval y pasa una nube de fuego, pero Elías no siente la presencia de Dios en ninguno de estos fenómenos. En el hebreo bíblico se emplea una frase muy significativa que, salvo error por mi parte, viene a ser “qol demamá daqá”. Viene a significar voz de silencio sutil, lo que traducido al lenguaje de nuestros días sería SILENCIO. Esto es que vino después de los tres fenómenos y ahí Dios habló a Elías. Sí, el autor bíblico nos remite al silencio para encontrar a Dios.
Claro está que todo esto requiere una previa preparación y que no todas las personas serán capaces de escuchar el silencio. Viene a mi memoria la anécdota del astronauta ruso Yuri Gagarin que, en el primer vuelo ruso por el espacio, aseguró que no había visto a Dios. Parece que en realidad Gagarin nunca dijo eso, sino que fue una invención de Nikita Khrushchev ante el parlamento ruso. Posteriormente, los americanos llevaron sus convicciones religiosas de la época en varios vuelos de la misión Apolo, incluso cuando alunizaron. Ni unos, ni otros es probable que vieran a Dios, metidos en la ruidosa disputa que se traían sus respectivos gobiernos. Así no se puede encarar la búsqueda de nada y mucho menos de Algo, tan esquivo a la mente humana, como es Dios.
Busquemos, como Elías, la voz del silencio sutil, esto es aquello que queda después de quitar lo superficial de las cosas, aquello que queda cuando eres capaz de escuchar el silencio y ver la oscuridad.
Fr+ Fernando
El hombre ha perdido mucho separándose de la naturaleza, porque la naturaleza tiene códigos ocultos, que, convenientemente descifrados, aportan un conocimiento muy importante.
Cuando decimos que debemos observar la naturaleza, no se trata de someterla a un proceso científico. Tampoco se trata de dejarnos llevar por la impresión o el miedo hacia fenómenos o manifestaciones de poder. Hemos de permitir que nuestro ser, como parte de esa misma naturaleza, entre en resonancia con ella. Se trata de captar algo más que el color verde de la hoja, o la monotonía del canto de la tórtola.
Cuentan las Sagradas Escrituras que, huyendo de la reina Jezabel que quería matarlo, Elías se dirige al desierto, concretamente al monte Sinaí. Allí, lleno de miedo, con el sentimiento de haber fracasado como profeta y como hombre, se recluye en una gruta. El Ángel del Señor lo lleva a la puerta anunciándole que va a pasar Dios. Se produce un terremoto, sopla un vendaval y pasa una nube de fuego, pero Elías no siente la presencia de Dios en ninguno de estos fenómenos. En el hebreo bíblico se emplea una frase muy significativa que, salvo error por mi parte, viene a ser “qol demamá daqá”. Viene a significar voz de silencio sutil, lo que traducido al lenguaje de nuestros días sería SILENCIO. Esto es que vino después de los tres fenómenos y ahí Dios habló a Elías. Sí, el autor bíblico nos remite al silencio para encontrar a Dios.
Claro está que todo esto requiere una previa preparación y que no todas las personas serán capaces de escuchar el silencio. Viene a mi memoria la anécdota del astronauta ruso Yuri Gagarin que, en el primer vuelo ruso por el espacio, aseguró que no había visto a Dios. Parece que en realidad Gagarin nunca dijo eso, sino que fue una invención de Nikita Khrushchev ante el parlamento ruso. Posteriormente, los americanos llevaron sus convicciones religiosas de la época en varios vuelos de la misión Apolo, incluso cuando alunizaron. Ni unos, ni otros es probable que vieran a Dios, metidos en la ruidosa disputa que se traían sus respectivos gobiernos. Así no se puede encarar la búsqueda de nada y mucho menos de Algo, tan esquivo a la mente humana, como es Dios.
Busquemos, como Elías, la voz del silencio sutil, esto es aquello que queda después de quitar lo superficial de las cosas, aquello que queda cuando eres capaz de escuchar el silencio y ver la oscuridad.
Fr+ Fernando
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