No es fácil, pero es la única solución. El mundo es como es y así lo has de aceptar. Puedes, ¿cómo no?, rebelarte y despotricar, pero eso solo te llevará a la desesperación, a la angustia, al sufrimiento, al miedo, a la depresión, a las guerras hijas de la incomprensión...
Si tu hermano no es como esperabas que hubiera de ser, si tu vecino es peor de lo que tú quisieras, no sabes por qué razón, acéptalo. Si tu pareja rompió tus esperanzas, las del momento del amor de pasión, ese que os llevó a lo que tenía que pasar y ahora piensas que dejó de ser, acéptalo. Si el odio te ha puesto en el punto de mira de algunos o de todos sin saber por qué, acéptalo. Si tu mente y tu cuerpo ya no son como fueron en una ocasión, acéptalo.
Forma parte de tu misión vivir lo que has de vivir, caminar por los caminos por los que has de pasar, haciendo camino y nada más.
Hay quien dice, no sin racional razón, que hay que levantarse contra los tiranos, contra las injusticias, contra los que avasallan escudados tras su poder, contra aquellos que un día recibieron el encargo de nuestra representación y hoy parecen haberlo olvidado, pero… luchar con las mismas armas de la sinrazón es perder la que tengamos y permitir que ganen ellos. No hay que tener miedo de los que pueden matar el cuerpo, sino de los que pueden ahogar el alma, asfixiarla, impedir, en fin, que cumpla su misión. Porque cuando nos enfrentamos al “malo”, lo estamos separando de nosotros, es lo que podríamos decir un crimen de lesa majestad, sí, porque estamos intentando separar a Dios de Dios. El Amor llevado al extremo de Cristo, conlleva la aceptación del otro humano, animal, vegetal, mineral u objeto artificial, sus formas, sus apariencias y sus esencias, tal como son, sin quitar, ni poner nada.
Como decía al principio, cuesta y mucho. Avanzaremos y retrocederemos, pero debemos intentarlo. Yo acepto, ¿y tú?
sábado, 29 de mayo de 2010
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