Insiste en primer lugar en el autoconocimiento como la clave del hesicasmo, como por otra parte lo es en cualquier otra vía mística, pero nos advierte de su gran dificultad. Así mismo nos aconseja una mentalización como la de los judíos con el sábado: la abstención de toda actividad. Y finalmente nos desengaña: no se trata de pensar, sino de esforzarse en seguir un camino o, en otras palabras, nos recuerda la importancia del esfuerzo.
Considera, hermano mío, que la razón se agrega a las consideraciones espirituales para mostrar la necesidad - cuando se aspira verdaderamente a convertirse en monje según el hombre interior- de introducir y mantener el espíritu en el interior del cuerpo. Esto significa que es correcto invitar, especialmente a los principiantes, a observarse a sí mismos y a introducir su espíritu en sí mismos al mismo tiempo que el soplo. ¿Qué espíritu sensato alejaría a aquel que todavía no ha llegado a contemplarse del empleo de ciertos procedimientos para hacer retornar su espíritu hacia sí? Es un hecho que, en aquellos que acaban de descender a la lid, el espíritu todavía no está reunido y se escapa; por su bien es necesario poner la misma obstinación en volver a traerlo. Siendo novicios todavía, ignoran que nada en el mundo es más reacio al examen de sí mismo, ni más dispuesto a dispersarse. He aquí por qué algunos recomiendan controlar las idas y venidas del soplo, reteniéndolo para contener al espíritu. Esperamos que, con la ayuda de Dios, realicen progresos, logren purificar el espíritu, le impidan salir al mundo exterior y puedan recogerlo perfectamente en una concentración unificadora.
Cualquiera puede constatar que ese es un efecto espontáneo de la atención del espíritu; el ir y venir del soplo se hace más lento en todo acto de reflexión intensa. Esto sucede particularmente en aquellos que practican la quietud del espíritu y del cuerpo. Ellos celebran verdaderamente el sabbat espiritual: suspenden todas las obras personales; suprimen, en lo posible, la actividad móvil y cambiante, descuidada y múltiple, de las potencias cognoscitivas del alma al mismo tiempo que toda la actividad de los sentidos; en resumen, detienen toda actividad corporal que depende de su voluntad. En cuanto a aquellas que no dependen enteramente de ellos, tales como la respiración, la reducen en la medida de lo posible. Esos efectos, surgen, espontáneamente y sin pensar, en todos los que están avanzados en la práctica hesicasta; se producen necesariamente y por sí mismos en el alma perfectamente introvertida.
Entre los principiantes, eso no sucede si no es mediante el esfuerzo. Hagamos una comparación: La paciencia es un fruto de la caridad; «la caridad todo lo tolera» (1 Cor 13, 7). Ahora bien, ¿no se nos enseña a emplear todos los medios para obtener y llegar a la caridad? El caso es el mismo aquí. Todos aquellos que tienen experiencia se ríen de las objeciones de la inexperiencia; su medio no es el discurso sino el esfuerzo y la experiencia que él engendra, la experiencia que produce un fruto útil y descubre los propósitos estériles de los que disputan de mala fe.
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