Cuanto más se está unido al prójimo, más unido se está a Dios. Para
que comprendáis el sentido de esta frase os voy a poner una imagen sacada
de los Padres: Suponed un círculo trazado sobre la tierra, es decir, una
línea redonda dibujada con un compás, y un centro. Precisamente se llama
centro el punto más interior del círculo. Poned atención con vuestro
espíritu a lo que os voy a decir. Imaginaos que el círculo es el mundo, el
centro Dios, y los radios los diferentes caminos o maneras de vivir que
tienen los hombres. Cuando los santos, deseando acercarse a Dios, caminan
hacia el centro del círculo, tanto cuanto más penetran en el interior, se
acercan los unos a los otros y al mismo tiempo de Dios. Cuanto más se
acercan a Dios, tanto más se acercan los unos de los otros; y cuanto más se
acercan los unos de los otros, más se acercan a Dios. Y ya
comprendéis que igual ocurre en sentido inverso: cuanto más uno se aleja de
Dios para retirarse hacia lo exterior, es evidente que cuando uno se aleja
de Dios, más se aleja de los demás, y cuanto más uno se aleja de los demás,
más se aleja también de Dios. Así es la naturaleza de la
caridad. En la medida en que estamos en lo exterior y que no amamos a Dios,
en esa misma medida nos alejamos cada uno del prójimo. Pero si amamos a
Dios, tanto nos acercamos a Dios a través de la caridad para con él, tanto
estamos en comunión de caridad con el prójimo; y tanto estamos unidos al
prójimo cuanto lo estamos de Dios.
La metáfora del cículo es muy adecuada para esquematizar el mecanismo del Amor, pero debe completarse con una consideración: todo, el centro, o sea Dios, como el círculo, o sea nosotros, somos la misma cosa. El círculo sin centro no es círculo y tampoco el centro tiene sentido sin el círculo. Y los diversos radios, tanto como líneas geométricas que unen periferia y centro, tanto entendidos como magnitudes que representan la distancia al centro, no tienen sentido sin el círculo o sin el centro. En resumen: Todo uno. La metáfora tiene pues una sutil trampa o, mejor dicho, nuestra mente puede plantearnos una sutil trampa: pensar que Dios está, apartado de nosotros, sentado cómodamente en el centro del Universo. Y es que las palabras terminan engendrando, sin quererlo, la mentira y el engaño y ambas "tienen las patitas muy cortas". Lo malo es que cuando se descubre el error, el daño está hecho y liberarse de él cuesta trabajo.
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