HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

jueves, 14 de enero de 2010

Tercer carta de San Antonio

En esta tercera carta de San Antonio a sus hijos espirituales, no como intermediario o guía, sino porque los hace destinatarios de su amor espiritual
(“Hijos: mi amor hacia vosotros no es de la tierra; es amor espiritual, según Dios”),
merecen destacarse cuatro conceptos.

En primer lugar, califica de muerte la vida que vivimos:
“Hijos, habitamos en la muerte. Nuestra morada es la celda de un prisionero. Los lazos de la muerte nos tienen encadenados.”
No es que San Antonio nos quiera imbuir el miedo y la desesperanza, sino que llama nuestra atención sobre el hecho cierto de que las leyes de este mundo material tratarán de imponerse a nuestro ser, sometiendo nuestra parte física, siendo el riesgo que nos dejemos arrastrar en la parte espiritual. No es una maldición, sino la consecuencia lógica de nuestra inmersión en este mundo, de nuestra encarnación.

En segundo lugar, nos hace objeto de Amor y, simultáneamente, nos hace inmortales:
“Dios ama siempre a sus criaturas que, inmortales por esencia, no desaparecen con el cuerpo.”
Esto es, no estamos en un destierro, no se trata de un castigo, sino de algo que Dios Padre ha juzgado bueno para nosotros. Como el santo comprende que decirnos que vivimos encarcelados puede ser duro para espíritus pusilánimes, nos indica que somos objetivo del Amor de Dios y que además somos inmortales “por esencia”.

En tercer lugar nos da la “receta” para iniciar el camino de salvación: la renuncia a todas las cosas de este mundo. En efecto, este mundo, luego lo volveremos a ver, es transitorio, atarnos a él, no romper los apegos a sus “realidades”, no considerarlo como “un simulador de vuelo”, sino como un avión de verdad, es paradójicamente quedarnos en tierra y, como esta existencia es transitoria, evidentemente nos estaremos condenando a la muerte. Claro que el término muerte parece demasiado fuerte. En efecto lo es. Por eso San Antonio puntualiza más adelante que, como recompensa a la renuncia, Dios “devolverá a vuestro espíritu su pureza original”. Por tanto, la muerte no es sino un continuar, de alguna forma, en este sistema de vida que no es vida, sino muerte.

Finalmente, nos sitúa en la realidad que vivimos para no llamarnos a engaño. Para ello avisa de nuestra estupidez, usando la palabra de Pablo (Cuidad, hijos, que no se cumpla en nosotros la palabra de Pablo:
"solamente la apariencia exterior de la obra de Dios, negando su poder" (Tito.1,16)”)
. O sea que, lejos de dejarnos arrastrar por nuestra tendencia a ver lo superficial, debemos profundizar en el conocimiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos, descubriendo lo que hay más allá de lo que pueden ver nuestros ojos. Nos avisa también de nuestra posible desesperanza
("¿Qué se gana con mi muerte si un día he de convertirme en podredumbre?" (ps.29,10))
, pensamiento habitual y lógico en las personas que aún permanecen en la corteza exterior de nuestro Ser. Y termina describiendo lo que a su entender es la vida actual:
"Sí, hijos, mi corazón se sorprende y mi alma se espanta: nos hundimos en el agua , estamos metidos en el placer como gentes ebrias de vino nuevo porque nos dejamos distraer por nuestros deseos, dejamos reinar en nosotros la voluntad propia y rechazamos dirigir nuestra mirada al cielo para buscar la gloria celeste y la obra de los santos y marchar en adelante tras sus huellas. Ahora, comprendámoslo: santos del cielo, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, querubines, serafines, sol, luna, estrellas, patriarcas, profetas, apóstoles, el mismo diablo o Satán, los espíritus del mal o el soberano de los aires, en suma, todos, y los hombres y mujeres, pertenecen desde el día de su creación a un solo y mismo universo, en el cual, sólo deja de estar contenida la perfecta, bienaventurada Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La mala conducta de algunas de sus criaturas ha obligado a Dios a darles el nombre en relación con sus obras. Pero dará una mayor gloria a las que más hayan progresado."
En resumen, el santo nos sitúa a todos, seres humanos, santos y toda la Corte Celestial, en un mismo universo graduado según la capacidad de cada uno (en relación con sus obras). A cada uno de esos grados le ha dado un nombre. Sobre este universo sitúa el poder de la Santísima Trinidad, aparentemente ajeno, externo, a dicha creación. No quiere decir con ello que sea un espacio externo y ajeno a la Santísima Trinidad (no podría ser así), sino que ésta no participa de esa misma dinámica. Y, recordando la parábola de los talentos, anuncia que la gloria que el Señor nos dará a cada uno será en función del progreso que hagamos (“dará una mayor gloria a las que más hayan progresado”)

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