
El ritmo que nos pretende imponer el entorno es ciertamente frenético. Nos hemos convertido en unos niños malcriados. Hemos llegado a ser esos niños que se vuelven insoportables cuando el objeto de su deseo no se encuentra en sus manos de forma instantánea.
Ha sido algo paulatino, pero que se ha visto acelerado en el último siglo con los avances tecnológicos. A la domesticación del caballo como animal de carga, pero también y sobretodo como medio de romper la barrera natural que, en cuanto a velocidad, tiene el animal humano, siguieron diversos perfeccionamientos e inventos, de los que el del automóvil significó la retirada del “safe car” en una carrera en la que, hasta ese momento, no se había superado la capacidad de asimilación del hombre. La informática, los telemandos, los automatismos y los medios de transporte actuales permiten disponer de información y trasladarse de un sitio a otro en plazos increíblemente cortos frente a lo que el hombre con sus pies o su mente puede hacer directamente.
Pero, esto, lejos de suponer una mejoría en la calidad de vida, lejos de permitirnos disponer de más tiempo para disfrutar de nuestra familia, de nuestros amigos y de progresar en nuestro perfeccionamiento personal, nos pone nerviosos. Alguien nos lo pone delante de nuestras narices, como si fuera una zanahoria, y nosotros corremos y corremos y,… cada vez corremos más. Lo peor de todo es que esta forma de trabajar se ha convertido también en una forma de vivir. Pasamos por la vida sin saborearla. Decía San Antonio que el peor pecado, casi el único, era perder el tiempo. Bueno, pues en eso estamos, en perder el tiempo. Perdemos el tiempo porque recorremos esa vida, que se nos ha dado para que nos ejercitemos en el amor y así expandamos nuestra conciencia de hijos de Dios, la recorremos a toda velocidad. Es como si fuéramos en una AVE y solo fuéramos capaces de ver pasar los paisajes de lejos, sin hablar con sus gentes, sin compartir con ellos su existencia que también es la nuestra, sin oler las flores, o seguir las hormigas.
Para este viaje que venimos organizando ya tenemos dos tareas previas: aligerar nuestro equipaje y prepararnos a viajar sin prisas.
Fr+ Fernando
Ha sido algo paulatino, pero que se ha visto acelerado en el último siglo con los avances tecnológicos. A la domesticación del caballo como animal de carga, pero también y sobretodo como medio de romper la barrera natural que, en cuanto a velocidad, tiene el animal humano, siguieron diversos perfeccionamientos e inventos, de los que el del automóvil significó la retirada del “safe car” en una carrera en la que, hasta ese momento, no se había superado la capacidad de asimilación del hombre. La informática, los telemandos, los automatismos y los medios de transporte actuales permiten disponer de información y trasladarse de un sitio a otro en plazos increíblemente cortos frente a lo que el hombre con sus pies o su mente puede hacer directamente.
Pero, esto, lejos de suponer una mejoría en la calidad de vida, lejos de permitirnos disponer de más tiempo para disfrutar de nuestra familia, de nuestros amigos y de progresar en nuestro perfeccionamiento personal, nos pone nerviosos. Alguien nos lo pone delante de nuestras narices, como si fuera una zanahoria, y nosotros corremos y corremos y,… cada vez corremos más. Lo peor de todo es que esta forma de trabajar se ha convertido también en una forma de vivir. Pasamos por la vida sin saborearla. Decía San Antonio que el peor pecado, casi el único, era perder el tiempo. Bueno, pues en eso estamos, en perder el tiempo. Perdemos el tiempo porque recorremos esa vida, que se nos ha dado para que nos ejercitemos en el amor y así expandamos nuestra conciencia de hijos de Dios, la recorremos a toda velocidad. Es como si fuéramos en una AVE y solo fuéramos capaces de ver pasar los paisajes de lejos, sin hablar con sus gentes, sin compartir con ellos su existencia que también es la nuestra, sin oler las flores, o seguir las hormigas.
Para este viaje que venimos organizando ya tenemos dos tareas previas: aligerar nuestro equipaje y prepararnos a viajar sin prisas.
Fr+ Fernando
No hay comentarios:
Publicar un comentario