HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

miércoles, 31 de marzo de 2010

Los otros y yo

No resulta fácil meter a los demás en nuestro yo más profundo hasta hacerlos, no ya nuestros hermanos, sino nosotros mismos, hacerlos uno con nosotros y en conjunto con Cristo. Es difícil, ¿porqué? Porque nuestra cultura lleva siglos considerando la diferencia entre los otros y yo, estudiando las diferencias entre los hombres en lugar de buscar sus semejanzas, juzgando, en fin, desde la diferencia. A fe que resulta fácil. Abrimos los ojos y vemos formas diferentes, palpamos y sentimos texturas diferentes y temperaturas diferentes, olfateamos y percibimos olores agradables y desagradables, prestamos atención a nuestro oído y percibimos diferentes intensidades y distintos tonos. Todos nuestros sentidos están preparados para buscar las diferencias entre uno y otro ser. Si a ello le añadimos nuestro cerval y natural pánico a la muerte, desarrollamos un instinto de supervivencia que marca las diferencias entre lo bueno y lo malo, lo agresivo y lo que puede ser objeto de nuestra agresión,… No sigo, vemos fácilmente que este mundo está concebido sobre la base de la diferenciación.

Los santos de todos los tiempos y de todas las religiones han sido conscientes de esto desde el más profundo conocimiento de su ser y, por ello, de la naturaleza humana. Por ello, con un evidente objetivo de apoyo en nuestro desarrollo espiritual, han sembrado sus escritos de consejos, historias y pensamientos que, si aparentemente propician la distinción entre cada uno de nosotros y los demás, la aplicación de los mismos a nuestra vida de forma continuada y estricta nos conduce irremediablemente a sentir la unidad. Veamos unos cuantos de estos ejemplos.

Empezaremos por San Antonio. Decía que “Del prójimo nos viene –probablemente la traducción no refleje la forma más adecuada, ya que implícitamente le atribuye la culpa de nuestra condenación al prójimo. Personalmente prefiero decir: Por nuestro trato del prójimo (…)- la vida y la muerte. Porque si nos ganamos a nuestro hermano, nos ganamos a Dios; pero si lo escandalizamos, ¡pecamos contra Cristo!”

En otra ocasión decía el Abad Antonio: “Llega el tiempo en que los hombres enloquecerán y al ver a alguien que no esté loco se alzarán contra él y le dirán “¡Estás loco!”, porque no es igual que ellos.”

En una ocasión, un monje, al ver que consultaba con un anciano egipcio, le dijo al abad Arsenio:
- Abad Arsenio, tú que tan bien conoces la cultura romana y griega, ¿cómo es que le preguntas a este inculto por sus pensamientos?

Y él le respondió:

- La cultura romana y griega las conozco, pero el alfabeto de este inculto no lo he aprendido todavía.

Volvemos con una historia relativa al Abad Antonio. Preguntó una vez el abad Agatón al abad Antonio:

- ¿Cómo podría contener a mi lengua para que no diga mentiras?

Y el abad Antonio le respondió:

- Si no mientes, cometerás muchos pecados.

Aquél, entonces, le dijo:

- ¿Qué quieres decir?

Y el anciano le contestó:

- Pon que dos hombres asesinan a uno ante tus ojos, y uno de ellos se esconde en tu celda. Y pon que la autoridad que lo busca te pregunta "¿se ha cometido un crimen delante de ti?". Si no le mientes, entregas a un hombre a la muerte. Mejor déjalo libre ante Dios; porque Él lo sabe todo.

Cuentan del Abad Juan Colobos que: unos ancianos se reunieron a comer juntos en el eremitorio; estaba junto a ellos el abad Juan. Se levantó, pues, uno, que resultaba ser el de mayor edad, a servir la jarra de agua; nadie quiso que lo sirviera, excepto Juan Colobos. Los demás, entonces, se asombraron, y le dijeron:

- ¿Cómo tú, que eres mucho más joven que él, has aceptado que te sirva él que es mayor?
Y les dijo:

- Yo cuando me levanto a servir la jarra, me alegro si todos lo aceptan, porque así tengo mi paga. Y ahora por el mismo motivo lo he aceptado, para que pueda tener su paga, no vaya a entristecerse porque nadie lo acepte. Y al oír esto se admiraron y salieron beneficiados por su juicio.

Contaba el Abad Isaac:

Cuando era más joven practiqué el ascetismo junto al abad Cronio, y nunca me pidió que hiciera nada, a pesar de ser un anciano y temblar de debilidad, sino que se levantaba él solo y me traía a mí la jarra y a todos los demás sin excepción. También practiqué el ascetismo con el abad Teodoro de Fermo, y tampoco él me pidió nunca que hiciera nada, sino que incluso ponía él solo la mesa y decía:

- Hermano, si quieres ven a comer.

Y yo le decía:

- Abad, he venido contigo para beneficiarme, ¿por qué no me pides nada?

Pero el viejo guardó silencio. Así que me marché y pedí consejo a los ancianos. Los ancianos, pues, vinieron y le dijeron:

- Abad, ha venido el hermano ante tu santidad para beneficiarse ¿por qué entonces no le pides nada?

Y el anciano les respondió:

- ¿Tal vez soy el jefe de la comunidad para darle órdenes? Yo nunca le digo nada, pero si quiere, que haga él lo que me ve hacer a mí.

Así que a partir de entonces me adelantaba y hacía lo que veía que iba a hacer el anciano. Además, él cuando hacía algo lo hacía en silencio. Y eso es lo que me enseñó, a hacer mi labor en silencio.

lunes, 29 de marzo de 2010

La negación


¿Por qué será que vemos la mota en el ojo ajeno y no vemos la viga en el propio?
Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro
se sentó entre ellos.
Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: "Este
también estaba con él".
Pedro lo negó, diciendo: "Mujer, no lo conozco".
Poco después, otro lo vio y dijo: "Tú también eres uno de aquellos". Pero
Pedro respondió: "No, hombre, no lo soy".
Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: "No hay duda de
que este hombre estaba con él; además, él también es galileo".
"Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices". En ese momento, cuando todavía
estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el
Señor le había dicho: "Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres
veces".
Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Nos han enseñado, y luego lo hemos practicado asiduamente, a entrar en resonancia con la parte prosaica, emotiva, de esta narración, enfrentándonos a algo que, en nuestro fuero interno pensábamos, nunca llegaría: el momento histórico o novelado, lo mismo da, de la negación de Pedro. Pero nunca nos enfrentamos a vivir ese momento. Hoy lo quiero hacer y que cada cual, en la intimidad de su conciencia, lo haga.
¡Qué felicidad si solo fueran tres veces! Porque, Pedro, lo negó tres veces, pero ¿cuántas veces al día niego yo a Cristo? Cada vez que, aunque sea por un momento, me siento más que los demás. Cada vez que permito que los demás penséis que yo soy digno de admiración. Cada vez que permito que alguien, aun el ser más miserable de la tierra, piense que es más miserable que yo y máxime cuando todos sabemos que el Divino Maestro está en el corazón de cada uno de nosotros. ¿Con qué derecho puedo yo sentir siquiera la tentación de rechazar al pobre, al drogadicto, al enfermo, al asesino, a la prostituta, al loco, al idiota, al extranjero, al débil, al grosero, al maleducado, al inculto, al deforme, al del otro bando, al tonto de baba, en fin, al otro, al que es, mejor dicho, al que parece ser distinto de mí? Es fácil sentarse cómodamente delante del ordenador y escribir de ética, de moral, de religión, de espiritualidad o de lo que sea, con la buena intención, de transmitir conocimiento. Eso no tiene mérito. Lo difícil es vivir las circunstancias de los otros y salir a la Vida. Lo difícil lo hizo Cristo: hacerse siervo de todos. Mi vida es fácil aunque, en mi autocompasión, me parezca sacrificada, aunque las más insignificantes molestias se me antojen un tremendo sacrificio. Egoísmo, autocomplacencia. Ya lo dijo Cristo: Haced lo que dicen, pero no lo que hacen. Tendría que estar llorando amargamente todo el día y toda la noche porque continuamente estoy negando a Cristo.
Afortunadamente esos que, aún hoy, siento distintos de mí me sonríen y me dan la mano. Todavía más: me parece que, a través de ellos, Dios mismo me sonríe y me tiende la mano.
Podría seguir profundizando en ese conocimiento de mí mismo que es la antesala de la humildad, pero eso debe hacerse en el recogimiento de la celda del corazón de cada uno. A mí solo me queda pediros y pedirme perdón por lo que os haya fallado y por lo que os pueda fallar, por aquél momento en que me necesitasteis y yo estaba ocupado con las cosas del césar, por aquél momento en que no fui capaz de partir el pan, como lo hiciera Él, y daros a comer, por aquél momento en que teníais sed y en lugar de daros mi sangre, en el colmo de la estupidez, os daba agua ¡Qué fácil es negar a Dios!
Espero que, cuando llegue la Hora, sea al menos como el buen ladrón y no me apegue a este mundo. Amén.

domingo, 28 de marzo de 2010

El cocido y la espiritualidad

El cocido es una de esas comidas que ha servido y servirá para alimento de muchas y muchas familias del área mediterránea, aun dentro de su variedad según el área cultural y geográfica en que nos movamos.

Dentro de mi nulidad como cocinero que espero sepáis disculpar, me referiré al cocido extremeño, porque me gusta, aunque solo sea porque es el que maravillosamente prepara mi mujer. Sin entrar en detalles, el cocido incluye garbanzos, carne, chorizo, morcilla y tocino. Todo ello con un caldo en el que está presente el pimentón de La Vera, la famosa comarca cacereña, donde decidió transitar a la otra vida el Emperador Carlos.

A ninguno de nosotros se le ocurriría quitarle los garbanzos y decir que es cocido. O suprimir la carne y el chorizo por eso de ser vegetariano y seguir diciendo que habíamos comido cocido. O suprimir el caldo con su pimentón. Bien, pues lo mismo pasa con la espiritualidad.

Muchos de nosotros caemos en la tentación de ser mejores. “¿Tentación?”- me preguntaréis. Pues sí, tentación. Queremos desarrollar nuestra consciencia hasta el máximo grado que podamos. Queremos la unidad con Dios. Queremos la perfección. Pero nos olvidamos que, si queremos comer cocido, tiene que ser, como dicen en Andalucía, “con todos los avíos”. Aspirar a la perfección en la tierra no puede ser nunca olvidarse de la tierra. No podemos vivir nuestra experiencia, la que Dios nos ha encomendado, viviendo embobados en Dios, porque entonces habremos perdido la oportunidad de aprender de esta vida. Habremos vivido, sencillamente, otra vida diferente de la que nos tocaba vivir. Nicodemo el Hagiorita nos muestra como la “unidad” que buscamos es, a semejanza de la Santísima Trinidad, el funcionamiento parejo y coherente del espíritu, del verbo interior y de la voluntad.

Así, pues, “sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto”, esto es en la unidad del cuerpo, del alma y del espíritu. Como un cuerpo no lo podéis desmembrar, sin provocar su muerte, así tampoco, podéis separar el espíritu del cuerpo y del alma.

viernes, 26 de marzo de 2010

Las potencias del alma

Decía San Antonio que el hombre verdaderamente razonable, no es aquél que ha “estudiado los discursos y los libros de los sabios”, sino aquél que es capaz de “discernir entre lo que está bien y lo que está mal, (…), mientras que se adhieren solícitamente a poner en práctica todo lo que es bueno y útil al alma, y hacen todo esto con mucha gratitud respecto de Dios, (…)”

A mí, al menos, me queda claro que el puro conocimiento, la manifiesta voracidad por acumular conocimientos, conversando o leyendo, no es suficiente -en muchos casos diría que es contraproducente- para alcanzar esa capacidad de discernimiento a que alude el santo. Esto es tanto más cierto cuanto que la producción intelectual es tremendamente elevada y cada día son más las obras cuya lectura solo sirve para desestimarlas por inútiles o contrarias a todo logro espiritual.

Sin embargo, San Antonio nos apunta algo que resulta fundamental para una vida espiritual de calidad. Dice:

"Hemos recibido de Dios la continencia, la paciencia, la temperancia, la constancia, la soportación, y otras virtudes similares a éstas, como excelentes y válidas fuerzas. Éstas, con su resistencia y su oposición, acuden en nuestra ayuda frente a dificultades de esta tierra. Si las ejercitamos y las mantenemos siempre prontas, nos ayudarán de tal modo que nada de lo que nos suceda nos parecerá áspero, doloroso o intolerable. Nos alcanzará con pensar que todo pertenece a la realidad humana, y es doblegado por las virtudes que están en nosotros. Por cierto, que esto no lo pensarán los insensatos: éstos no creen que todo evento es para bien, que sucede como debe suceder para ventaja nuestra, a fin de que las virtudes resplandezcan y que recibamos de Dios la corona.”


Así pone de manifiesto el santo abad que hemos de ejercitar las virtudes de que, en mayor o menor grado, ha sido dotada nuestra alma, en la seguridad de que de esta forma estaremos preparados para afrontar cualquier situación de este mundo. Pero, al mismo tiempo, nos llama la atención sobre el hecho de que todo lo que ocurre en esta vida está bien a fin de que “recibamos de Dios la corona”, esto es, de acuerdo con el símil de San Pablo, recibiremos la corona de los atletas al ponerse de manifiesto el desarrollo de las potencias de nuestra alma.

Pero no acaba aquí. Continúa diciendo:
“De este modo, él –se refiere al hombre razonable- huye de lo que perjudica a su alma como realidad extraña y que es capaz de alejarlo de la inmortalidad.” Y, por ello, puntualiza: “Cuanto más modesta es la vida de uno, tanto más éste es feliz. No tiene que preocuparse por tantas cosas, tales como siervos, campesinos, ganado. Si nos precipitamos en estos quehaceres, tropezaremos con las penas que de ellos surgen y nos lamentaremos de Dios: con nuestra voluntaria concupiscencia, la muerte, como una planta, será regada y permaneceremos perdidos en las tinieblas de la vida pecaminosa, impotentes de conocernos a nosotros mismos”


Con todo esto, Antonio llega a afirmar que
“No debemos declarar que es imposible para el hombre conducir una vida virtuosa. Debemos más bien decir que ésta no es fácil ni está al alcance de la mano de cualquiera.”


Finalmente insiste en la necesidad de fortalecer el alma:
“El alma debilitada va a la perdición, arrollada por la malicia que acarrea consigo la disolución, la soberbia, la insaciabilidad, la ira, la desconsideración, la rabia, el homicidio, el gemido, la envidia, la avaricia, la rapiña, los afanes, la mentira, la voluptuosidad, la pereza, la tristeza, el miedo, la enfermedad, el odio, la acusación, la impotencia, la aberración, la ignorancia, el engaño y el olvido de Dios. En éstas y otras cosas similares es castigada el alma infeliz que se separa de Dios.”

“Aquellos que quieren practicar la vida virtuosa, pía, gloriosa, no deben hacer sus elecciones basándose en costumbres artificiosas o en la práctica de una vida falsa. Por el contrario, deben, tal como lo hacen los escultores y los pintores, demostrar con sus propias obras su vida virtuosa y conforme a Dios, y rechazar como trampas todos los malos placeres.”


Y termina diciendo:
“Comparado con las personas sensatas, el que es rico y noble pero falto de disciplina espiritual y de toda virtud de vida, es un infeliz. Pero el que es pobre y esclavo en cuanto a condiciones de vida, pero adornado de disciplina y de virtud, éste es feliz.”


San Antonio es pues concluyente en un tres aspectos básicos para la vida espiritual: a) La existencia de virtudes en el alma, de forma más o menos latente, que permitirían alcanzar el máximo desarrollo espiritual preciso; b) la necesidad de entrenar dichas virtudes para conseguir el objetivo y c) la necesidad de renunciar, en la máxima medida posible, a cualquier apego material –las condiciones “sin prisas” y “sin cargas” a que aludíamos en las fases preparatorias del hesicasmo.

domingo, 21 de marzo de 2010

Nicétas Stéthatos

Decía este teólogo de la Iglesia Ortodoxa Griega, polemista que intervino en los debates del Cisma de la Iglesia Oriental en 1054, que existen tres estados para el hombre: el hombre carnal que quiere vivir para su propio placer, aun a costa de sus prójimos; el hombre natural que quiere agradarse a sí mismo y a los demás al mismo tiempo y el hombre espiritual que quiere agradar a Dios aun a su propia costa.

El primero es infranatural, el segundo se conforma a lo natural y el tercero es supranatural, es "meditar como Cristo" o mejor vivir EN Cristo.

Nada es nuestro

Tenemos una desmedida obsesión por la posesión de las personas y de las cosas. En cada caso cabe una explicación. La disponibilidad de cosas materiales parece una garantía de supervivencia. Somos como hormigas que nos pasamos el verano acumulando alimentos para luego pasar el invierno. Nos han bombardeado con lo bueno y lo sano que es el trabajo, lo cual es cierto, pues sirve para endurecer la voluntad, pero este argumento ha sido progresivamente manipulado para convertirlo en un “trabaja para tener”. El cuento de la hormiga y la cigarra es un ejemplo. En algún momento tendremos que explicar las ventajas curativas para el alma del trabajo, pero no ahora.
Como dijimos al principio, la obsesión por poseer se extiende a las personas. Así, muchos padres creen que los hijos les pertenecen. Lo hacen con toda su buena voluntad, pero yerran. Cuesta mucho trabajo aceptar que un hijo, ese ser que vimos débil y llorón, que lo llevasteis, vosotras mujeres, en vuestro vientre nueve meses, que le enseñamos a ser mujer o a ser hombre cuando nuestra obsesión por tener nos lo permitía, cuesta mucho, decía, ver como un día levanta el vuelo y abandona el nido familiar. Cuesta mucho. Pero es como debe ser. Esos espíritus que un día nos pidieron permiso para, al abrigo de nuestro amor de pareja, encarnarse en forma de nuestro hijo, tienen sus derechos. Sobre todo tienen derecho a vivir la experiencia que Dios les encomendó.
Por eso son dignos de admiración y de todo nuestro apoyo aquellos padres que, habiendo perdido alguno de sus hijos, logran superar su lógico dolor natural y bendicen a Dios por lo ocurrido. Es un duro ejemplo de integración en la Unidad Divina y, en última instancia, de toma de consciencia de lo que somos. El dolor por una pérdida de este calibre o por cualquier otra causa existe porque queremos, permitimos, que exista. Es muy fácil decir que no hay que sufrir, que la vida es bella y tantas otras cursiladas. Hay culturas y religiones que celebran la muerte con un banquete. Comprendo su felicidad porque más que muerte es nacimiento a una nueva vida, pero no deja de parecerme una cierta banalización. No me parece lógico celebrarlo, ni con gozo, ni con dolor, sencillamente se trata de aceptarlo porque eso tenía que ocurrir era parte de la experiencia que tanto nosotros, como el fallecido, teníamos que vivir. No es un suceso bueno, ni lo es malo; sencillamente es. No podemos condenar a nadie a permanecer en una vida que por definición tiene “fecha de caducidad”. Ninguno de nuestros seres queridos es un bello pájaro que encerramos en una jaula para que nos deleite con sus trinos o con la belleza de su plumaje.
La pérdida de un hijo es, posiblemente, el golpe más duro para los que nos quedamos aquí, pero no el único. La pérdida de cualquier ser querido, un conyugue, un padre o una madre, un hermano o un amigo es un golpe fuerte que participa de las mismas dificultades que la muerte de un hijo. Los argumentos para la aceptación del hecho son los mismos que en el caso de un hijo. Solo cambia la intensidad de nuestro apego. El desapego hacia las personas, por muy queridas que éstas sean, suena mal, pero es un error por nuestra parte. Desapego no significa indiferencia, ni no amor. Significa rechazar todo “título de propiedad”, aceptar que era la experiencia que el fallecido tenía que vivir, romper con nuestros egoísmos disfrazados de cariño y, más difícil aún, comprender que aquí no ha pasado nada, que esa otra parte de nuestro yo que era el fallecido, sigue ahí con nosotros.
A aquellos que habéis conseguido superar estas ataduras terrenales mi reconocimiento, mi afecto y mi agradecimiento por vuestro ejemplo. A los que estáis en ello, me gustaría trasladaros mi apoyo, mi fuerza que está ahí, no para mí, sino para el que la necesite, mis ánimos. Que Dios os acompañe.

sábado, 20 de marzo de 2010

Persíguete a tí mismo y tu enemigo será errotado con solo acercarte. Haz la paz contigo mismo y el cielo y la tierra harán la paz contigo. Esfuérzate por entrar en tu celda interior y verás la morada celeste, pues son una misma cosa; entrando en una contemplarás también la otra. La escala del Reino está en tí, oculta en tu corazón. Descárgate del peso de tus pecados y descubrirás en tí el sendero que hará posible tu ascensión.


San Isaac el Sirio


COROLARIO: Vivir en Cristo es vivir en la vida eterna. (Tito Colliander, El sendero de los ascetas)

viernes, 19 de marzo de 2010

Cuando te rindes


De entre los muchos consejos que me ha dado mi madre, y me seguirá dando, hay uno que viene como anillo al dedo a muchos hermanos nuestros. Diría incluso, sin temor a equivocarme, que a todos nosotros. Me dijo: “No te rindas jamás”

En uno de mis paseos meditativos encontré hace unos días una rústica cruz, de retorcidos leños, abandonada en un rincón. Era todo un símbolo de lo que ocurre en el devenir diario de toda mujer y de todo hombre. Hemos dado en pensar que las palabras de Cristo a aquél joven que le preguntaba qué más tenía que hacer además de cumplir los Mandamientos eran un consejo de perfección, solo dedicado a esos “extraños hombres y mujeres” que se recluyen en un monasterio para estar “mano sobre mano”. Dejando al margen el desconocimiento que reside tras estos pensamientos acerca de la vida monástica, debo asegurar tajantemente que lejos de ser un consejo de perfección es una tabla de salvación. Que cada uno coja su cruz y siga a Cristo, lejos de convertirnos en unos mojigatos ebrios de religiosidad o en unos mártires del siglo XXI, nos sitúa en el camino de la coherencia. No estamos en esta vida para recorrerla deprisa y con el único provecho del abandono en manos del placer, del poder o de otras lindezas materiales.

Nuestro inconsciente colectivo ha puesto de moda unos lacrimógenos programas televisivos en los que se manipulan, en aras de la audiencia, los deseos de reencuentro de familias desestructuradas y la búsqueda de sus raíces de hijos que no conocieron a sus padres o que les abandonaron cuando ellos eran muy chicos. Sin embargo, como todo en la Creación, hay una parte interesante en estos programas: en ellos subyace una preocupación del hombre por conocer su procedencia. En efecto, el que más y el que menos, todos estamos en un proceso de búsqueda, tal vez en la línea equivocada, pero búsqueda al fin y al cabo. En esa búsqueda de raíces no se escatiman esfuerzos, sobre todo cuando es algo tan tangible como un padre, una madre o un hijo. Claro que siempre hay un motivo de duda, de desaliento. Y es que a veces desconocemos cual puede ser la reacción del ser buscado. Tanto más cuando lo que buscamos es algo mucho más profundo e indefinible como puede ser una moral universal, un Principio de Vida,… o Dios mismo. A esas dudas se añaden las dificultades propias de la vida: la incomprensión de nuestros compañeros de viaje, las enfermedades, la pobreza, la competencia profesional, la hipoteca, las drogas, la violencia sea del tipo que sea,… Demasiado ¿verdad? Demasiado para entretenerse buscando; demasiado duro y desagradable para olvidarnos de la juerga, el placer y otras “maravillas” de la vida. Sin embargo, abandonar nuestra cruz en un rincón es perder la oportunidad de experimentar la vida como si de una naranja se tratara: exprimiéndola para obtener hasta la última gota de zumo. Pero ¡ojo! No se trata de una propuesta masoquista. Cualquier circunstancia de la vida hay que afrontarla con alegría, con buen humor, dando gracias por la oportunidad que se nos ofrece, en el convencimiento de que todo lo que ocurre en este mundo es porque tiene que ocurrir, ni es bueno, ni es malo: sencillamente debe ocurrir. Sé que no es fácil. Nadie ha dicho que lo sea. Pero os aseguro que, cuando se lleva un tiempo insistiendo en esa línea, la dificultad va desapareciendo, primero lentamente, después mucho más rápido. La comparación no es novedosa pero sigue siendo válida: la vida es como una carrera de fondo, llegar a la meta requiere entrenamiento, buena alimentación, el descanso justo y, sobre todo, afán de superación. El atleta que enfoca así su preparación puede estar seguro que ganará la carrera. En nuestro caso tenemos una diferencia ventajosa: en las carreras deportivas solo uno puede ganar, en esta se lucha contra uno mismo, el esfuerzo siempre tendrá resultado positivo.

Así, pues, dejar nuestra cruz en un rincón so pretexto de estar cansado, aburrido, desesperado o por cualquier otra excusa que nos inventemos es perder la carrera. Las palabras de Cristo son un auténtico consejo de amigo.

Cuando rechazamos nuestra cruz, tentados por la diversión o la comodidad, hemos sido vencidos por nuestro ego en su forma más rastrera: el egoísmo. Tras el egoísmo, o sea tras el abandono de la cruz, se esconden muchos fracasos matrimoniales, muchos conflictos vecinales o incluso internacionales, mucha violencia xenófoba, muchas crisis sociales y económicas,… ¿Pensáis que no? Cuando uno de los miembros de una pareja tiene un problema que llega a hacerse crónico ¿cuántos siguen recibiendo el apoyo de su compañero? Ya el matrimonio no es tan divertido. La enfermedad, corporal o conductual, nos hace la vida más cuesta arriba. ¿Recordáis: “en la salud y en la enfermedad”? Cuándo los países del Magreb ya han pasado de ser destino turístico a ser “productores” de emigrantes ¿nos siguen gustando? Cuando el vecino, siempre tan atento y educado, tiene un hijo gamberro al que le cuesta trabajo controlar, que rompe nuestras macetas o se carga el ascensor ¿no le echamos los perros con nuestras exigencias añadiendo vergüenza a su ya deprimente situación? Es más fácil adoptar una postura estricta, convertirnos en gendarmes de la comunidad y exigir una reparación que ayudar al afligido padre y al inconsciente hijo. Así podríamos seguir poniendo decenas de ejemplos.

No os engaño: a mí también me cuesta trabajo. No siempre se consigue. Pero hay que insistir una y otra vez, entrenar cuando el problema aún no se ha presentado y sobre todo: no rendirse jamás.

A los monjes del Monasterio Cisterciense de Nuestra Señora de las Escalonias.


Ya es la tercera vez que sustraigo tiempo a mi familia para pasar unos días de retiro espiritual en el Monasterio Cisterciense de Ntra. Sra. de las Escalonias.

Escribo estas frases no como un cumplido, sino desde el más profundo agradecimiento por su acogida, por su hospitalidad y por su ejemplo. Soy consciente de que para estos monjes sobran las palabras. Más aún, corro el riesgo de que con ellas altere esa actitud de silencio que impregna su vida, más que por un mero precepto, por un convencimiento de que la verborrea humana, aun con la mejor de las intenciones, no deja de ser como el bullicio de una feria: al final nos hace incapaces de escuchar a Dios.

Desde aquí, repito, mi agradecimiento al Cister por preservar estos espacios de silencio; por acoger a los que buscamos lo que la vida diaria nos escamotea y por permitirnos regresar a casa convertidos en hombres y mujeres nuevos preparados para ayudar a los que nos rodean. Gracias.

sábado, 13 de marzo de 2010

Yo ví llorar a Dios


Hace muchos años que conozco una canción cuyo estribillo dice así: “Anoche, soñando,/ he visto a Dios llorando/ jamás lo olvidaré./ Y ahora que estoy despierto/ aún me parece cierto /yo vi llorara a Dios.” Siempre pensé que, aunque muy bonita, era una canción algo lacrimógena, con un mensaje rayano en el tópico, moralizante y, dentro de su profundidad moral, superficial. Henchido de sabiduría, mi ignorancia era incapaz de dejarme ver más allá de mis narices. Como tantas veces, me equivoqué.

Era un hombre normal, ni listo, ni torpe; ni alto, ni bajo; ni simpático, ni antipático. Sencillamente era un hombre como tú y como yo. Y como tú y como yo, guardaba en su interior Algo maravilloso que la superficialidad de los momentos pasados con él y mi torpeza no habían dejado traslucir a pesar de su evidencia. Aunque su nombre es otro, le llamaremos Jesús.

Esa tarde dejaría de ser para mí una tarde más. Jesús estaba serio, sereno, pero Algo en su interior parecía hacerle más grande, más atractivo, más atrayente que nunca. Le pregunté: “¿Qué te pasa? Te veo preocupado.” “Dios también llora” me espetó. Un terremoto bajo mis pies no me habría provocado tal conmoción. Por minutos no supe qué decir. Fue él quien habló y aún me conmocionó más: “Mira, Hermano, Dios no es ni más, ni menos, que Amor” Si ya llamarme Hermano, a mí que solo había hablado con él cosas intranscendentes y pocas veces, ya me dejaba fuera de juego, reducir la Totalidad de Dios a una palabra rozaba la irracionalidad. Tantos años con el bombardeo sobre las capacidades divinas para que llegara alguien reduciéndolo todo a una palabra.

Continuó hablando. Parecía un monólogo, pero era un diálogo en toda regla: leía mis pensamientos y contestaba mis preguntas antes de que yo las formulara. Decía: “Sería difícil definir lo que es el Amor, porque antes que todo lo que vemos, percibimos o intuimos ya existía el Amor. Es el principio único y fundamental de todo, por tanto no podemos definirlo con ideas o conceptos que derivan de Él. Todo lo que digas de Él, a favor o en contra, bueno o malo, es Él mismo. Si le enfrentas al odio, le enfrentas a Sí mismo, pero todo eso será un invento tuyo, de tu mente, porque, siendo Él mismo el origen de todo y el Todo mismo, nada puede haber fuera de Él y menos algo que se supone contrario, esencialmente contrario a Él. En nuestro concepto dual el Amor ha de ser bueno, amable, etc. y el odio todo lo contrario. Es una tentación en la que caemos continuamente. Sencillamente: el Amor no se puede definir, hay que vivirlo, experimentarlo.”

“Es muy tentador caer en la trampa de diseccionar el Amor, ponerle nombre y apellidos, asignarle propiedades, decir lo que es y lo que no es. La Realidad es muy distinta. Nuestra realidad es que envolvemos el Amor con una cáscara sobre la que nos movemos, sin llegar a saborear el fruto. Ayer logré quebrar esa cáscara, la mía y solo la mía; por eso sé que cuando termine de explicarte mi experiencia, no te habrás enterado de nada. Precisamente cuando ayer logré quebrar esa cáscara, mi cáscara, vi llorar a dios, así con minúscula. Porque yo seguía empeñado en que Dios era como yo decía que era y Dios tenía que llorar por lo que yo calificaba de desgracias de este mundo. Yo veía los niños hambrientos en África, los sangrientos atentados de Afganistán, los muertos de los terremotos de Haití, Chile o Turquía, los millones de parados de España, las enfermedades de mis parientes y amigos,… Y lloraba. Y como yo estaba llorando, Dios tenía que llorar. Y lloraba, claro que lloraba: ¡a través de mis lágrimas!”

“Ahora mismo estás preguntándote qué es el Amor. Por eso estás perdido. No sabes si Dios es Amor o el Amor es Dios. No sabes si el Amor es bueno, malo o regular. Ni lo sabrás. Porque el objeto de tu Vida no es almacenar conocimiento, ni siquiera sobre el Principio Supremo y Único del Amor. Tu mente egocéntrica aspira a acumular conocimiento porque así cree dominar su entorno y con ello asegurar su supervivencia. Cuando te dije que vi llorar a Dios, me refería a ese burdo reflejo de Dios que es el dios que deducimos. Lo bueno es que cuando nos lanzamos a atrapar ese reflejo, caemos en la vacuidad y lloramos angustiados y entonces, tal vez entonces, nos encontramos con Dios. Cuando pensamos que vivir con Dios debe ser algo maravilloso, nos encontramos primero con una experiencia dolorosa y traumática que, finalmente, nos lleva a descubrir ese Principio Absoluto que es el Amor. Hay quienes hacen la visita y se despiden hasta otra ocasión y hay quienes se empapan de Amor hasta los tuétanos y viven en el Amor de forma permanente. Te puedo asegurar que cuando ves llorar a dios, estás más cerca del Dios Verdadero. La oración del Huerto de Getsemaní, nos muestra a Jesús sudando gotas de sangre, ¿lo entiendes ahora?”

Mi amigo dejó de hablar. Ahora me tocaba a mí.

viernes, 12 de marzo de 2010

Fundamentos

El Evangelio de hoy, según la Iglesia Católica, es un claro fundamento, tanto de fondo, como de forma, de la oración continua hesicasta:

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los
demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro,
publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como
los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como
ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios
mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el
primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla
será ensalzado".


Lucas 18,9-14.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Comentarios de San Gregorio Sinaíta (10)

San Gregorio establece el principio básico de la llamada “oración continua”. Está claro: hay que rezar siempre y en todo momento. Pero, a diferencia de otros autores, no se basa en las palabras de Jesús o en las de los apóstoles, sino en el Eclasiatés. Así, dice:
“«Desde la mañana siembra tu semilla» y «por la tarde que tu mano no se detenga» para no interrumpir su continuidad arriesgándote a faltar a la hora de la satisfacción «pues tú no sabes cuál de las dos te traerá la prosperidad» (Ecl 11, 6).”
Donde “semilla” se refiere a la oración. Aprovecha de paso a establecer una semejanza del trabador de la oración con el agricultor.
En otro texto introduce el texto de la jaculatoria. Sin embargo lo hace de forma confusa, pudiendo darse dos interpretaciones. Veamos el texto:
“Por la mañana siéntate en un lugar bajo, retén el espíritu en tu corazón y mantenlo allí y, mientras tanto, laboriosamente curvado, con un vivo dolor en el pecho, las espaldas y la nuca, grita con perseverancia en tu espíritu o tu alma: «Señor Jesucristo, tened piedad de mi». Luego (no ciertamente a causa del menú único e invariable del triple nombre: pues «aquellos que me comieron tendrán todavía hambre»), transportarás tu espíritu a la segunda mitad, diciendo: «Hijo de Dios, ten piedad de mi». Repite esto un gran número de veces y cuida de no cambiar a menudo por indolencia, pues las plantas demasiadas veces trasplantadas no prenden más.”

Es evidente que San Gregorio nos invita a empezar la oración por la mañana (“Señor Jesucristo, tened piedad de mí). He subrayado en la frase siguiente dos palabras: “segunda mitad”. Podríamos pensar que se refiere a la segunda mitad del día, esto es por la tarde como continuación de “por la mañana”. Esto explicaría la continuidad de la oración, aunque dando dos versiones diferentes, según se tratara de la mañana o de la tarde. ¿Con qué sentido? Si ya existía el rezo de las horas litúrgicas con sus significados ¿por qué introducir una tal diferenciación en la oración continua? Aun sin descartar esta interpretación, creo que podemos dar otra más profunda. Primero habla de sentarse “por la mañana” que es el momento del día que más se recomienda en todas las escuelas de meditación. Segundo centra la atención en la parte superior del cuerpo (pecho, espalda y nuca) que en actitud humilde, ”laboriosamente curvado”, recibe la bendición del Cielo por la Misericordia Divina, para pasarla luego (“transportarás tu espíritu a la segunda mitad”) a la segunda mitad del cuerpo, esto es a la parte más material, más humana de nuestro ser. Fijaros que el cambio de frase no obedece a una interpretación basada en la consideración de la Santísima Trinidad (“el triple nombre”), sino para ser conscientes de que el “alimento” nos va a estar llegando de Dios («aquellos que me comieron tendrán todavía hambre») mientras permanezcamos en esta vida.
Se trata de una práctica que ha quedado en el olvido. Ahora la espalda se mantiene recta, la coronilla apuntando al cielo y el mentón contra el pecho por una clara influencia de otras técnicas más orientales. Se recita una única frase. Se ha mejorado en los aspectos físicos, en la forma de captar las energías cósmicas, pero se ha perdido el valor del ritual. En mi opinión, deberíamos tratar de recuperar esta práctica de la doble frase.

sábado, 6 de marzo de 2010

Comentarios de San Gregorio Sinaíta (9)


Traemos hoy dos pensamientos de San Gregorio relativos a la oración, pero no entendida como una repetición de jaculatorias, sino como una unión. Así, nos explica San Gregorio como podemos llegar a esa unión, oración espiritual la llama. No debemos entender que se trata de dos vías alternativas, pues termina el párrafo asegurando que una precede a la otra. Se trata más bien de dos fases, lo que no es óbice para que pueda darse directamente la segunda, sin haberse dado la primera. Está claro que la secuencia deseable es que primero se desarrolle la voluntad humana de unión con Dios y le siga la venida de la Gracia divina que, perdonad la expresión tan taurina, remate la faena. Sin embargo, se han dado muchos casos de “conversión” repentina de personajes que han terminado en los altares.
En el segundo párrafo, refuerza la exposición anterior. Sobre él, me gustaría destacar una frase que puede parece contradictoria con el aparente carácter estático de las vías contemplativas. “(…) entended por ello el espíritu activo que, por los trabajos de la vida activa, ha vencido (…)” Cuando permanecemos abstraídos por los problemas de esta vida, condenamos al espíritu a permanecer “encerrado”, pasivo, en el fondo de nuestro ser. Por el contrario, cuando tomamos la vía contemplativa, la hesicasta en particular, acallamos el ruido de fondo y, entonces, el espíritu se siente libre para actuar, o sea para asegurar esa “línea directa” con Dios, es por tanto algo que ha dejado de estar pasivo, de ser el esclavo “conducido de Jerusalén a Asiria” para volverse libre y retornar a Sión, a la Jerusalén celeste.
“Existen dos tipos de unión, o mejor, una doble entrada de acceso a la oración espiritual que el santo Espíritu obra en el corazón. O bien el espíritu, «adherente al Señor», entra allí primero o bien la operación se pone en movimiento poco a poco en medio de un fuego gozoso y el Señor atrae el intelecto y lo liga a la invocación unitiva del Señor Jesús. Pues, si el Espíritu obra en cada uno según la manera que le place, sucede que una forma de unión precede a la otra.”
“A veces la operación se produce en el corazón, siendo las pasiones debilitadas por la invocación sostenida de Jesucristo, acompañada por un calor divino, «porque Yahvé, tu Dios, es fuego abrasador» (Dt 4, 23) para las pasiones. A veces el Espíritu atrae el espíritu, lo inmoviliza en lo profundo del corazón y le prohíbe sus idas y venidas acostumbradas. No es ya un cautivo conducido de Jerusalén a Asiria; es una ventajosa migración de Babilonia a Sión... El espíritu puede decir «exultará Jacob, se alegrará Israel» (Sal 13, 7): entended por ello el espíritu activo que, por los trabajos de la vida activa, ha vencido, junto a Dios, las pasiones; el espíritu contemplativo que, en su medida, ve a Dios en la contemplación.”

Comentarios de San Gregorio Sinaíta (8)


Sorprende a menudo que personas de apariencia veleidosa, superflua o, incluso, malévola sean capaces de realizar acciones dignas de encomio y admiración, virtuosas, a veces más que las de los que se nos presentan habitualmente como dechados de virtudes. Resulta evidente, por lo menos me lo parece, que todas las personas tenemos en nuestro interior una “bomba de amor” que puede estallar en un momento determinado en un acto sublime, incluso heroico, pero, lamentablemente, no sostenido. Las artes contemplativas, el misticismo o la simple meditación no son ajenas a estas explosiones. Así no es extraño que surja un movimiento pasional por cualquiera de las vías meditativas. Si no se nos avisa a tiempo, si nosotros mismos no estamos preparados o si un guía o maestro espiritual no nos asiste, todo nuestro esfuerzo, nuestra alegría inicial, pueden quedar en “agua de borrajas”. San Gregorio nos alerta sobre este riesgo.
También nos habla de dos operaciones a las que denomina “gracia” y “error” que se desarrollan en un “caldo” al que llama ardor. El “caldo” puede estar soso y hacer que la operación que se desarrolle sea la del error (el vuelo ingobernado de la mente) o puede estar salado (la pasión descontrolada) y llevarnos a los excesos de la sangre. Cuando el caldo está en su punto, llega la operación de la Gracia.
Finalmente, es fácil que el principiante se deje arrastrar por las elucubraciones mentales, se volverá inestable, pasará de la alegría irracional y presuntuosa de quien cree haber descubierto u obtenido algo por sus propios méritos a la indecisión, la duda, el abatimiento. Todo perfecto para que la Gracia no encuentre las condiciones adecuadas para desarrollarse.
“En todo principiante hay dos operaciones que obran diferentemente en el corazón. Una bajo el efecto de la gracia, la otra bajo el efecto del error. Marco lo afirma: «Hay una operación espiritual y hay una operación satánica, desconocida por los niños». Además, existe un triple ardor de operación en el hombre: uno encendido por la gracia, el segundo por el error y el pecado, el tercero por los excesos de la sangre. Talasio el Africano llama, a este último, el temperamento, y nos dice que es suavizado por una abstinencia conveniente.”
“La operación de la gracia es una virtud del fuego del Espíritu que se ejercita en el corazón con alegría, fortifica, templa y purifica el alma, suspende por un tiempo sus pensamientos y mortifica provisoriamente los movimientos del cuerpo. Los frutos y signos que testimonian su verdad son las lágrimas, la contrición, la humildad, la temperancia, el silencio, la paciencia, el retiro, y todo aquello que produce un sentimiento de plenitud y de certidumbre indudable.”
“La operación del error es el fuego del pecado que enciende el alma por la voluptuosidad. Es indecisa y desordenada, nos dice Diadoco. Proporciona una alegría irracional, presunción, turbación... enciende el temperamento, trabaja en el alma y la enardece, la atrae hacia si para que el hombre, adquiriendo el hábito de la pasión, poco a poco expulse la gracia.”

lunes, 1 de marzo de 2010

Comentarios de San Gregorio el Sinaíta (7)


Cuando iniciemos nuestro camino hesicasta, es muy probable que hayamos leído mucho, demasiado. Cuando recorramos nuestro camino hesicasta es probable que queramos confrontar nuestras experiencias con otros y hablemos, hablemos mucho, seguramente demasiado. Siempre hablaremos demasiado. Y es que el hombre, por inteligente que sea, cuando recorre los caminos del espíritu, fácilmente se siente perdido. Frecuentemente confunde imágenes mentales, sensaciones espurias, con la verdadera iluminación, con el éxtasis, con la experiencia mística. Por eso dice San Gregorio:

“He aquí los signos a través de los cuales ese comienzo se evidencia para aquellos que buscan en verdad... En algunos, se manifiesta como la luz de la aurora; en otros, como una exultación mezclada con temblores; en otros, como alegría o como una mezcla de alegría y temor o de temblores y alegría y, en ocasiones, de lágrimas y de temor.”
“El alma se regocija con la visita y la misericordia de Dios pero teme y tiembla ante el pensamiento de su presencia y a causa de sus numerosos pecados. En algunos se produce una contrición y un dolor inexpresables para el alma, semejantes a los de la mujer de la que habla la Escritura. Pues «la palabra de Dios es viva y eficaz», o sea, que Jesús «penetra hasta la división del alma y el espíritu, de las articulaciones y de la médula» (Heb 4, 12) para suprimir en vivo, de los miembros del alma y del cuerpo, todo lo que encierran de apasionado. En otros, esto se manifiesta bajo la forma de un amor y una paz indecibles respecto de todo; en algunos otros, es una exultación y estremecimiento, movimiento del corazón viviente y virtud del Espíritu.”


Es interesante destacar como, eso que venimos queriendo hacer nosotros, dejar la mente vacía de todo pensamiento, de toda pasión, es precisamente lo que hace la Gracia de Dios: “penetra hasta (conseguir) la división del alma y del espíritu” para suprimir “todo lo que encierran de apasionado”. Nos está diciendo que hemos de ir preparando el camino, como si fuéramos un San Juan Bautista, entrenando nuestro ser en la práctica del desapego, del vacío, etc. para facilitar la venida de la Gracia Divina. Y termina de una forma un tanto poética, afirmando que lo que experimentemos será:

“Esto se llama también «pulsación» y «suspiro inefable» del Espíritu que intercede por nosotros ante Dios (cf. Rom 8, 26). Isaías lo llama «juicio de la justicia»; Efrén, «picadura». El Señor es una «fuente de agua que brota para la vida eterna», que brota y burbujea con potencia en el corazón.”


Tan poéticas formas no dejan de decirnos que la experiencia mística será algo puntual, por amplia que consigamos hacerla, que nos servirá como una fuente sirve al caminante para saciar su sed, pero no con ello habrá terminado el camino. Tendrá que seguir, hasta la próxima fuente. En efecto, ninguna vía mística, el hesicasmo incluido, es un fin en sí misma.