HESICASMO

Bienvenidos. Este es un blog dedicado a la espiritualidad y, en especial, al hesicasmo, la vía mística de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
En la columna de la izquierda se incluyen textos sobre el hesicasmo (fundamentos, práctica, historia, biografías, frases para meditar, etc.) En la columna de la derecha se presentan mis meditaciones y aportaciones, modestas aportaciones, a esta vía mística. Os agradeceré vuestros comentarios que, a buen seguro, nos harán bien a todos.
La Paz de Dios sea con todos nosotros.

¿Ya os habéis olvidado?

HAITI: más de 500 muertos por cólera. El Servicio Andaluz de Salud está preparando atención médica, aquí en España, para varias decenas de niños haitianos. Algunas ONG's están recogiendo fondos para cubrir los gastos de viaje y estancia de padres e hijos. Y ¿tú que haces?

domingo, 9 de enero de 2011

Acción y reacción

Con frecuencia recibo correos alarmistas (el fin del mundo en el 2012, el tsunami terrorista, etc.), escandalosos (los tejemaneje políticos, las manipulaciones informativas, las guerras autojustificadas,…) y otros de calificativos similares o peores. Hasta hace poco la sangre me hervía. Borraba unos, temblando de indignación. Reenviaba otros, ansioso de lucha, pensando en erradicar el mal, el despilfarro, la injusticia,… Hasta hace poco.
Leer los periódicos se ha ido volviendo poco a poco en la mejor forma de aborrecer la lectura. Las noticias que se recogen en sus páginas son desagradables, vergonzantes, desesperantes,... La existencia de numerosas cadenas de radio y televisión lejos de favorecer la creatividad, la educación intelectual, política, religiosa o espiritual, le hunden a uno en la miseria, el miedo, el desaliento,… o le sublevan y le lanzan a una vorágine revolucionaria que se convierte poco a poco en una marea roja de odio y pasión autojusticiera y autovengadora. Ahora, eso sí, hay numerosos programas que nos permiten sumergirnos en una relajación del cuerpo y del espíritu gracias a unas “estupendas tertulias” en las que todos dejan hablar a todos, donde reina un ambiente de respeto mutuo, donde no hay una palabra más alta que otra, llenos de buen gusto en el vestir y en el hablar,… Son, en fin, los reality show. Otra artimaña más para llevarnos a la degradación más absoluta, a la enajenación espiritual. Hasta hace poco me sublevaba tanta locura junta. Hasta hace poco.
No es que me hayan hecho una transfusión de horchata y por ello este penoso espectáculo haya dejado de soliviantarme, sino que he percibido el maquiavelismo del que escandaliza. Mejor dicho: el maquiavelismo del mundo. El Mundo, esa manifestación de Dios en la que nos encontramos de paso, tiende sus artes (sus redes y sus anzuelos, toda su batería de trampas) para sobrevivir creciendo. Todo en la Naturaleza ansía crecer. El mundo es así y, por eso, al Mundo le resulta difícil entender de espiritualidad, es más: la detesta. Es algo que escapa a su control, que no es suyo. Y ¿qué hace para crecer? Emplea la misma estratagema que el camorrista en las tabernas, que el chulo de la calle: provoca, incita al pardillo de turno a ponerse bravo, a emplear algo que, pobre de él, no sabe manejar: los puños, la fuerza, física o intelectual,…, las armas de este mundo. Tremendo error que puede dar con el incauto molido a palos o con un navajazo.
No. La solución… La solución ¿de qué? ¿Acaso hay algo que resolver? Si el mundo es así ¿qué tengo yo que cambiar? ¿El mundo cambió con Buda, con Cristo, con Mahoma, con Gandhi, con Martin Luther King,…? Estos avatares no cambiaron el mundo. Hicieron algo mucho más importante: servir de ejemplo, ser camino, mostrar la Verdad.
El mundo es como un teatro al que nos asomamos por numerosas ventanas. La mayoría de nosotros nos integramos tanto en la obra que la vivimos. Nos hacemos solidarios con sus actores y actrices. Algunos de nosotros, casi todos, se pasan de rosca y actúan como si la representación fuera la realidad y pretendemos cambiar la trama siendo que el guión ya está escrito. Y, así, una obra que deberíamos disfrutar, una obra de la que deberíamos sacar conclusiones y enseñanzas, se vuelve algo insufrible, algo que estamos deseando termine, algo que nos agobia y nos aturde, algo sin sentido,… ¿No os ha pasado que determinado actor que representaba el protagonista malo se os llega a hacer odioso en la realidad? ¿No salíais del cine, cuando erais pequeños, e ibais pegando tiros a imaginarios atacantes? No se trata de resolver el conflicto de la película, ni de luchar contra el malo, ni de castigar el crimen, ni…. Se trata de evitar dejarnos arrastrar por la trama de la película. No somos los actores, sino los espectadores, por mucho que en el teatro moderno se intente integrar al público en la acción para hacerle llegar mejor los sentimientos y mensajes que el autor ha querido reflejar en su obra.
Pues bien, ese es el riesgo que corremos. Ese es el problema que hemos de resolver. No debemos dejarnos enredar en las redes del mundo. Aun siendo cierto, no podría decir lo contrario, que debamos levantar nuestra voz ante la injusticia, la violencia, la impudicia,… no debemos dejarnos llevar por la misma corriente que mueve estas acciones y reacciones de nuestro mundo. Como ya he dicho en alguna ocasión, hace falta más hombría para aguantar un insulto que para liarse a mamporros con el insultante.
Claro que esta aparente y solo aparente pasividad no parece que sea aceptable desde nuestra formación ética o moral. ¿Cómo hacer compatibles y coherentes ambos extremos? Decidme: ¿Acaso puede la tórtola rugir como el león? Y, sin embargo, ¿puede la tórtola interrumpir su arrullo para siempre? Sí, esa es la solución, si sois tórtola, debéis seguir siendo tórtola. La paloma de la paz no se arma para la guerra. ¿Acaso trajo Jesús todas las cohortes celestiales para abatir al Sanedrín, y a los romanos y a los publicanos,…? La vida en este mundo es para vivila, para experimentarla en todas sus formas y no para destrozarla, sea cual sea el argumento bajo el que lo hagamos. Debemos mantener la inclinación divina que subyace en nuestro interior, ejercitar, bajo su influjo, nuestra voluntad y por ella desarrollar nuestro entendimiento al analizar nuestro entorno y al meditar nuestras acciones. Es posible, incluso diría que probable, que ello nos lleve a que nuestro cuerpo y nuestra mente se vean sacudidos por la ira, sean objeto de la envidia y de sus consiguientes ataques, el mundo nos mostrará su incomprensión y su intransigencia, o tal vez no. Pero el espíritu, aquello que permanecerá después de la desencarnación, lo agradecerá. Imaginaos a vosotros mismos en un viaje turístico por cualquier país exótico. ¿Diríais que habéis conocido el país si lo vierais desde un avión, sin pisar la tierra? ¿Diríais que lo conocéis si vais de hotel en hotel sin salir a la calle? ¿Diríais que lo conocéis sin hablar con sus gentes, sin recorrer sus mercados y sus calles, sin empaparos de sus costumbres, sin que el polvo de sus caminos manche vuestro calzado e inunde las mucosas de vuestras gargantas y narices? Y, en el colmo de la insensatez, ¿diríais que conocéis el país si, en el supuesto de que pudierais, cambiarais sus edificios por los de vuestras ciudades, convirtierais sus caminos en autopistas, sustituyerais sus gentes, alegres o serias, hoscas o amistosas, limpias o sucias,… por las que habitan vuestro país?
Ahora bien, ¿qué debemos hacer cuando algo en nuestro “viaje” no funciona como pensamos debe funcionar? Entre dejarnos llevar por la corriente como una musaraña y despertar nuestra ansia de dominación hay una postura más inteligente, más enriquecedora, más adecuada. Es la del piragüista que practica el descenso en aguas bravas. Debe de ser una experiencia apasionante. Pero, ¿a alguno de esos piragüistas se le ocurriría remar contra corriente? ¿Qué pasaría si alguno de estos piragüistas se quedara encogido en su kayak? El piragüista por el contrario se aprestará a aliarse con el ímpetu de las aguas, hundirá las palas en ellas de una u otra forma para esquivar las rocas que podrían hacer trizas su canoa y acabar con su vida y llegará a la meta satisfecho de su proeza. Claro que, otras veces, podrá experimentar una mayor satisfacción: perderse el descenso, hundirse en las aguas o romperse la cabeza contra las rocas por ayudar a otro piragüista. En todos los casos el piragüista habrá hecho el descenso de su vida. ¡Feliz travesía!

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