Sin embargo todos ellos tienen “lagunas”, “defectos de fabricación”. Todos ellos obedecen a un principio residente en lo más profundo de nuestro ser, pero alterado por nuestra mente empeñada en aplicar la razón. Fijaros que en la propuesta definición que os hacía días atrás amor y unidad corren parejos. Sin embargo todos los conceptos que hemos relacionado antes son excluyentes: la madre ama a sus hijos por delante de los demás; los cónyuges excluyen a los demás seres humanos hasta que empiezan a incluir a sus hijos; los hermanos solo lo son de los hijos de sus padres y el amor filantrópico solo se refiere solo al género humano. Más triste todavía: con frecuencia el amor no es bidireccional o al menos no lo es con el mismo grado de intensidad. Y es que amar no es fácil.
Hemos venido a un mundo que coarta nuestra infinitud en el tiempo y en el espacio y, si pensamos que encerrados en nuestro cuerpo carecemos del divino don de la ubicuidad, extendida no solo a su versión espacial, sino también a la temporal, resulta evidente que no podemos hacer objeto de nuestro amor a los que están lejos de nosotros, ni a los que fueron, ni a los que serán. ¡Qué amor más pobre! ¿Veis, hesicastas, la importancia de nuestra preparación a la meditación: sin prisas, sin cargas, con la humildad que da el conocerse a sí mismo,…? Así es, ampliando el horizonte temporal al parar el tiempo, olvidando nuestros apegos y preferencias que nos inclinan a ver de diferente manera a unos u otros seres y tomando consciencia de nuestra auténtica naturaleza, estamos potenciando nuestra capacidad de amar que es la mejor forma de acercarnos a Dios.Por el contrario, si nos dejamos arrastrar por las prisas del día a día, si andamos preocupados por qué comeremos o por qué beberemos y si no somos capaces de comprender nuestra verdadera naturaleza, iremos rebozándonos en el barro del egoísmo antesala del odio.
¡Que el Amor os acompañe todos los días de vuestra vida!
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