Admiráis mi copa, discurrís sobre la frondosidad de mis ramas, analizáis mis hojas y los frutos que doy. Los más atrevidos buscáis en mis raíces, en su forma y en su largura, la razón de mi sabiduría. De esa sabiduría que se le supone al viejo roble.
Dicen que los árboles no dejan ver el bosque. No es cierto. Miramos con la herramienta equivocada y miramos lo que no tenemos que mirar. Fijaros en el árbol que queráis, el que más os atraiga. Abrazaos a él, pero no queráis ver el bosque: no veréis nada. Sentid lo que él siente. Hundid vuestros pies en su tierra, respirad el aire que él respira. Mirad al sol como miran sus hojas. Levantad los brazos al cielo como lo hacen sus ramas,… y veréis el bosque, pero ¡no veréis nada nuevo!
Vosotros no sois el árbol, sois el bosque y la tierra que lo sustenta y el aire que respira y la lluvia que lo humecta. Buscáis en el árbol y en el bosque lo que tenéis en vuestra casa. Aprovechad su sombra, alimentaros con sus frutos, pero buscad dentro de vosotros mismos. Entonces veréis el bosque y la tierra toda y el cielo y,… todo, absolutamente todo.
sábado, 28 de agosto de 2010
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