HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

domingo, 21 de marzo de 2010

Nada es nuestro

Tenemos una desmedida obsesión por la posesión de las personas y de las cosas. En cada caso cabe una explicación. La disponibilidad de cosas materiales parece una garantía de supervivencia. Somos como hormigas que nos pasamos el verano acumulando alimentos para luego pasar el invierno. Nos han bombardeado con lo bueno y lo sano que es el trabajo, lo cual es cierto, pues sirve para endurecer la voluntad, pero este argumento ha sido progresivamente manipulado para convertirlo en un “trabaja para tener”. El cuento de la hormiga y la cigarra es un ejemplo. En algún momento tendremos que explicar las ventajas curativas para el alma del trabajo, pero no ahora.
Como dijimos al principio, la obsesión por poseer se extiende a las personas. Así, muchos padres creen que los hijos les pertenecen. Lo hacen con toda su buena voluntad, pero yerran. Cuesta mucho trabajo aceptar que un hijo, ese ser que vimos débil y llorón, que lo llevasteis, vosotras mujeres, en vuestro vientre nueve meses, que le enseñamos a ser mujer o a ser hombre cuando nuestra obsesión por tener nos lo permitía, cuesta mucho, decía, ver como un día levanta el vuelo y abandona el nido familiar. Cuesta mucho. Pero es como debe ser. Esos espíritus que un día nos pidieron permiso para, al abrigo de nuestro amor de pareja, encarnarse en forma de nuestro hijo, tienen sus derechos. Sobre todo tienen derecho a vivir la experiencia que Dios les encomendó.
Por eso son dignos de admiración y de todo nuestro apoyo aquellos padres que, habiendo perdido alguno de sus hijos, logran superar su lógico dolor natural y bendicen a Dios por lo ocurrido. Es un duro ejemplo de integración en la Unidad Divina y, en última instancia, de toma de consciencia de lo que somos. El dolor por una pérdida de este calibre o por cualquier otra causa existe porque queremos, permitimos, que exista. Es muy fácil decir que no hay que sufrir, que la vida es bella y tantas otras cursiladas. Hay culturas y religiones que celebran la muerte con un banquete. Comprendo su felicidad porque más que muerte es nacimiento a una nueva vida, pero no deja de parecerme una cierta banalización. No me parece lógico celebrarlo, ni con gozo, ni con dolor, sencillamente se trata de aceptarlo porque eso tenía que ocurrir era parte de la experiencia que tanto nosotros, como el fallecido, teníamos que vivir. No es un suceso bueno, ni lo es malo; sencillamente es. No podemos condenar a nadie a permanecer en una vida que por definición tiene “fecha de caducidad”. Ninguno de nuestros seres queridos es un bello pájaro que encerramos en una jaula para que nos deleite con sus trinos o con la belleza de su plumaje.
La pérdida de un hijo es, posiblemente, el golpe más duro para los que nos quedamos aquí, pero no el único. La pérdida de cualquier ser querido, un conyugue, un padre o una madre, un hermano o un amigo es un golpe fuerte que participa de las mismas dificultades que la muerte de un hijo. Los argumentos para la aceptación del hecho son los mismos que en el caso de un hijo. Solo cambia la intensidad de nuestro apego. El desapego hacia las personas, por muy queridas que éstas sean, suena mal, pero es un error por nuestra parte. Desapego no significa indiferencia, ni no amor. Significa rechazar todo “título de propiedad”, aceptar que era la experiencia que el fallecido tenía que vivir, romper con nuestros egoísmos disfrazados de cariño y, más difícil aún, comprender que aquí no ha pasado nada, que esa otra parte de nuestro yo que era el fallecido, sigue ahí con nosotros.
A aquellos que habéis conseguido superar estas ataduras terrenales mi reconocimiento, mi afecto y mi agradecimiento por vuestro ejemplo. A los que estáis en ello, me gustaría trasladaros mi apoyo, mi fuerza que está ahí, no para mí, sino para el que la necesite, mis ánimos. Que Dios os acompañe.

3 comentarios:

  1. Estimado Hermano, este comentario me ha venido muy bien, hace poco uno de mis hijos ha volado del nido y me está afectando. Gracias. José Pedro

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  2. Querido Hermano en Cristo:

    Mi comentario ha sido inspirado por el conocimiento de un encantador matrimonio que he conocido en mi última estancia en el Monasterio de Ntra. Señora de las Escalonias y que, habiendo pasado por tu experiencia, han encontrado en la unidad de Cristo el consuelo necesario. Es magnífico comprobar que la teoría expresada en palabras puede llevarse a la realidad.
    Recibe un fraternal abrazo en Cristo.

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  3. Querido Fernando:
    He querido, desde el blog, y no desde la dirección de correo electrónico, corresponder a tus palabras sobre nosotros y sobre la referencia que haces a la muerte de un hijo, y, en concreto, a la del nuestro. Cuando, sea la causa por la que sea -en nuestro caso, después de un proceso que duró quince meses desde que se le diagnosticase leucemia aguda-, unos padres pierden un hijo, el nuestro tenía veintocho años, el desgarro y el dolor son de tal intensidad que, cuando se toma conciencia, aunque sólo sea por una fracción infinitesimal de tiempo de qué es lo que ha ocurrido o está ocurriendo, y, podemos hacernos una pregunta, ésta es: cómo es posible soportar tanto dolor. El sufrimiento es otra cosa. Desde un primer momento, la mente, terrible enemigo -o estorbo- de la conciencia y del espíritu y nuestra debilidad humana nos empujan o nos llevan a sufrir; de otro lado, comprensible. Pero el esfuerzo de activar la conciencia no nos libra de sentir dolor, por supuesto, pero con paz. Experimentamos en nosotros la victoria sobre el sufrimiento y la vivencia de su ausencia como pérdida con paz y en la paz del Padre, que está en el secreto. Por supuesto, no sin lucha para no caer derrotados ni sin pedir constantemente ayuda y recibirla, también, constantemente. Y todo, muy poco a poco, pero sin cesar; he ahí uno de los secretos o una de las claves. Y, sabemos, que así podremos pasarnos el resto de nuestras existencias. Pero, éstas, son un breve latido. Lo sabemos porque lo hemos experimentado y vivido.
    Y, sí, estamos de paso y tenemos apegos, incluso a nuestro hijos y algo así propicia tal golpe a la conciencia y de tal calibre que, sólo quien pasa por una experiencia tan radical como ésta, sabe de qué se trata.
    En fin, querido Fernando, cuando nos veamos, que nos veremos, en Sevilla y,o, en Las Escalonias, podremos ya hablaremos.
    Por el momento, gracias.
    Un fuerte abrazo.

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