El de hoy es un artículo que se sale de lo habitual en este blog, por lo extenso y por las formas. Refleja una cierta metamorfosis. Espero y deseo que os sea útil.
Salvo en los ratos que logro lleva mi mente a la hesiquia, mi búsqueda, a veces obsesiva, de la Verdad no deja de utilizar los conocimientos y disciplinas intelectuales que mis pacientes maestros o mi propia disciplina me han proporcionado a lo largo de la vida.
Fruto de esta forma de actuar es la primera parte del texto que os presento a continuación. Es un texto árido, por mucho que haya tratado de hacerlo ameno. Es un texto que a algunos puede parecer herético. Asumo el riesgo. OS RUEGO que agotéis vuestra paciencia leyendo esta primera parte hasta el final o hasta donde vuestro tiempo os permita, cuanto más avancéis mejor. No saltéis esta primera parte, pero, acto seguido, no dejéis de leer la segunda.
Parte I: Homotecia consciencial
Navegando por el conocimiento de este mundo es fácil encontrar términos dispares, contradictorios, que nos llevan a enfrentamientos egocéntricos y, a la postre, a estancarnos en disputas fútiles.
Tomemos un ejemplo: la reencarnación. Cualquier cristiano, entendamos que acogido a la ortodoxia de su credo, negaría tal posibilidad. Después de esta vida, viene la Vida Eterna, ya sea en el Cielo, ya en el Infierno. Pero, cabe preguntarse: ¿y nos quedamos ahí, tal cual nos morimos sin más evolución posible? La libertad que un día se nos dio para forjar nuestro destino ¿se pierde una vez alcanzado éste? Perdonadme la guasa, pero parece muy aburrido ¿no?
Pasemos ahora al otro lado del concepto: la reencarnación es cierta, somos sometidos a una rueda de existencias con el objeto, se supone, de perfeccionarnos. Pero aquí los matices son muchos y hay múltiples teorías relacionadas: metempsicosis, reencarnación, transmigración,… y terminar degenerando en otras concepciones relacionadas con las anteriores pero radicalmente diferentes, como la anamnesis. ¡Hay que ver lo que pensamos los hombres para asegurarnos la Eternidad!
Decía el místico sueco Swedenborg que el hombre, cuando moría, permanecía en un nivel, sociedad decía él, de Amor y Verdad parejo al amor que había dado en su vida; que el goce de los bienes de ese Amor y esa Verdad eran los correspondientes, pero no iguales a los del Mundo y que esos bienes permanecían ya para el resto de los tiempos sin que se pudiera modificar al hombre por medio de la enseñanza, como ocurría en la Tierra. Había algo en esta afirmación que rechinaba y, al mismo tiempo, algo que resultaba claro. El hombre no puede quedar atado a un estado inmutable para la eternidad: sería contrario al libre albedrío, posiblemente la característica suprema diferenciadora de nuestro ser. Sin embargo, Swedenborg alude a la ley de la Correspondencia: igual arriba que abajo. En efecto, el Cielo que nos describe nuestro buen sueco, es similar a la Tierra y sin embargo diferente. Se me ocurrió, en primera instancia, tomar prestado de la geometría el concepto de homotecia. Una homotecia, evitando tecnicismos innecesarios y causantes de distorsión, es algo así como estirar una figura de goma manteniendo siempre la misma proporción entre sus características geométricas. Las sucesivas figuras resultantes son parecidas a la original pero más grandes. Aunque físicamente nos cueste trabajo verlo con el ejemplo propuesto, la homotecia puede ser negativa. Sería como volver un calcetín del revés y aplicar el mismo proceso expansivo de antes. Estaríamos hablando del Cielo y del Infierno en la terminología de Swedenborg. Pues bien, así me empecé a imaginar al ser humano. Decidí bautizarlo como homotecia consciencial. Claro que, rebuscando en el baúl de los recuerdos, todavía decidí afinar más. Y es que las figuras homotéticas lo son siempre según un factor de proporcionalidad constante entre cada dos de ellas, por lo que podríamos decir que el cambio de estado –de dimensión- sería imperceptible. La realidad, si hacemos caso a Swedenborg, aunque tampoco es, ni mucho menos, el único, es que el parecido entre estados correspondientes se retuerce y no siempre resulta fácil encontrar la semejanza. De nuevo volví a la Geometría y tomé el concepto de Transformación Afín Consciencial o afinidad consciencial. ¿Qué es una transformación afín? Pues una transformación lineal (rotación, homotecia, etc.) compuesta con una traslación. Lo vais a ver con un ejemplo que, además nos brinda una de las especies vegetales más primitivas –la Tradición en el Reino Vegetal-: el helecho.
Como podéis ver en la figura, la “hoja” del helecho se compone de otras hojas similares, giradas, progresivamente más pequeñas en las que el esquema se repite hasta la saciedad, pero donde cada figura, cada “hoja”, es similar pero diferente de las demás.
Volvamos a nuestro dilema: reencarnación, vida eterna, o ¿qué?
Pues, ni una cosa, ni otra o todas al tiempo. No es que quiera evitar el pillarme los dedos, ni ser piedra de escándalo, tampoco me gustaría y al mismo tiempo tampoco quisiera alterar la tranquilidad espiritual que las dogmáticas verdades teológicas producen en muchos seres humanos. Pero creo que es peor no utilizar los talentos que Dios me ha dado y que en un futuro Alguien o yo mismo me pregunte porqué no los utilicé. Me parece a mí que cuando los seres humanos planteamos conflictos filosóficos de carácter ontológico, tomamos diferencias semánticas, a veces sutiles, como características fundamentales de nuestras respectivas teorías. La realidad es más simple y, con ello, más amistosa. Vida Eterna no quiere decir inmovilismo evolutivo. Lo que es enseñanza en la Tierra, puede ser inmersión social en el Cielo de Swedenborg. Lo que es reencarnación para unos puede ser simple transformación en otros. Lo que es la hoja del helecho para unos, puede ser suma de hojas para otros.
Y ahora que hemos llegado a este punto, ahora que hablamos pomposamente de transformación afin consciencial ¿qué significa todo esto? Porque una transformación transforma, valga la redundancia, una cosa en otra –un espacio vectorial, diría un matemático, en otro- y todo partiendo de un punto que es el centro de la transformación. ¡Ojo a la palabra: punto! Pues mirad, acabamos de concebir un modelo matemático, geométrico, de la Creación. Nadie lo malinterprete: esto no es Dios, ni siquiera la “herramienta” con que Dios creó. Es sencillamente algo que nos puede ayudar a entender la Creación y el devenir del Hombre. No en balde dice nuestro buen sueco que el Cielo toma el Hombre como modelo. Así la Creación se conceptuaría como algo en permanente evolución/involución, nada nuevo por otro lado. Lo curioso empieza con el concepto de punto que daba en su día Euclides: “Aquello que carece de partes” Preguntémonos por un momento: ¿Dios carece de partes? La respuesta es evidentemente afirmativa. Pero, ¿Cuántas homotecias o, mejor aún, cuantas transformaciones afines hay? Tantas como puntos de transformación, o sea infinitos. Pero, al mismo tiempo y con esa definición, fuera de un punto no puede haber otro, porque llevaría en su misma esencia su contradicción existencial algo sin partes que tendría partes: dentro y fuera. Así mismo, tampoco es posible componer un espacio de puntos porque la suma de nada ha de dar nada, luego todas las transformaciones afines tendrían que tener el mismo punto de transformación. Hemos llegado a la conexión del hombre con el Todo y con los demás hombres. La manifestación divina, emanación dirían las tradiciones védicas, que constituiría cada transformación afín partiría del mismo y único punto de transformación. Cada transformación sería una emanación divina, hecha hombre, que iría expandiendo, retorciéndose, como expresión de vida. A su vez, cada transformación iría evolucionando, haciéndose más y más compleja. Así de una sencilla homotecia, pasaría a una transformación afín sencilla (giro y homotecia seguidos de una traslación) y así progresivamente. La transición de una transformación a otra no siempre es continua: se trata de los diversos estadios en que se divide nuestra vida que, como sabemos por experiencia, muchas veces se producen de forma brusca
Cabe hacerse dos preguntas: ¿quién y cómo encadena esa sucesión de transformaciones? Y ¿dónde estamos nosotros en ese sistema de transformaciones?
La primera parte de la primera pregunta parece obvia: Dios Padre, el Punto. El cómo es algo más complicado aunque se puede expresar muy escuetamente: mentalmente. Dice el Kybalion que el universo es mental y dice Swedenborg que Dios es Amor y Verdad. El Amor es la causa de todo esto y la Verdad es el conjunto de “reglas de juego”. La Verdad no es otra cosa que coherencia consigo mismo y el Espíritu de la Verdad ya sabemos quien es: el Espíritu Santo. Pues bien, como elemento conjugador de ambos surge el Hijo, no como un ente distinto de los anteriores, sino participando de su misma esencia. El Hijo es precisamente la Mente, o, si lo preferimos, la Voluntad de Dios expresada en cada una de esas emanaciones, que hemos dado en llamar Transformaciones Afines Conciénciales (TAC) y que evolucionan positivamente, siempre positivamente, aunque una situada geométricamente en la parte opuesta pueda parecer negativa respecto de la primera.
La infinidad de TAC que podemos concebir hace potencialmente inagotable el número de hombres que podrían “crearse”. Otra cosa es que realmente se creen. Una vez creados, es fácil imaginar que determinadas partes de cada transformación pueden superponerse y ser comunes con determinadas partes de otra u otras transformaciones. Estaríamos hablando de las interrelaciones que se producen en la vida real entre los diversos individuos.
Como ya dijimos al definir las transformaciones afines, éstas se tratan, matemáticamente hablando, de aplicaciones, relaciones si queremos usar una terminología menos especializada, entre espacios vectoriales diferentes. Pues bien, si cambiamos los dos espacios vectoriales entre los que se produce la aplicación, cambiamos la transformación, sería como cambiar de existencia. Ello no quiere decir que cambiásemos de dimensión, ya que los espacios vectoriales seguirían teniendo todos ellos el mismo orden. Tratemos de explicar esto. El espacio vectorial más simple que podemos definir es el lineal, el de una dimensión. Es el que nos permite trasladarnos a lo largo de una recta, partiendo de un punto, pero sin salirnos de esa recta. Si ahora quisiéramos salirnos de la recta porque ya nos la conociéramos de memoria, pasaríamos a movernos en el plano, esto es en un espacio de dos dimensiones. Y así sucesivamente. Esto serían los cambios dimensionales, mientras que relacionar primero dos rectas y luego cambiar a otras dos rectas diferentes de las anteriores, pero también rectas, serían cambios de existencia o de vida. Podemos hablar de reencarnaciones o de Vida Eterna y particularmente, prefiero la segunda expresión porque, aunque parezca paradójico, es mucho más amplia que la primera. Con Vida Eterna conoceríamos todo este proceso inagotable, eterno, que hemos definido y que, además, es el principio de la Vida que es Una como Uno somos todos.
Parte II: Humildad
Tengo la suerte de trabajar en un enclave natural dentro de un entorno industrial. Esto me ha permitido hacer una amistad más gratificante de lo que muchos pudieran pensar: es un hermoso abeto, el símbolo de luz mística de los druidas.
Todos los días, nos dedicamos unos minutos. Un día me regala algo de sí mismo y otro inspira mis pensamientos. Esta mañana me ha dicho claramente: “No olvides tus raíces” Me lo decía él, anclado de forma permanente en la Madre Tierra, sin que su voluntad, al menos en apariencia fuera capaz de arrancarlo de ahí. Y me lo decía a mí que tengo libertad para ir y venir por este mundo sin restricciones. Ahí tenía a mi amigo, plantado delante de mí, diciéndome algo que, aunque venía rumiando desde hacía semanas, no acababa de digerir y menos de asumir. Y me lo decía cuando acababa de terminar de escribir el infumable ladrillo que antecede.
Casualidad o no, lo cierto es que sus palabras fueron un revulsivo. No podía, ni debía, llevar mis conocimientos técnicos al mundo espiritual. No podía, ni debía llevar mi lógica analítica a la búsqueda de la Verdad, porque la Verdad es agua entre los dedos. Si quiero Verdad debo vivir en la Verdad y la Verdad la tenemos en nuestras raíces y nuestras raíces no son sino los principios engendrantes de la Vida: Amor como motivo, Verdad como coherencia y Perdón como unidad.
No en balde nos lo han dicho siempre: Conócete a ti mismo. Andarse por las ramas de la Geometría, la Filosofía o cualquier otra elucubración o rama del saber humano puede ser un gratificante juego discursivo o una herramienta útil para este mundo, pero es sencillamente inútil para nuestro desarrollo espiritual. ¡Qué complicado hacemos todo! Solo se dijo: “Y los bendijo Dios; y díjoles Dios: Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra!” (Génesis 1, 28). Pero ni hemos hecho dar Fruto a la Tierra, ni la hemos expandido, antes al contrario hemos sido y somos antes tiranos que señores. Y cuando Uno vino a mostrarnos el Camino y a decirnos cómo se cumplía el mandato divino, no lo entendimos. Fue tan simple como decir, “Amaros como yo os he amado”
Ahora tenemos una oportunidad, pero seguimos perdiéndonos en disquisiciones inútiles y en discusiones interminables. Mi amigo el abeto tenía razón: hay que volver a las raíces. Le bastaron cinco segundos de intercambio amoroso para decírmelo, el resto lo consumió mi torpeza para comunicarme con él. Yo he consumido cinco páginas en intentar contároslo. No sé si lo habré conseguido. Si he fracasado, perdonadme por haber desviado vuestra atención. Si lo he conseguido, bienvenidos al Nuevo Mundo.
Raíces...
ResponderEliminarDe la Esencia emanada deriva la Existencia: Ser.
Pero la Esencia es Vacío: No-Ser.
No-Ser es la Esencia de cuanto Es.
El Todo es Vacío;
el Ser, No-ser.
Raíces...
Regreso a Casa,Retorno al Hogar...
Pero antes...
Despojarse de la última capa: Ser.
“Ver” que quitarse capas es también una capa
y traspasar la Última Frontera: Ser.
El Hogar nos recibe entonces con el esplendor del Vacío.
En la puerta, su nombre: No-Ser...
...Raíces