jueves, 8 de octubre de 2009
Meditar como una amapola (1)
Muy bien, hemos conseguido permanecer inmutables en el tiempo e insensibles en el espacio, pero estamos rozando la imbecilidad. No se trata de adoptar una actitud hierática insensible. De la montaña hemos de aprender sus virtudes, pero no todas las características de su ser nos interesan, porque, no lo olvidemos, no somos montaña.
Ahora hemos de retornar a la vida y lo vamos a hacer de la mano de un ser vivo, muy conocido: la amapola. Creo que todos la conocemos. Es una planta erecta, con un único tallo verde claro con cerdas. En su base, en el suelo, unas hojas verdes lanceoladas y tumbadas sobre el terreno. En su otro extremo, a no más de 50 cm (en algunos climas llega a 90 cm): la flor. La flor es anaranjada o roja, con cuatro pétalos que fácilmente caen al suelo. En el centro de la flor una cápsula negra llena de pequeñas semillas.
Cuando se nos dice que meditemos como una amapola, debemos fijarnos en sus cualidades. Hay dos características muy interesantes y que prácticamente son la misma cosa.
La amapola nos enseña a auparnos sobre nuestra naturaleza humana, dejando lo material, las hojas verdes, que son fundamentales para su vida, quedan próximas al suelo, mientras que la flor que lleva la Semilla de la Vida, se eleva hacia la Luz del Sol y sigue diariamente las evoluciones de éste porque sabe que en la Luz está el misterio de su Vida. Así, pues, meditemos como la amapola, dejando nuestra naturaleza humana donde debe estar, en el mundo, y elevemos nuestro espíritu para buscar incansablemente la Luz Divina.
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