Escribe Evagrio:
“Pero los demonios tienen también esta otra costumbre: después de acosarnos con pensamientos impuros, nos infunden alguna preocupación a fin de que Jesús se retire, debido al caudal de ideas que acuden a nuestra mente, y su Palabra se torne infructuosa, sofocada por pensamientos de preocupación. Pero una vez que los hayamos depuesto y habiendo depositado toda nuestra confianza en el Señor, conformándonos con las cosas que tenemos, y pobres en cuanto a nuestro estilo de vida y por la ropa que nos cubre, despojaremos cada día a los padres de la vanagloria. Si alguno se sintiere indecoroso por tener un traje pobre, que dirija su mirada a san Pablo, quien esperó la corona de la justicia en el frío y en la desnudez (2 Co 11:27). Puesto que el Apóstol ha llamado a este mundo "teatro" y "estadio," vemos cómo es posible que uno, acompañado por pensamientos de preocupación, corra hacia el premio de la suprema llamada de Dios (Flp 3:14) o luche contra los principados las potencias, los dominadores cósmicos de las tinieblas de este siglo (Ef 6:12). Aun entrenado en la observación de las realidades sensibles, no sé cómo esto es posible. Está claro que el que viste la túnica, se encontrará impedido de avanzar y arrastrado aquí y allá, como el intelecto lo es por los pensamientos cargados de preocupaciones, si creemos en la palabra que dice que el intelecto debe estar constantemente atento a su tesoro. Se ha dicho, en efecto: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6:21).”
Escrito hace más de dieciséis, el texto tiene una evidente vigencia. Nuestra naturaleza material ha de manifestarse y a las tendencias propias de nuestro organismo, como estricto sistema animal, se añaden las elucubraciones mentales con las que el intelecto intenta conducir al alma. Esas elucubraciones mentales viene condicionadas a su vez por la preocupación por la supervivencia propia de un ser sometido a la tiranía del tiempo. Aterrizamos de pleno en el apego. Ese apego que induce a nuestra mente a buscar salida a lo que, desde su punto de vista y con sus argumentos, irrefutables en la realidad material, es imprescindible para la vida. Empieza con lo más básico que es la mera supervivencia y termina convirtiendo lo más superficial en imprescindible. Incluso aquello que puede parecer más espiritual, lo tergiversa y lo convierte en motivo de apego y, como tal, de causa de bloqueo en nuestra vida. En efecto, he de confesar que, a veces, llego a postergar la experiencia vital que nos conduce a la toma de consciencia y, en definitiva, a Dios mismo, por una pretendida disciplina mística inaplazable. Ninguna experiencia mística, ninguna oración pueden resultar más agradables a Dios que estar con los pies en la tierra, con nuestros hermanos que nos necesitan y por los que hemos de llegar a Dios. “Si no tengo amor,…” (1 Corintios, 13) Por eso no hay mejor logro místico que poner Amor en nuestro corazón.
¡Que el Amor acampe en nuestro corazón!
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