Se cuenta que había una religiosa muy nombrada por su santidad y su religión, que una noche en que estaba acostada y quería descansar, vio claramente a la santa Virgen que le hablaba: "Eulalia, ¿duermes?, ¿duermes, hija mía?" -"No, no duermo, mi queridísima Señora" respondió ella. Entonces dijo la santa Virgen: "Te advierto una cosa. Si quieres que las oraciones que me dedicas sean más provechosas para ti y me den más placer, trata de ahora en adelante de no decirlas tan deprisa, porque cada vez que me saludas con la salutación angélica, sábete que siento una gran alegría, sobre todo cuando tú me dices más lentamente: El Señor es Contigo. La alegría que experimento en ese momento es tal que no se puede expresar con ninguna palabra, porque me parece entonces que mi Hijo está en mí, e igual que entonces sentí un gozo inefable, lo mismo me pasa hoy cuando se me dice: El Señor es Contigo" (Milagros de la Virgen, Anónimo siglo XIII)
La oración es ese filtro, ese parachoques, que nos ha de permitir liberarnos de la pesada carga de nuestros pensamientos y de la servidumbre de las prisas a que tan acostumbrados estamos en nuestra cotidiana vida moderna.
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