Esta sociedad nuestra ha metido entre nuestras costumbres la de cortar flores para entregárselas a nuestras madres o a nuestras novias. ¿Habéis observado que las amapolas en seguida se marchitan, se le caen los pétalos y ya no tienen ni rastro de la belleza que nos cautivó?
En efecto, la amapola no busca su engrandecimiento, como le puede pasar a la rosa. La amapola vive en y para el conjunto de su ser, para ella misma y para las hojas verdes que quedan en el suelo. Así, nosotros no debemos olvidarnos de nuestra razón de ser. No estamos en el mundo para olvidarnos de nuestro cuerpo y de nuestra mente. Si nos sometemos a la disciplina de la meditación, es para alcanzar un desarrollo equilibrado en el que, entonces sí, nuestro espíritu se enriquecerá con la evolución serena y controlada de su propio cuerpo. Tan malo es dedicarse solo al cuerpo, como centrarse solo en el espíritu.
Aún hay más. Los jardineros dicen que las flores se tornan más rojas cuanto más expuestas se encuentran al sol. Y ¿os habéis dado cuenta de la alegría que imprimen a nuestros campos esos puntitos rojos que surgen entre los trigales, en los prados verdes y hasta en los ásperos pedregales? Sí la amapola absorbe la Luz del Sol, pero la da en forma de alegre colorido a quienes le rodean.
viernes, 9 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario