HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

domingo, 25 de julio de 2010

Juramento hipocrático

Diez horas en la sala de urgencias de un hospital dan para mucho. Dan para ver tus debilidades, tus puntos flacos y, en fin, lo que necesitas un buen entrenamiento y, sobre todo, lo bien que te vendría tener “línea directa” con Dios. Dan para ver los estragos del ego cuando el hombre se ve agobiado por lo que equivocadamente considera “su” Vida. Dan para ver lo poco que sabemos de nosotros mismos y del ser humano en general. Dan para ver que el juramento hipocrático es una iniciación que no afecta solo a los médicos. Dan para ver que, como tantas otras tradiciones, ésta también se ha deteriorado. Dan para ver que los hospitales son otra trampa más de ese sistema que nos hemos construido o que, al menos, distan mucho de ser lo que deberían ser.


Sería muy fácil caer en el error de la crítica destructiva, demoledora. Podía exponer las carencias de los hospitales en ese sentido. Pero no ayudaría a nadie, ni a mí mismo.

Hay un refrán que dice: “Es más fácil ver la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio”. Así que en vez de criticar a los demás, he decidido exponer “mi mota”, que a buen seguro será algo más que mota, a ver si alguien ve la viga en el suyo, si es que hay alguien con vigas en sus ojos.

La primera sensación que uno, acompañante él, experimenta es desazón, tal vez aprehensión, fastidio por estar ahí en lugar de estar viendo el partido de futbol o haciendo la sacrosanta meditación o trascribiendo sus propias meditaciones para ponerlas en común con los demás. Como urgencia que es, a uno le pilla de sorpresa. Y, ¿por qué no vamos a decirlo?, le fastidia. Pasan unos minutos, o tal vez solo unos segundos, hasta que uno se sobrepone y enfrenta la larga experiencia, si no con alegría, al menos con una aceptación consciente y serena.

Superada la primera prueba, uno es consciente de que está ahí para ayudar ¿a quién? ¡Hombre, por supuesto que a su familiar o amigo enfermo! ¿Solo? Porque, cuando, superados los trámites administrativos y la clasificación médica, pasamos a la sala de espera, el espectáculo suele ser deprimente. Se percibe un gazpacho de sentimientos negativos difícil de digerir. Es necesario hacer un esfuerzo para serenar su ánimo. Uno se da cuenta de que de mero acompañante está en el riesgo de convertirse en paciente. Nuevo esfuerzo de autodominio. Es necesario romper el apego, es necesario cortar esos lazos sentimentales, muy humanos, pero muy traicioneros que traen a nuestra mente el demonio de la tristeza, de la pesadumbre y, tras ellos, de la desesperación. ¡Menuda ayuda voy a dar, si me dejo arrastrar por esos sentimientos! Ver el escaparate de sufrimientos que nos muestra la sala de espera y percibir como ese sufrimiento nos intenta invadir es todo uno. Tratamos de hacer nuestra esa misma experiencia, pero esa experiencia no es la nuestra. Nosotros no estamos ahí para sufrir viendo sufrir, sino para ayudar a que esas experiencias les valgan para algo a los que han de vivirlas. La mente y el espíritu luchan por imponer su ley. Se cruzan acusaciones. Cuesta trabajo ponerlos de acuerdo y buscar el equilibrio. Son segundos, tal vez décimas de segundo, pero se consigue. Claro que a lo largo de diez horas de encierro, el demonio de la tristeza puede dar varios envites más. Uno empieza a pensar que las sesiones de meditación sirven para algo, pero se quedan cortas. Concluyo que, si quiero ayudar a los demás, tengo que dedicar más tiempo o más intensidad a la meditación. Lo peor no ha llegado.

Diez horas de espera te permiten ver pasar por tu lado el miedo y la desesperación en seres humanos que parece hayan dejado de serlo ya, tal es su pánico. Algunos parecen poseídos, algunos creo que lo están. Otros aparecen abatidos y sus quejas, monótonas, lastimeras, marcan el ritmo de las horas. Es un bombardeo continuo. Los que entran mal se sienten peor y los que entran sanos se encrespan unos y se contagian otros. Es difícil evitar ingresar en uno de los dos grupos, cuando no en los dos. Y te sientes impotente. Quieres ayudar, pero no sabes cómo. Piensas en transmitir energía ¿a cuál de todos? ¿A todos? ¿Tengo fuerza para ello? Respiras metódicamente, inspiras, respiras,… Sí, te relajas. Pero, ¡no! ¡No es eso lo que yo quiero! ¡Quiero ayudar! Uno vomita por allí. Una gitana plañidera recita todas sus penas en voz alta. Otro decide escenificar su malestar suspirando. Otro se quiere quitar el miedo de encima diciendo en voz alta frases pretendidamente ingeniosas. Otro desespera de la espera, critica en voz alta y tensa, a los… (irrepetible) de los políticos que roban y engañan y no arreglan la sanidad porque ellos no van a urgencias. Uno, yo, se queda prendido de tal argumentación y asiente con la cabeza, ¡torpe! ¡Estás ayudando a estropearlo todo!

Y al fin caigo en la cuenta, orgulloso de mí, me ha faltado la humildad de reconocer que no soy nada. Y Le pido ayuda. Ahora sí: de nuevo empieza la técnica respiratoria, pero ahora mi pensamiento se centra en Él. Ahora recuerdo mi oración continua y ahora funciona. Y la situación se calma, los “ayes” se apagan,… ¡Gracias, Señor!

Pero son muchas horas. El cansancio hace mella. Uno se relaja en la espera y hay nuevos envites del demonio de la tristeza y del de la desesperación y del otro y del de más allá. Y cojo la mano de mi enfermo, con tanto ajetreo, lo tengo casi olvidado y simplemente hablo con él, ¿mejor? Sí, mucho mejor.

Con todo creo que he salido enriquecido. He aprendido que sin Dios no hay nada; que yo solo soy un perfecto inútil; que, por mucho que avance, me queda un largo camino por recorrer; que las cosas sencillas, como una conversación agradable, suelen ser el mejor remedio; que la división clásica cristiana de la oración, la meditación y la contemplación es básica, fundamental, porque nada de lo que pretendamos lo conseguiremos sin la oración previa, esa conversación humilde, petitoria y alabadora a Dios que nos prepara para el resto; que yo disto mucho de ser mejor que los otros, entre otras razones porque nadie es sino lo que el Padre permite que sea; que yo puedo caer en la misma desesperación que los demás; que el ejercicio, la práctica y la disciplina son fundamentales como preparación de mi ser para recibir y transmitir la Ayuda Divina.

¡Que la Paz de Dios sea con todos nosotros!

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