
María es un ejemplo de humildad (“He aquí la esclava del Señor.”). Un ejemplo de entrega a Dios en lo que podríamos llamar modélica obediencia (“Hágase en mí según tu voluntad.”). Es un ejemplo en la forma de poner a disposición de Dios todo su ser. Y finalmente o tal vez lo primero, está libre de cargas. Ni las económicas, ni las de la honra, ni las políticas,… ninguna de las que habitualmente nos preocupan le quitaban el sueño a ella, solo el servir a Dios le preocupaba. ¡Buen inicio para toda meditación!
Pero es que la meditación que hacía de las palabras del Ángel, culminan, por así decir, un 24 de Diciembre dando a luz a Cristo. Es una imagen perfecta de lo que sería un acto de iluminación, un éxtasis de un fenómeno contemplativo, el grado máximo del misticismo. Y digo el grado máximo porque María no experimenta un momento la presencia de Dios, lo vive de forma continua. Es más se muestra impaciente por mostrar al mundo tan maravillosos tesoro. Recordemos las bodas de Canaán. María anima a Cristo a resolver el problema de los novios que se han quedado sin vino. Habla con los hombres que andan por allí y les dice que hagan lo que Jesús les diga. Pero su Hijo le dice que no es llegado el momento, aunque termina atendiendo el ruego de su Madre. Lleva casi treinta años de experiencia mística, de parto que no acabó en Belén, y aún no es su momento, porque, como ocurrió, nadie entendió el porqué del milagro. Contar las experiencias místicas a los demás es como lanzar bocanadas de humo al aire que el viento se encarga de disgregar.
No puedo, ni debo seguir. Es posible que muchos no entiendan lo que escrito, tal vez algunos sí, tal vez algún día todos. Solo me queda recomendaros que os sentéis delante de una imagen de la Virgen con el Niño, de una imagen cuanto más antigua mejor, y, tal vez recordéis el milagro de San Bernardo ante la Virgen cuando del pecho de Ésta salió leche para humedecer los labios del Santo o, tal vez, su espíritu.
Que Dios os acompañe.
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